Escritoras ilustradas. Herminia Luque
ESCRITORAS ILUSTRADAS
literatura y amistad
Herminia Luque
Escritoras ilustradas.
Literatura y amistad
Primera edición, 2020
Del texto:
© Herminia Luque
Diseño de portada:
© Sandra Delgado en base a un dibujo de
Jean-Honoré Fragonard, The Reading (c. 1765-1775)
(CC0 1.0 Universal, vía Wikimedia Commons).
© Editorial Ménades, 2020
www.menadeseditorial.com
ISBN: 978-84-122600-1-4
PRÓLOGO
Por qué Ilustración, por qué escritoras,
por qué amistad
Si un valor tendría que reivindicarse (es decir, reinventarse) en la era de las redes sociales, ese es sin duda la amistad. La palabra «amigo» apenas sí conoce en la actualidad la densidad emocional, el espesor conceptual y la carga ética que tuvo otrora. Devaluada por un uso abusivo, apenas sí conserva una vaga referencia al lazo social prestigioso y sin embargo intensamente personal, elegido con libertad. Una vinculación sin los riesgos, aunque con alguna de sus dulzuras, de una relación amorosa; sin la precariedad ni la brevedad insidiosa del amor en tiempos líquidos (en terminología baumaniana).1 Llamamos amigos a quienes, en puridad, no son más que meros conocidos: compañeros que, desde el ámbito del trabajo, saltan a nuevos espacios semipúblicos, o acompañantes de ruta sobrevenidos, o comentaristas entusiastas de todo evento particular tuyo, o envidiosos secretos, enemigos no declarados, vigilantes in pectore de tus errores o tus posibles idioteces; sombras, a veces, de una infancia remota que acuden cuando menos se los necesita o, peor aún, pecios de antiguos e irrecordables naufragios personales.
El concepto de amistad virtual se acompaña, sibilinamente, de un indispensable y concurrente asentimiento, si no de una directa y pimpante adulación (acción esta, en verdad, en las antípodas de una amistad auténtica). Los likes y los iconos más infantiloides sustituyen a una auténtica apreciación valorativa y a un consuelo real, hasta a una comprensión cabal de cualquier realidad, hecho o sentimiento expuestos (cual pescado muerto) en las redes sociales o en los servicios de mensajería instantánea (de todos conocidos: me niego a hacer publicidad a empresas cuyo contenido somos nosotros pero las ganancias son ellos).
Fueron muchos los autores que desde la Antigüedad reflexionaron sobre la amistad; tema, a decir de Laín Entralgo, fecundo y sugestivo, tanto para Sócrates, Platón y Aristóteles, como para Cicerón o Epicuro.2 En el siglo xviii, resurge la idea de amistad, al amparo de una nueva sensibilidad y como eje de una nueva ética laica al margen de discurso moral cristiano, poco o nada proclive a un valor anclado en cierto modo en el egoísmo, como mezcla de sabiduría práctica y morigerado placer que es. Pero sobre todo ello la amistad necesita un cierto concepto de igualdad, ausente o muy debilitado en las sociedades medievales e incluso en las modernas. Aunque hubo cierta reviviscencia del vínculo amical al calor del Humanismo, su eclosión no llega hasta el Siglo de las Luces.
