La historia oculta. Marcelo Gullo
el mundo como herramienta de dominación. Ideología librecambista que, en ese mismo momento histórico, las ex trece colonias británicas de América del Norte –devenidas Estados Unidos de América– rechazaban de plano, adoptando como política de Estado el proteccionismo económico a fin de permitir el nacimiento y el desarrollo de su industria nacional a sabiendas de que la independencia real de los Estados no era equivalente a los alardes retóricos de independencia y que la independencia real –o, si se quiere, la mayor autonomía posible que puede alcanzar un Estado dentro del sistema internacional– era consecuencia directa de su poder nacional y, por ello, fundamentalmente, consecuencia directa del desarrollo industrial. Muy por el contrario, de lo que sucedía en la América del Norte la oligarquía porteña y los jóvenes embriagados de liberalismo económico –conspirando contra su propio pueblo que, instintivamente, rechazaba el librecambio– adoptaron, sin reparos, la política del libre comercio; política que llevaría a las tierras del Plata de la dominación formal española a la dominación informal británica.
Contra esa conspiración reaccionó el pueblo argentino, en las gloriosas jornadas del 5 y 6 de abril de 1811, con la Revolución de los Orilleros, que representó la primera irrupción del pueblo en la historia. Contra esa conspiración reaccionó Artigas convirtiéndose, sable en mano, en el primer argentino en enfrentar al poder angloporteño. Contra esa conspiración reaccionó el general San Martín cuando rompió, definitivamente, con las logias títeres de Inglaterra que le habían ordenado que utilizara el Ejército de los Andes para combatir al protector de los pueblos libres, don José Gervasio Artigas. Contra esa conspiración reaccionó Artigas, el 29 junio de 1815, declarando la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata de España y de cualquier otra potencia extranjera, un año antes del famoso Congreso de Tucumán y tan sólo unos meses después de que el director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Carlos María de Alvear, le escribiera al ministro de Relaciones Exteriores británico, lord Castlereagh, manifestándole que estas provincias deseaban “pertenecer” al imperio inglés y que se abandonaban a los brazos generosos de su majestad británica.
Contra esa conspiración reaccionó San Martín obligando a los congresistas reunidos en Tucumán a que rectificaran el acta del 9 de julio agregándole “y de toda otra potencia extranjera”, pues el general tenía fundadas sospechas de que los congresistas querían convertir a las Provincias Unidas en una colonia francesa o inglesa.
Contra esa conspiración reaccionó el pueblo, en octubre de 1833, protagonizando la llamada Revolución de los Restauradores que permitió la vuelta de Juan Manuel de Rosas al poder. Contra esa conspiración reaccionó el gobernador Juan Manuel de Rosas, en diciembre de 1835, cuando sancionó la Ley de Aduanas.
A lo largo de nuestra historia, los patriotas que se enfrentaron al imperio inglés enarbolaron, siempre, las banderas de la Patria Grande, el proteccionismo económico y la defensa de la fe y la cultura popular, mientras que los cipayos que trabajaron para la pérfida Albión, las banderas de la patria chica, del libre comercio, del desprecio a la religiosidad popular y de la superioridad de la cultura anglosajona. Y, lamentablemente, lo siguen haciendo, más allá de la retórica.
Relatar sucintamente la lucha del pueblo argentino contra el Imperio Británico es el objeto de este ensayo histórico. Convencidos –como afirmaba Arturo Jauretche (2006)– de que sin el conocimiento de una historia auténtica “es imposible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro [porque] el conocimiento del pasado es experiencia, es decir aprendizaje [y porque] lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación” (14-15).
