Escritoras ilustradas. Herminia Luque
En él se dan procesos tan decisivos para la configuración de nuestra sociedad actual como la Revolución Industrial o la Ilustración. Sin la Ilustración, ideas como igualdad, tolerancia o división de poderes carecerían del sentido y la relevancia que hoy tienen (sobre todo del carácter funcional, es decir, útil del que están revestidos: los utilizamos y no solo en ámbitos profesionales específicos o en el lenguaje escrito, sino en los actos de comunicación más cotidianos). Si bien, como señala Todorov, no son ideas originales de la Ilustración, ya que provienen de la Antigüedad, de la época medieval o del Renacimiento y del xvii: «Les grandes idées des Lumières ne trouvent pas leur origine au xviii siècle; quand elle ne viennent pas de l'Antiquité, elles portent les traces du haut Moyen Âge, de la Rennaissance et de l'époque classique. Les Lumières absorbent et articulent des opinions qui, dans le passé, étaient en conflit».7 Ideas, según Todorov, que implican autonomía, la finalidad humana de nuestros actos y la universalidad que quedará ligada a igualdad y, por tanto, a luchas que no han concluido aún, como la del feminismo. Con suma agudeza ha señalado Valcárcel que el feminismo es un «hijo no querido de la Ilustración».8 Una deriva de la razón crítico-emancipatoria, como nos asegura Cinta Canterla:9 todo el pensamiento contemporáneo, en suma, se forja en la quiebra de la razón ilustrada.
Pero si, como Anthony Pagden,10 siguiendo a Kant, nos recuerda, la Ilustración es un proceso abierto, también lo es la crítica racional del mismo. Y, de igual modo, su arquetípica, el feminismo. El cual habría de incluirse, a mi parecer, en un período denominado Feminización para subrayar tanto su carácter inconcluso como también para rotular la época histórica que acoge el conjunto de fenómenos teóricos, sociales, económicos y culturales que se relacionan con las mejoras propuestas y llevadas a cabo por el feminismo para el conjunto de las mujeres.
La Ilustración sea, tal vez, como ha escrito Guillermo Busutil «la única patria ética por la que merece la pena trabajar».11 Esta nos pertenece porque, en cierta medida, somos el futuro que soñaron escritores, filósofos y estudiosos ilustrados. En nuestros días (al menos en cierta porción de la humanidad), hay derechos humanos y sistemas políticos con separación de poderes, acceso a la educación alfabetización, felicidad de los pueblos (es decir, bienestar material, bien es verdad que una parte de la Humanidad, no la totalidad de la misma). No nos morimos tan pronto (la esperanza de vida, en España, rebasa en ambos sexos los ochenta años; en el siglo xviii no llegaba a los cuarenta); conocemos la naturaleza de este cuerpo humano, la materia del universo hasta extremos inimaginables para un filósofo dieciochesco. La Ilustración nos concierne hasta límites insospechados. El tiempo presente es nuestro pero también es la materia de los sueños de la Ilustración.
La Ilustración, en fin, es nuestro pasado utópico, el lugar donde todos los futuros eran posibles. Por eso no podemos permitir el lujo de desdeñarla, de no saber de ella, de no admirarla y, por supuesto, de no poner toda nuestra atención crítica sobre ella.
Por último, las escritoras: ellas son el signo de mi elección. Me propongo, basándome en valiosísimos y abundantes estudios e investigaciones que paso luego a enunciar, hacer arqueología de una exclusión, de una falta de reconocimiento realmente escandalosos. La catedrática Nieves Baranda, al preguntarse por qué las escritoras están desterradas del Parnaso, afirma que en la Edad Moderna y la medieval (y todavía en los siguientes) se da la misma situación: una falta de autoridad que no es sino el reflejo de la pertenencia a un grupo subordinado. Un grupo carente de poder y, por tanto, «del reconocimiento imprescindible para que su discurso sea escuchado».12 O sea, las mujeres.
Por todo esto nos ocupamos de ellas. Y todo trabajo al respecto aún es poco.