Es bien conocida la amistad que unió a los poetas dieciochescos. Como ha estudiado Aguilar Piñal para el grupo sevillano, la amistad entre poetas hizo surgir una poesía lírica en la que se trasluce el afecto y la admiración, de un modo muy especial en los epicedios (o elegías compuestas a la muerte de alguno de los amigos). Como la conocida oda que Meléndez Valdés dedica a su amigo Cadalso, muerto en el sitio de Gibraltar de 1782.3 O el Idilio pastoril (la primera elegía neoclásica) que dedica Cándido María Trigueros a evocar a su amigo fallecido, el político y académico Agustín de Montiano y Luyando, con el recordatorio de los paseos y recitados de versos que hicieron juntos.4
Memorables, asimismo, son los versos que dirige Leandro Fernández de Moratín a su amigo Jovellanos, de sobrenombre Jovino. En ellos declara la fortaleza de unos vínculos de amistad que ni siquiera la lejanía puede debilitar:
Sí, la pura amistad que en dulce nudo
nuestras almas unió, durable existe,
Jovino ilustre; y ni la ausencia larga
ni la distancia, ni interpuestos montes,
y el proceloso mar que suena ronco,
de mi memoria apartarán tu idea.5
Ahora bien, ¿por qué indagar sobre ese nudo de afectos, complacencias, demandas, usos sociales y mutuo reconocimiento que llamamos amistad? Y hacerlo, además, centrándome en la época ilustrada y en escritoras relativamente poco conocidas… Las razones no son nunca simples, pero trataré de elucidarlas haciendo notar, antes de proseguir con estas palabras, que ni la investigación ético-filosófica, ni la filología ni la historiografía en sentido estricto, son campos de mi actividad profesional y sí lo es la escritura. Entendiendo esta como un vasto predio en el que caben tanto la ficción como la literatura mixta, como así llamaron en el dieciocho español al ensayo. (Acerca de la ineludible confluencia entre escritura y conocimiento he indagado en otros contextos).
Me interesa sobremanera ese nódulo de temas que surgen del encuentro de Ilustración, amistad y escritura femenina y que puede ejemplificarse a la perfección en la relación amical que existió ente María Rita de Barrenechea y María Rosa de Gálvez.
Ya he apuntado más arriba la necesidad imperiosa de reinventar la amistad y sus implicaciones en nuestra sociedad, liberándola de indeseables adherencias.
En segundo lugar mi interés por la Ilustración es máximo, porque considero que es un movimiento cultural sumamente atractivo del que, por si fuera poco, surgen ideas, nociones de naturaleza política que conforman el mundo contemporáneo y modelan aún la Edad Global en la que nos movemos. Sobre ello, es el movimiento intelectual que pone el acento en la dimensión crítica de la cultura, a la par que pone de relieve el carácter político de toda creación humana, incluida la creación artística y literaria. No hay labor intelectual digna de tal nombre al margen de una reflexión sobre el poder y el lugar que ocupa la propia obra en la sociedad en la que surge. Y de una toma de postura ante esa sociedad, ya sea un puro acto de evasión o un activismo consciente y enérgico.
La denostada Razón sería la herramienta cognoscitiva, insuficiente a todas luces (permítaseme el juego de palabras algo manoseado), sí, pero, con las debidas cautelas, insustituible. Como nos recuerda Savater,6 lo deseable es apelar a un humanismo que privilegia la razón como vía primordial e insustituible de conocimiento. Humanismo que es una apuesta por la universalidad, por la común condición humana, y que defiende el individualismo, la subjetividad y la responsabilidad de la persona. Humanismo que se halla en la raíz misma de la Ilustración y así nos lo recuerdan tanto el propio Savater como la espléndida filósofa Amelia Valcárcel.
En sociedades simplemente con el mayor número de habitantes que jamás ha habido, más complejas desde el punto de vista tecnológico, con retos severísimos de orden medioambiental, social o de política internacional, no podemos dejarnos arrastrar por un irracionalismo, un emocionalismo carente de contenido que nos sumiría, en cuanto sociedad, en la pura perplejidad, en una minoría de edad (en sentido kantiano de incapacidad de usar la propia capacidad racional) perpetua. Y si no lo vemos claro, echemos un vistazo a la primera mitad del siglo xx y sus horrores genocidas; al período de entreguerras que vio crecer con desmesura fenómenos ideológicos aberrantes y regímenes totalitarios y dictatoriales de una crueldad tan increíble como pasmosa.
Necesitamos pensar para hacer: para hacer que ese tipo de fenómenos no vuelva. Lo que no podemos hacer (no debemos como individuos) es no pensar, no actuar en consecuencia, dejarnos llevar por an-ideologías, por corrientes de anti-pensamiento, irracionales y convulsas, que de mala manera encubren sus intereses espurios, tan coincidentes (¡oh, sorpresa!) con intereses