Escritoras ilustradas. Herminia Luque

Escritoras ilustradas - Herminia Luque


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En él se dan procesos tan decisivos para la configuración de nuestra sociedad actual como la Revolución Industrial o la Ilustración. Sin la Ilustración, ideas como igualdad, tolerancia o división de poderes carecerían del sentido y la relevancia que hoy tienen (sobre todo del carácter funcional, es decir, útil del que están revestidos: los utilizamos y no solo en ámbitos profesionales específicos o en el lenguaje escrito, sino en los actos de comunicación más cotidianos). Si bien, como señala Todorov, no son ideas originales de la Ilustración, ya que provienen de la Antigüedad, de la época medieval o del Renacimiento y del xvii: «Les grandes idées des Lumières ne trouvent pas leur origine au xviii siècle; quand elle ne viennent pas de l'Antiquité, elles portent les traces du haut Moyen Âge, de la Rennaissance et de l'époque classique. Les Lumières absorbent et articulent des opinions qui, dans le passé, étaient en conflit».7 Ideas, según Todorov, que implican autonomía, la finalidad humana de nuestros actos y la universalidad que quedará ligada a igualdad y, por tanto, a luchas que no han concluido aún, como la del feminismo. Con suma agudeza ha señalado Valcárcel que el feminismo es un «hijo no querido de la Ilustración».8 Una deriva de la razón crítico-emancipatoria, como nos asegura Cinta Canterla:9 todo el pensamiento contemporáneo, en suma, se forja en la quiebra de la razón ilustrada.

      La Ilustración, en fin, es nuestro pasado utópico, el lugar donde todos los futuros eran posibles. Por eso no podemos permitir el lujo de desdeñarla, de no saber de ella, de no admirarla y, por supuesto, de no poner toda nuestra atención crítica sobre ella.

      Por todo esto nos ocupamos de ellas. Y todo trabajo al respecto aún es poco.

      Las escritoras que tratamos, como la práctica totalidad de las autoras del xviii, no podrían recibir el título de ilustradas si entendiésemos dicho adjetivo en un sentido restringido, es decir, como partícipes directas del movimiento de la Ilustración, tanto de sus ideas más conspicuas como de sus instituciones o de sus espacios de sociabilidad más relevantes. Pero sí es lícito aplicárselo si consideramos este adjetivo en un sentido amplio: como una etiqueta secular, una etiqueta propia del siglo (del Siglo de las Luces), que llevaría implícita una idea fundamental de la Ilustración, piedra de toque del ideario ilustrado y que todas ellas comparten: la idea de que la educación, formal y literaria, contribuye al desarrollo del ser humano, y que las mujeres, en un plano de igualdad intelectual con los hombres, no son ajenas a esas posibilidades y a esas ansias de perfectibilidad que la educación y los saberes otorgan.

      No es, por tanto, la idea de Razón, un canon unívoco de racionalidad ilustrada lo que comparten esas escritoras, sino una noción más difusa, más amplia también. Una creencia firme en el desarrollo de las capacidades del ser humano en general y de las de las mujeres en particular, comprendiendo que estas (es decir, ellas mismas) se encuentran en una situación de profunda desigualdad con respecto a los hombres. Y partiendo de una noción elemental: la de la igualdad de capacidades físicas y morales con respecto a los hombres. Igualdad que en el xviii sigue siendo cuestionada, no solo como continuación de la querelle des femmes medieval, sino como muestra de una intensa misoginia presente tanto en las creencias populares como en el ideario ilustrado burgués. Y de ahí devendrá la incompleta aplicación del principio de igualdad (entre hombres y mujeres) una vez se haya producido la ruptura revolucionaria y se ponga en marcha todo el ciclo liberal-burgués que dará al traste con el Antiguo Régimen.

      Por ello no pueden ser llamadas feministas las escritoras de la segunda mitad del xviii sin caer en un grave anacronismo: el feminismo como reflexión articulada de la igualdad legítima entre hombres y mujeres nacería con una contemporánea, Mary Wollstonecraft, y su Vindicación de los derechos de la mujer, de 1792. Y como movimiento solo adquirirá entidad cierta (es decir, visibilidad, concreción en sus propuestas e incidencia real en el panorama social) en la segunda mitad del siglo xix. Sin embargo, todas serán conscientes de la situación de inferioridad de las mujeres en la sociedad de su tiempo.

      Las escritoras dieciochescas, singularmente María Rosa de Gálvez, pero de un modo especial también Inés Joyes y Josefa Amar, poseen una aguda conciencia de la minusvaloración de las mujeres en la sociedad de su tiempo. Una sociedad que las relega a un segundo plano, que les niega la constitución como seres autónomos incluso desde el punto de vista moral. De ahí las dificultades para articular nuevos espacios de participación pública, especialmente los campos de la literatura que son los que ellas van a transitar. La falta de una educación formal sólida y sistemática será vista como uno de las principales rémoras para esa participación en plena igualdad con los hombres. Paradójicamente, con su obra, estas autoras están participando ya, de forma activa y crítica, si bien limitada, en el espacio público de la literatura, en la llamada República de las Letras. De esa tensión entre su propia actividad intelectual y las condiciones reales de las mujeres de su tiempo darán buena cuenta en sus escritos.

      La actitud predominante en nuestras escritoras será la de una soterrada oposición, una rebeldía, entendida esta, más que como abierta sublevación, como resistencia ante la situación de las mujeres en la sociedad de su tiempo, un orden social que saben injusto. Pues no es sino fruto de unas estructuras de poder que llevan a las mujeres a ser la parte sojuzgada y a estar en franca desventaja en relación con el otro sexo. Actitud presente en María Rosa de Gálvez, creadora de potentes personajes femeninos como la poderosa reina africana Zinda, o la consciente Florinda, potentes desestabilizadores, en su acción dramática, de toda una serie de valores y prejuicios instituidos.

      No es tan perceptible, a primera vista, esta actitud en María Rita de Barrenechea. Y, sin embargo,


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