Las escritoras que tratamos, como la práctica totalidad de las autoras del xviii, no podrían recibir el título de ilustradas si entendiésemos dicho adjetivo en un sentido restringido, es decir, como partícipes directas del movimiento de la Ilustración, tanto de sus ideas más conspicuas como de sus instituciones o de sus espacios de sociabilidad más relevantes. Pero sí es lícito aplicárselo si consideramos este adjetivo en un sentido amplio: como una etiqueta secular, una etiqueta propia del siglo (del Siglo de las Luces), que llevaría implícita una idea fundamental de la Ilustración, piedra de toque del ideario ilustrado y que todas ellas comparten: la idea de que la educación, formal y literaria, contribuye al desarrollo del ser humano, y que las mujeres, en un plano de igualdad intelectual con los hombres, no son ajenas a esas posibilidades y a esas ansias de perfectibilidad que la educación y los saberes otorgan.
No es, por tanto, la idea de Razón, un canon unívoco de racionalidad ilustrada lo que comparten esas escritoras, sino una noción más difusa, más amplia también. Una creencia firme en el desarrollo de las capacidades del ser humano en general y de las de las mujeres en particular, comprendiendo que estas (es decir, ellas mismas) se encuentran en una situación de profunda desigualdad con respecto a los hombres. Y partiendo de una noción elemental: la de la igualdad de capacidades físicas y morales con respecto a los hombres. Igualdad que en el xviii sigue siendo cuestionada, no solo como continuación de la querelle des femmes medieval, sino como muestra de una intensa misoginia presente tanto en las creencias populares como en el ideario ilustrado burgués. Y de ahí devendrá la incompleta aplicación del principio de igualdad (entre hombres y mujeres) una vez se haya producido la ruptura revolucionaria y se ponga en marcha todo el ciclo liberal-burgués que dará al traste con el Antiguo Régimen.
Como señala Claudia Gronemann,13 la Ilustración supuso una ruptura epistemológica de primer orden al crear un nuevo paradigma de pensamiento en el que la idea de progreso se alía con la idea de perfectibilidad humana. Perfectibilidad movida por la palanca de la educación y las posibilidades de desarrollo personal. Pero esto, para las mujeres, no va a ser aún posible. Las posibilidades crítico-emancipadoras de la Ilustración no van a tener consecuencias para ellas hasta mucho más tarde, cuando el discurso feminista consiga una articulación sólida y unas consecuencias de carácter práctico visibles (igualdad de derechos políticos, acceso en igualdad al sistema educativo y al mundo laboral... etcétera).
Por ello no pueden ser llamadas feministas las escritoras de la segunda mitad del xviii sin caer en un grave anacronismo: el feminismo como reflexión articulada de la igualdad legítima entre hombres y mujeres nacería con una contemporánea, Mary Wollstonecraft, y su Vindicación de los derechos de la mujer, de 1792. Y como movimiento solo adquirirá entidad cierta (es decir, visibilidad, concreción en sus propuestas e incidencia real en el panorama social) en la segunda mitad del siglo xix. Sin embargo, todas serán conscientes de la situación de inferioridad de las mujeres en la sociedad de su tiempo.
Las escritoras dieciochescas, singularmente María Rosa de Gálvez, pero de un modo especial también Inés Joyes y Josefa Amar, poseen una aguda conciencia de la minusvaloración de las mujeres en la sociedad de su tiempo. Una sociedad que las relega a un segundo plano, que les niega la constitución como seres autónomos incluso desde el punto de vista moral. De ahí las dificultades para articular nuevos espacios de participación pública, especialmente los campos de la literatura que son los que ellas van a transitar. La falta de una educación formal sólida y sistemática será vista como uno de las principales rémoras para esa participación en plena igualdad con los hombres. Paradójicamente, con su obra, estas autoras están participando ya, de forma activa y crítica, si bien limitada, en el espacio público de la literatura, en la llamada República de las Letras. De esa tensión entre su propia actividad intelectual y las condiciones reales de las mujeres de su tiempo darán buena cuenta en sus escritos.
La actitud predominante en nuestras escritoras será la de una soterrada oposición, una rebeldía, entendida esta, más que como abierta sublevación, como resistencia ante la situación de las mujeres en la sociedad de su tiempo, un orden social que saben injusto. Pues no es sino fruto de unas estructuras de poder que llevan a las mujeres a ser la parte sojuzgada y a estar en franca desventaja en relación con el otro sexo. Actitud presente en María Rosa de Gálvez, creadora de potentes personajes femeninos como la poderosa reina africana Zinda, o la consciente Florinda, potentes desestabilizadores, en su acción dramática, de toda una serie de valores y prejuicios instituidos.
No es tan perceptible, a primera vista, esta actitud en María Rita de Barrenechea. Y, sin embargo,