Tenga presente el lector, antes de comenzar a recorrer las páginas de nuestro ensayo, que todo es historia, hasta lo que ocurre en nuestros días. Digamos, con Georg Winter, que la historia es la política del pasado y la política la historia del presente. Que la política es historia en construcción y la historia, la política que fue. Por ello, a diferencia de otras disciplinas científicas en las cuales es necesaria la separación entre el objeto a estudiar y el sujeto que estudia, entre el grupo y el observador, la historia –como la ciencia política– se comprende mejor cuando el investigador que la relata ha participado él mismo de la vida política, cuando el investigador ha conocido y sufrido en carne propia los rigores de la militancia política. Es en ese sentido que el gran historiador brasileño Luiz Alberto Moniz Bandeira (2011), citando a Jean-Jacques Rousseau y a Karl Kautsky, afirma: “La vivencia de una crisis política tiene un enorme poder pedagógico. Jean-Jacques Rousseau, en su novela epistolar Julie ou la nouvelle Héloise, publicada en 1761, ponderó que «es una locura querer estudiar la sociedad y el mundo como un simple observador, pues quien desea apenas observar nada observará» […] Por su parte, Karl Kautsky destacó que lo que aprendemos con una simple observación de las cosas es insignificante comparado con lo que aprendemos por medio de la experiencia. El que milita, el que actúa, si está dotado de suficiente preparación científica, entenderá con más facilidad el fenómeno político que el estudioso de gabinete, que nunca tuvo el menor conocimiento práctico de las fuerzas motrices de la historia. Y a lo largo de mi vida”, concluye Moniz Bandeira, “no me limité a ser un mero observador” (38). Nosotros tampoco.
Finalmente, queremos advertir al lector que nuestro relato de la lucha del pueblo argentino por su liberación del Imperio Británico se detiene a finales del terrible año 1861 cuando el poder angloporteño –eliminando en las provincias del interior las últimas montoneras federales– barre con todo rastro de proteccionismo económico y con los hombres que lo representaban; no obstante, ciertamente, esa lucha –aunque aletargada– llega hasta nuestros días. No sólo porque Gran Bretaña ocupa nuestras irredentas islas Malvinas sino porque Malvinas es el rostro visible de la ocupación invisible que Gran Bretaña ejerce sobre la República Argentina. Como afirma el gran pensador italiano Benedetto Croce: “Toda historia es historia contemporánea”.
Capítulo 1
La naturaleza del poder mundial
La historia que nos enseñaron desde pequeños, la historia que nos inculcaron como una verdad que ya no se analiza, presupone que el territorio argentino flotaba beatíficamente en el seno de una materia angélica. No nos rodeaban ni avideces ni codicias extrañas. Todo lo malo que sucedía entre nosotros, entre nosotros mismos se engendraba.
Raúl Scalabrini Ortiz
La estructura básica del sistema internacional
Para comprender la historia de la Argentina –como la de cualquier otra nación– y desentrañar el significado profundo de los acontecimientos que le ha tocado protagonizar –o soportar– a su pueblo es necesario exponer, primero, la estructura básica del sistema internacional. Un sistema en el que todo Estado y toda nación desarrollan su existencia. Sin un breve introito respecto de esta cuestión esencial nos será imposible no sólo comprender la relevancia de los acontecimientos ocurridos sino también las causas profundas que los motivaron. Al respecto, hace ya muchos años, sabiamente, afirmaba Raúl Scalabrini Ortiz:
Los procesos de absorción que ocurrieron en todas las épocas, del más pequeño por el más fuerte, del menos dotado por el más inteligente, no ocurrieron entre nosotros, de acuerdo a la historia oficial. Las luchas diplomáticas y sus arterias estuvieron ausentes de nuestras contiendas. (48)
Ayer, al igual que hoy, en el sistema internacional, el lugar que ocupa cada Estado se encuentra determinado por las condiciones reales de poder. Entre estas condiciones determinantes se destacan, por cierto, la cultura de una sociedad y su psicología colectiva. De la simple observación objetiva del escenario internacional se desprende que la igualdad jurídica de los Estados es una ficción, por la sencilla razón de que unos Estados tienen más poder que otros. La hipótesis sobre la que reposan las relaciones internacionales, como sostiene Raymond Aron (1984), está dada por el hecho de que las unidades políticas que componen el sistema internacional se esfuerzan en imponer, unas a otras, su voluntad. La política internacional comporta, siempre, una pugna de voluntades: