La historia oculta. Marcelo Gullo
completamente diversa. Una cosa era aquello que Gran Bretaña había hecho y hacía efectivamente para industrializarse y progresar, en ese proceso de industrialización creciente y mantenerse a la vanguardia del mismo, y otra, perfectamente opuesta, era la ideología que Adam Smith y otros voceros exportaban hacia los países que intentaban subordinar. Luego el ejemplo sería seguido por Estados Unidos de América y hoy, además, por otros países como Alemania, Corea del Sur, China y Brasil, entre otros.
La industrialización británica se basó, fundamentalmente, en un estricto proteccionismo de su mercado interno, con un apropiado y fuerte auxilio del Estado a ese proceso de industrialización.[5] Como esta política le brindaba buenos resultados, Gran Bretaña se esmeró en sostener, para los demás Estados, los principios del librecambio y de la libre actuación del mercado, condenando como contraproducente cualquier intervención del Estado en la vida económica e imprimiendo a esa ideología de preservación de su hegemonía la apariencia de un principio científico universal de economía. De este modo logró persuadir, por un largo tiempo (de hecho, pero teniendo como centro a Estados Unidos, hasta nuestros días), a los demás pueblos que, así, se constituyeron pasivamente en un mercado para los productos industriales británicos (y después para los norteamericanos) y permanecieron como simples productores de materias primas.
Es por ello que, a partir de que Gran Bretaña consiguió subordinar ideológicamente a las elites de conducción de la gran mayoría de los Estados periféricos, todo proceso emancipatorio exitoso sólo pudo ser el resultado de un proceso de insubordinación fundante, es decir, de una conveniente conjugación de una actitud de insubordinación ideológica para con el pensamiento dominante (insubordinación que, como ya sostuvimos, rompe el primer eslabón de la cadena que ata a todos los Estados al subdesarrollo y la dependencia) y de un eficaz impulso estatal que provoca la reacción en cadena de todos los recursos que se encuentran en potencia en el territorio del Estado.
Capítulo 2
Al principio era la industria
América tuvo que bastarse a sí misma. Y ello le significó un enorme bien: se pobló de industrias para abastecer en casi su totalidad el mercado interno.
José María Rosa
El nacimiento de un pueblo nuevo
La conquista de América fue “una guerra relámpago”, producto fundamentalmente de la alianza de los conquistadores con los pueblos indígenas brutalmente sometidos por los aztecas e incas en el proceso de construcción de sus respectivos imperios y de la utilización, por parte de España, del barco y del caballo, elementos que dieron a los castellanos una velocidad imposible de ser alcanzada por las masas indígenas. Tras una etapa preparatoria en las Antillas, Castilla se lanza a la conquista y colonización de América, cuyo resultado final será la conformación de un pueblo nuevo en la historia, un pueblo caracterizado por el mestizaje biológico y cultural.[6]
Todas las partes constitutivas de América entran en relación luego de milenios de dispersión en los que las comunicaciones entre los pueblos que habitaban este continente fueron totalmente fragmentarias. En pocas décadas se funda la red de villas y ciudades esencial de la América española.[7]
Monopolio e industrialización
Fue entonces cuando Hispanoamérica quedó encerrada por España en la barrera del “monopolio”. Es decir que ninguna otra nación europea podía comerciar directamente con la América española. Sin embargo, España –dado que su industria cuidadosamente fomentada por los reyes católicos había sido gravemente destruida por las erróneas políticas económicas aplicadas por sus sucesores– no estaba en condiciones de exportar manufacturas a Hispanoamérica.[8] Asimismo, dado que los mares estaban infestados de corsarios y piratas, el comercio de ultramar implicaba grandes riesgos, hecho que también contribuía a aumentar los costos de las mercaderías transportadas desde España hacia América.
Las aguas atestadas de piratas obligaron a España a desarrollar un sistema de flotas que tuvo vigencia por doscientos años:
Desde 1526 se prohibió a los buques mercantes navegar sin protección desde las Indias o hacia ellas. Debían ir en flota y armados de acuerdo con las normas dictadas por la Casa de Contratación de Sevilla. (Haring, 1972: 330)
La América española se vio, entonces, desabastecida y obligada, siempre, a pagar precios exorbitantes por todas las mercaderías europeas.
