Sangre eterna. Natalia Hatt

Sangre eterna - Natalia Hatt


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la hermosa vista de la torre Eiffel que le ofrecía una pintoresca plaza, en la que se había sentado hacía cinco minutos. Se encontraba recorriendo el plano humano desde el mes anterior, y aún no tenía ganas de regresar a su hogar.

      Le parecía fantástica la diversidad y riqueza cultural de los humanos. Ni siquiera en el místico mundo de las hadas había tanta variedad de cosas para ver y hacer; como ella había crecido allí, ese mundo ya no la maravillaba demasiado, pero el de los humanos sí.

      Había visitado desde pequeña el plano de los ángeles y, por supuesto, había pasado mucho tiempo en el plano de los vampiros, mas ninguno era para ella como el mundo en el que ahora se encontraba: tan vasto, tan rico en cultura, con una gran variedad de comidas y artes. Era impresionante como, a pesar de su ignorancia respecto a otras realidades, los humanos podían imaginar semejante belleza plasmada en formas artísticas.

      Nadie sabía que había salido de viaje. Ella, en realidad, se encontraba en el palacio real, durmiendo una siesta de una hora o dos. Era la época del año en la que el tiempo corría más lento en el mundo de las hadas. Un par de horas allí equivaldrían alrededor de un mes en el mundo humano. Si hubiese escogido otra época del año para visitarlos, no podría haberse quedado por más de un par de minutos, ya que su cuerpo físico despertaría, arrastrando a su doble astral consigo.

      Su habilidad para transportarse en forma astral al lugar que deseara estaba tan desarrollada que no necesitaba ayuda de cuadros, o de ningún otro elemento visual, para poder ir allí. Su sola intención bastaba. Y eso hacía siempre que dormía; iba a los lugares donde quería ir y se entretenía el mayor tiempo posible. En este caso, un mes en el plano humano había equivalido a una sola siesta.

      Estaba por levantarse de su lugar, con la intención de dar una vuelta más por la ciudad de París antes de volver a su cuerpo, cuando un chico de cabello oscuro, alto y apuesto, un poco mayor que ella, y poseedor de la sonrisa más encantadora, se sentó a su lado. Meredinn se sorprendió cuando el extraño se dispuso a conversar, dado que no era costumbre de los humanos hablarle a quienes no conocían, pero algo la impulsó a quedarse. De hecho, al intentar leerle la mente al moreno y no poder lograrlo, la curiosidad la invadió, así que decidió averiguar más sobre él.

      —Bonsoir, Mademoiselle —la saludó. Sus ojos emitieron un brillo especial al establecer contacto visual con ella.

      —Bonsoir —respondió, hablando un francés perfecto, sin poder evitar devolverle la sonrisa.

      —¿Le molesta que me siente junto a usted? —preguntó él—. La vista desde aquí es bellísima, aunque más bella es usted. —Meredinn se sonrojó.

      —Por favor, no me llames usted —pidió.

      —¿Cómo te llamas?

      —Meredinn. Me llamo Meredinn. —Se dio cuenta de que haber dicho su nombre real podría causarle graves problemas. Las hadas no debían dar su nombre real a un desconocido, mucho menos sin saber sus verdaderas intenciones. Por lo general, se hacía llamar Meredith, que era similar al suyo.

      —Qué nombre extraño —opinó él—. De hecho, nunca lo he escuchado.

      —¿Y tú cómo te llamas?

      —Louis —contestó.

      Sus ojos verdes hablaron más que él al mirarla, pero ella no se atrevió a observarlo mucho. Ildwin le había enseñado varias técnicas para recordar sus vidas anteriores, y una de ellas era mirar a los ojos de una persona para descubrir su relación con esta en el pasado. Al mirar a ese extraño sabía que tendría un recuerdo de la nada si lo contemplaba durante demasiado tiempo. Decidió apartar la vista.

