Sangre eterna. Natalia Hatt
no poseían poderes de ofensiva. La pequeña comenzó a mover objetos con su mente, lo cual le causaba mucha diversión.
Su padrastro teorizó que la niña tenía solo un poder principal, y que este era copiar los de otras personas, lo cual explicaba que tuviera tantos. Sin embargo, lo que nadie podía comprender era su selectividad, ya que había poderes interesantes a los que había estado expuesta y no había copiado y, además, tenía habilidades a las que jamás había estado expuesta. Nadie descartó la teoría de Nikolav, pero la mayoría no hizo más que creer que el poderío de la niña nacía desde ella.
Entre los cuatro y los cinco años, desarrolló tres poderes más. Uno fue el de crear un doble astral, tal como lo hacía su madre; el otro, fue la habilidad de transformar su ya existente doble en cualquier animal que ella desease, al igual que lo había hecho su tía abuela Muriz. Por último, adquirió el de crear portales como su fallecida abuela Anja. Este poder lo desarrolló ni bien aprendió a pintar cuadros de manera casi perfecta, llegando a causar envidia en su madre, para quien aprender a pintar tan bien había resultado mucho más difícil.
A medida que la niña crecía, iba perfeccionando sus talentos. Todos a su alrededor la ayudaban a mejorarlos y sacarles el mayor provecho.
Pronto, Meredinn fue convirtiéndose en una hermosa doncella, y todos los jóvenes que alguna vez escucharon su nombre no podían dejar pasar la oportunidad de visitar el castillo de los reyes de los vampiros y de las hadas, para ver y conocer a la encantadora princesa, quien pronto cumpliría sus quince años.
Ese día hubo una fiesta en su honor en el enorme palacio, a la que diversas criaturas estuvieron invitadas. Todos se divirtieron y bailaron en exceso. Unos cuantos jóvenes prometieron su amor eterno a la princesa, aunque ella no demostró interés por ninguno. Siempre decía que lo sabría ni bien conociera a su príncipe azul, y todo el mundo le creía, porque todo era creíble viniendo de ella.
Luego de la fiesta, la princesa dijo que se acostaría a dormir. Su madre también tenía ganas de hacerlo, aunque las hadas no lo necesitaban. A pesar de eso, ellas dos siempre lo hacían cuando tenían la oportunidad. Lo que nadie sabía era que, muchas veces, ambas se encontraban en sueños, dentro de los mundos contenidos en los cuadros de Anja, o en los de Meredinn, porque era allí donde podían hablar en secreto sobre las cosas que nadie más debía saber.
—Hola, mami —dijo Meredinn al encontrarse con su madre en el cuadro donde habían acordado. Nunca había estado allí, ya que estaba prohibido, pero sabía que en ese lugar estaban guardados una gran cantidad de artefactos mágicos, incluido el legendario sable Stumik, que no le causaba nada de curiosidad, ya que solo había traído muerte cuando había sido utilizado, y un cuadro donde un famoso dragón estaba prisionero. Sobre lo que sí estaba interesada en conocer más era sobre este.
—Hola, Mere —la saludó Alejandra con una amplia sonrisa maternal—. Me alegro mucho de que hayas venido.
—¿Así que hoy iremos a ver a mi tío Ildwin?
—Sí —asintió su madre—. Le prometí que te llevaría con él cuando cumplieras los quince años.
—¡Me muero de ganas de verlo! —exclamó la joven, quien nunca antes había conocido a un dragón. Había escuchado que eran algo traicioneros, pero igual deseaba conversar con uno.
Se encontraban en una vieja ciudad en ruinas. El cielo se veía rojizo y parecía que llovería. Meredinn se quedó mirando a su alrededor.
—Esto es un poco tétrico —dijo. Alejandra le sonrió. Ella también había pensado lo mismo unos años atrás.
—Ven, sígueme —le indicó, mientras comenzaba a atravesar la ciudad.
A lo lejos se podía ver un castillo. Meredinn pudo reconocerlo como una réplica del sitio donde su padrastro Nikolav había vivido. Ahora ese lugar estaba casi deshecho, ya que no se había reparado después de las luchas por el poder de los vampiros, antes de que él fuera rey. Por eso, ahora el verdadero castillo no lucía muy diferente del que se encontraba dentro del cuadro.
