Escritoras ilustradas. Herminia Luque
única obra, Tragicomedia de los jardines y campos sabeos. Muy curiosa resulta la composición de la biblioteca de su marido (propiedad de ambos cónyuges, según Bolaños), en la que no falta Don Quijote de la Mancha (sic) ni multitud de obras de Lope de Vega, pero tampoco el Examen de ingenios de Huarte de San Juan o el De anatomía de Vesalio (p. 210 y ss.).
16 Hay editadas novelas de estas dos últimas en Entre la rueca y la pluma. Novela de mujeres en el Barroco. Edición de Evangelina Rodríguez Cuadros y María Haro Cortés (1999). Madrid, Biblioteca Nueva.
17 Durán López, 2003, 51.
18 Bolufer Peruga, 2008, 298.
19 Baranda Leturio, Marín Pina, 2014.
20 Cf. Margo Glantz, 1995.
21 Su hermano, Alonso de Verdugo y Castilla, también conde de Torrepalma, fue poeta y participó en la Academia del Buen Gusto madrileña y en la Academia del Trípode granadina, la cual presidía. Se casó con María Francisca Dávila Carrillo de Albornoz, nacida en Vélez-Málaga en 1733, quien fue presidenta de la Junta de Damas de Honor y Mérito, destacando por su interés en actividades filantrópicas y educativas. Valladares Reguero (2008) tan solo consigna una escritora giennense que vivió entre el siglo xvii y el xviii: sor Catalina María de San José, carmelita descalza de un convento de Úbeda.
22 Kirpatrick, 2006, 127.
23 Baranda, 2005, 129.
24 García Garrosa, 2004, 26.
25 Op. cit., p. 173.
26 Juan Bautista Cubíe (1768) cita a autoras como Ana Caro de Mallén, Feliciana Enríquez de Guzmán, Sor Juana Inés de la Cruz o María de Zayas; eso sí, junto a reinas, religiosas o mujeres nobles que destacaron por su prudencia o su mera afición a las letras, como Isabel la Católica o Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II.
27 Ramos Jurado, 2010, 333-334.
28 Como propone Marina Garcés (2017), una Ilustración actualizada; con «herramientas conceptuales que nos devuelvan la capacidad personal y colectiva de combatir los dogmas y sus efectos políticos», p.30. Para «hilvanar de nuevo un tiempo de lo vivible», p. 31,
ESCRITORAS ILUSTRADAS
literatura y amistad
1
Lana caprina.
La Naturaleza de las mujeres
En 1772, el escritor y aventurero veneciano Giacomo Casanova29 daba a la imprenta un opúsculo titulado Lana caprina. En él se burlaba, con gran eficacia, de las absurdas teorías de dos profesores de Anatomía de la universidad de Bolonia. Uno de ellos, Petronio Zechini, afirmaba en un libro que las mujeres dependían para todo del útero, órgano que las dominaba por completo. Y ese dominio incluía el pensamiento. El título de la obra no dejaba duda acerca de la influencia del útero: De la naturaleza dialéctica de las mujeres reducida a su verdadero principio. Es decir, el útero era la auténtica esencia de las mujeres, erigiéndose en «víscera pensante».
El otro profesor, Germano Azzoguidi, creía, por el contrario que no se había comprobado de ninguna manera que hubiera conexión ninguna entre dicho órgano y el cerebro de las mujeres, a pesar de que reconocía que el útero era una especie de animalillo con vida propia dentro del cuerpo de las mujeres. A la primera de las teorías, Casanova la llamó burlonamente «el útero pensante»; a la segunda, «fuerza vital».
Aunque el episodio posee el carácter pintoresco que cabría esperar en Casanova, no es en modo alguno una simple anécdota. Nos habla de un fenómeno que se está produciendo en el siglo xviii en el ámbito del conocimiento y que está redefiniendo a la mujer desde el punto de vista médico y antropológico. La filosofía y la teología habían definido desde la Antigüedad a la mujer como «ser imperfecto» o «animal imperfecto», en terminología aristotélica.30 Y esa concepción perdura aún a finales del siglo xviii. Así, en la comedia de Juan Pablo Forner La escuela de la amistad o El filósofo enamorado (1796), un personaje masculino exclama: «Nunca creí que una hembra/fuese un animal tan grato».31 Mas un personaje femenino es consciente de la injusticia de esos apelativos, diciendo:
Por su voluntad nos tratan
de animales imperfectos
y ellos que todo lo mandan
tienen arruinado el mundo.32
No obstante, será, en esta centuria, la ciencia la que establezca una redefinición del sexo femenino basada en la fisiología. Cinta Canterla nos muestra cómo se busca ahora «en la configuración del cuerpo las explicaciones de las capacidades de todo ser humano, especialmente las intelectuales, y que actualizó y dio nuevos bríos a teorías sobre la diferencia sexual que habían mantenido su vigencia desde el mundo griego».33 La Medicina y la Antropología describirán a la mujer como un ser distinto por naturaleza al varón, vinculando al cuerpo de la mujer y sus capacidades reproductoras, unas capacidades morales e intelectuales supuestamente inferiores. La naturaleza femenina, nos dice Mónica Bolufer, quedará definida por los filósofos-médicos, y no de un modo desinteresado, sino sirviendo a la perfección al nuevo modelo de mujer que requiere la sociedad burguesa. La ciencia se convertirá en legitimadora de una identidad femenina caracterizada por sus funciones reproductoras. El destino natural (ser madre) coincidirá con el orden social (prescripción de la domesticidad, repliegue hacia lo íntimo de la mujer en detrimento de su acción pública, lo cual incluye la participación política y las actividades profesionales):
La investigación anatómica y fisiológica vino a discernir en todas las características del cuerpo femenino, en las peculiaridades (amplificadas) del esqueleto, en la delicadez de los tejidos, en la sensibilidad del sistema nervioso, y, sobre todo, en la disposición de los órganos sexuales, los signos de la aptitud para la maternidad convertida no solo en posibilidad sino en destino, y las huellas de una especificidad moral.34
Las emergentes ciencias biológicas van a dar a ofrecer un sólido apoyo al nuevo modelo de mujer doméstica que se va perfilando. Como señala Amparo Gómez:
El cuerpo pasó a ser la realidad esencial, mientras que sus significados sociales y culturales, epifenómenos. El cuerpo sexuado se convirtió en campo de batalla de la redefinición de la antigua relación social básica entre hombres y mujeres, pilar de todo el orden social que se asentaba en ella.35
La mujer, entonces, no solo posee una constitución física determinada por las funciones maternales, sino que su salud psíquica está en estrecha dependencia de ellas. Si se aparta de su destino natural (y por tanto de una vida sedentaria y ordenada), sucumbiendo a los excesos de la civilización o la depravación de las costumbres, todo su organismo se desequilibra. Y surgen patologías como los «vapores», la «histeria» o los «flatos», descritos ampliamente en la literatura médica de la época, como en el libro de Josef Alsinet titulado Nuevo método para curar flatos, hipocondrías, vapores y ataques histéricos de las mugeres de todos estados y en todo estado. Dolencias ridiculizadas por María Rosa de Gálvez en su obra El matrimonio a la moda,36 donde Madama de Pimpleas pide el «succino», un preparado antiespasmódico.