      —Tienes los ojos azules más bellos que jamás haya visto —dijo él. Estaba ligando, pero Mere no podía dejar de sentirse halagada. Claro está que él no era el primero en decirle eso, tenía muchísimos pretendientes en todos los planos en los que había puesto pie..., hasta en el de los ángeles.

      Meredinn era tal vez la chica más bella que hubiera pisado la Tierra, no tanto por sus atributos físicos, sino por la pureza de su alma. No podía dejar de atraer hombres y mujeres por doquier, gracias al carisma que emanaba. No tenía cómo pasar desapercibida.

      —Gracias —le dijo ella—. Tus ojos también son muy bonitos.

      Intentó leer sus pensamientos otra vez, pero no lo logró y fue frustrante. ¿Acaso su poder estaba fallando? ¿Por qué no podía hacerlo? ¿Podría ser que él tuviese poderes psíquicos? Había conocido un par de seres con habilidades capaces de bloquear algunas de las suyas, pero ninguno había sido un humano. Ese sería el primero y era razón suficiente para que su curiosidad creciera en forma desproporcionada.

      —¿Puedo invitarte a tomar un café? —preguntó él. Ella no pudo resistirse. Aún le quedaban unas horas para pasear por París. No haría daño a nadie si tomaba un café con ese intrigante chico.

      Louis se levantó y le ofreció su brazo. Era un caballero. Caminaron juntos hasta una cafetería justo frente a la misma plaza. Se sentaron enfrentados en una mesa en el exterior. Meredinn se sentía nerviosa, era como si grandes mariposas estuvieran revoloteando dentro de su estómago, un sentimiento que ningún chico le había provocado antes. Sin embargo, tenía una misión, y era consciente que no era el momento apropiado para romances

      —¿Qué haces de tu vida? —preguntó él, mientras miraba la carta que el mesero le había entregado.

      —Viajo por el mundo.

      —¿Niña rica, eh?

      —Algo así —dijo ella. Le sonrió y no dio mayores explicaciones—. ¿Tú qué haces?

      —También viajo, pero no por placer.

      —¿Eres hombre de negocios? —Louis sacudió su cabeza.

      —No. Soy un mensajero privado. Entrego paquetes en todas partes del mundo. Es un servicio secreto, por lo que debo tener mucha reserva.

      —¿Eres de aquí? —preguntó, cada vez más intrigada.

      —No, no lo soy.

      —¿De dónde, entonces?

      —De todas partes y de ninguna.

      Meredinn cambió al inglés para probar qué tan bien lo manejaba.

      —¿Cómo se entiende aquello?

      —Es difícil de explicar —dijo él en un inglés tan perfecto como su francés.

      —Inténtalo —insistió ella.

      —Lo haré en nuestra próxima cita —prometió con una sonrisa pícara.

      —¿Próxima cita, eh? —cambió al español—. No pensé que esto fuera una cita.

      —Pues resulta que sí lo es —dijo él en un español, también perfecto. Ella no dejaba de asombrarse.

      —¿Qué haces en Francia? —preguntó, luego de pedir un capuchino grande.

      —Vine a entregar un mensaje importante.

      —¿Y qué te ha hecho detenerte a coquetear con una desconocida? —Él se mantuvo en silencio, con una gran sonrisa en el rostro.

      —Eso lo tendrás que descubrir más tarde, preciosa.

      Tanta intriga comenzaba a molestarla. Necesitaba más respuestas de parte del chico.

      —No sé si habrá un más tarde —contestó ella—. Esta noche me voy de aquí.

      —¿A dónde vas?

      —A casa.

      —¿Dónde es tu casa?

      —En un lugar cercano, pero muy lejano a la vez —le dijo, contenta de ser ahora la que causaría intriga.

      —Hmm..., suena a algo que deberé descubrir la próxima vez, ¿no? —comentó él, bebiendo el café negro y sin azúcar que


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