Pronto llegaron allí y Alejandra condujo a su hija por un largo pasillo, hasta que bajaron unas escaleras y todo terminó en una monumental pared. Una vez allí, tomó la llave dorada que siempre llevaba consigo y abrió el portal frente a ellas.
Meredinn observó con asombro los tesoros que la gran habitación a la que entró ocultaba. En medio había un árbol añejo, pudo percibir la magia que de él provenía, pero no se atrevió a preguntar qué había dentro de este. No era ese el motivo por el que habían ido, lo único que les importaba en esos momentos era adentrarse en las profundidades del bello cuadro que de una pared colgaba, en soledad, sin adornos ni otros cuadros a su alrededor, como si eso fuera parte del castigo al que su habitante había sido sometido.
La joven sonrió al acercarse a la pintura, después de notar que, en el cielo colorido, se veía un formidable dragón verde en pleno vuelo.
—Está volando a nuestro encuentro —dijo Alejandra con una sonrisa—. Ve, niña, y conoce a tu tío.
—¿Tú no vienes? —preguntó Meredinn, un tanto desilusionada.
—No —replicó su madre—. Irás sola, pero yo te esperaré aquí afuera. No me moveré de este sitio.
—Muy bien. Nos volveremos a encontrar aquí —aceptó, y depositó un beso en la mejilla de su progenitora, antes de marcharse.
Como se encontraba en su cuerpo astral, no tuvo necesidad alguna de abrir el portal que conducía al interior, ni de desdoblarse para entrar en él. Tan solo debió mirarlo y enfocarse en su interior; en cuestión de unos pocos segundos, estaba dentro. Tal como lo había lo visto desde el exterior del cuadro, el dragón estaba volando con gracia y soltura, en dirección a ella, hasta que aterrizó a su lado, con una amplia sonrisa en su magno rostro de bestia.
Se quedó mirándolo con asombro, pues era un ser magnífico. Luego, se distrajo con el paisaje a su alrededor. Era un lugar muy bello: un campo verde con un lago multicolor en el centro y varias montañas a lo lejos, montañas que no sabía si eran reales en ese sitio o mera decoración. Su belleza equiparaba a la del hogar de las hadas. Pensó que su abuela debía de haber sido cuidadosa al construir la prisión para su propio hermano.
—Hola, Meredinn —la saludó el dragón, al captar una vez más su atención—. Te he estado esperando.
Ella sonrió. Le surgieron deseos de abrazarlo o pedirle que le diera un paseo encaramada en su lomo, pero decidió que ya tendría tiempo para esas cosas.
—Hola, dragón. Yo también he sentido muchas ganas de conocerte. —Le sonrió con calidez.
—Ese es el espíritu —respondió él—. Mira, estarás viniendo aquí una vez al mes durante un par de años. Tendremos tiempo para muchas cosas. Tengo mucho que enseñarte y mucho que ayudarte a recordar... Será un largo trabajo. —Se quedó mirándolo con asombro.
—¿Cosas por recordar? Yo tengo una muy buena memoria.
—Pero no de tus vidas pasadas, mi pequeña princesa —dijo él entre risas—. Yo te ayudaré a recordar tus vidas más importantes. —El rostro de la muchacha se iluminó. No había idea que le resultase más atrayente que esa.
Y así fue como el entrenamiento comenzó. Ya en el primer día, Meredinn recordó en parte los tiempos en los que todo era diferente, en los que ella era líder del grupo de Guardianes del Tiempo y del Espacio; también descubrió que conocía en persona a ese grupo de guardianes que la habían acompañado en la Atlántida. No eran más que su madre Alejandra, su abuela Anja, su tía Lilum, su media hermana Rudith, su padre Juliann, su padrastro Nikolav y sus dos tíos, Ildwin y Kevin.
Los recuerdos fluirían en sus sueños o regresarían en otras ocasiones en las que Meredinn visitaría a Ildwin, con quien llegó a formar un fuerte vínculo.
Aprendió rápido todo loque este debía enseñarle. En cuanto llegara a los dieciocho años, ya estaríalista para comenzar la misión por la que había