En 1550 se estableció un sistema de convoyes periódicos entre España y América, y hasta 1660 los gastos de mantenimiento de aquellos convoyes y otras flotas para la protección de la navegación fueron cubiertos por un impuesto a las importaciones y exportaciones, llamado “avería”, que se constituyó en una pesada carga para el comercio americano, dado que él solo llegó a representar, en los años en que España se hallaba en guerra, un 30% del valor de las mercaderías importadas y exportadas.
En 1566 se estableció que debían partir desde España hacia las Indias dos flotas al año, una en primavera hacia el golfo de México y la otra, en verano, hacia el istmo de Panamá. Toda la América del Sur española era abastecida a través del istmo de Panamá, desde donde se distribuían las mercaderías, vía océano Pacífico, a Perú y Chile. El comercio entre España o el istmo de Panamá y América del Sur usando la ruta atlántica vía Buenos Aires-estrecho de Magallanes, para llegar al puerto del Callao, estaba virtualmente prohibido.[9]
Importa destacar que, en 1588, el poderío marítimo español se derrumbó con el desastre de la Armada Invencible, y paradójicamente España quedó –como bien destaca José María Rosa (1954)– en la situación de ser la mayor potencia colonial del mundo pero sin una escuadra con la cual defender sus colonias.
Incluso antes de la terrible derrota de la flota española en el canal de la Mancha, más precisamente desde 1580, “a menudo se omitió una flota por año y, hacia mediados del siglo XVII, cuando la prosperidad de la monarquía declinó, las salidas se tornaron más irregulares” (Haring, 331). Hasta hubo años en los cuales no partió ninguna flota desde España hacia América.
América tuvo, entonces, que producir las manufacturas que España no podía mandarle o, cuando lo hacía, eran demasiado caras o bien eran despachadas muy esporádicamente.
América tuvo que bastarse a sí misma. Y ello le significó un enorme bien: se pobló de industrias para abastecer en casi su totalidad el mercado interno. Malaspina, escritor del siglo XVII, nos dice que “el movimiento fabril de México y el Perú era notable”. Habla de 150 obrajes en el Perú, que a veinte telares cada uno, daban un total de tres mil telares. Y Cochabamba, según Haenke, consumía de 30 a 40.000 arrobas de algodón, en sus manufacturas. (Rosa, 1954: 21)
El obraje es la forma en que se anuncia, en la América española, la etapa manufacturera. Juan de Solórzano Pereira, en su obra Política indiana, define los obrajes como centros de trabajo “donde hilan, tejen y labran no sólo jerga, cordellates, bayetas y frazadas y otros estambres de poco arte y precio, como al principio solían hacerlo, sino paños buenos de todas suertes y jerguetas y rajas y otros tejidos de igual estima que casi se pueden comparar con los mejores que se llevan en España” (citado por Sánchez, 1965: 71). Estos centros manufactureros que poblaron la América española desde México hasta Córdoba del Tucumán se encontraban, generalmente, instalados a las orillas de los ríos, dado que utilizaban el agua como fuerza motriz y para diversas operaciones de su labor. De ahí que, como destaca el destacado pensador peruano Luis Alberto Sánchez, se los clasificara en batanes, trapiches y chorrillos.
Con respecto a las industrias que se desarrollaron en la América española, Clarence Haring destaca:
La manufactura más desarrollada en las colonias fue la textil… [hubo] un temprano desarrollo de las manufacturas de seda en Nueva España (México). Se produjeron también tejidos de lana y algodón y pronto aparecieron obrajes tanto en los pueblos indígenas como en las ciudades españolas. Sólo las clases altas usaban las telas finas, importadas de España; el común se vestía con los materiales del país. Los tejidos de lana eran los más comunes en las mesetas de Nueva España y Perú, y había abundancia de carneros merino, raza sumamente desarrollada en las colonias. La