Sangre eterna. Natalia Hatt

Sangre eterna - Natalia Hatt


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más, era el dios de la oscuridad y del inframundo, de la morada de los muertos antes de reencarnarse en otros cuerpos mientras eran juzgados para establecerse su castigo o recompensa.

      Ares, hijo de Zeus y Hera, era el dios de la guerra, de la violencia, de la fuerza bruta, del tumulto, la confusión y los errores en las batallas. Incluso sus padres odiaban a este personaje salvaje y sanguinario, uno con el cual Meredinn no deseaba encontrarse jamás.

      Hermes, hijo no legítimo de Zeus, era el dios mensajero, de las fronteras y los viajeros que las cruzan, del ingenio, de los inventos y de los poetas, de los ladrones y los mentirosos también. Era un dios astuto, guardián de las puertas, jefe de los sueños y espía nocturno. Había enseñado a los humanos el arte del comercio, los inventos y las relaciones sociales. ¿Era posible que este dios fuera Louis? Meredinn no podía dejar de pensar en esa posibilidad, aunque si era así, no podía evitar sentirse celosa por la enorme descendencia que se le atribuía a ese dios, con diversas diosas y no diosas. Eso no le gustaba nada, esperaba que su dios no fuese ese sino un descendiente.

      Hefesto, hijo de Hera, era el dios del fuego y la forja, de los herreros y los artesanos, los escultores, los metales y la metalurgia. Era cojo, lisiado y terriblemente feo. Su temperamento tampoco pronosticaba nada bueno.

      Afrodita, nacida del mar, era la diosa del amor, la lujuria, la belleza, la sexualidad y la reproducción. Ella podía hacer que cualquier hombre se enamorase de ella con solo poner sus ojos en él. Se decía que estaba casada con el horrible Hefesto, aunque le era infiel, especialmente con el dios de la guerra, Ares.

      Atenea, diosa virgen e hija favorita de Zeus, era la diosa de la guerra, la civilización, la sabiduría, la estrategia y las artes. Ella nunca se casó ni tuvo amantes. Era una guerrera invicta, incluso contra el dios Ares.

      Apolo, hijo de Zeus, se conocía como el dios de la luz y del sol, de la verdad y la profecía, de la medicina y la curación, la música, la poesía y las artes. Así también como sanaba, podía causar la enfermedad en las personas.

      Artemisa, hermana melliza de Apolo, era la diosa de la caza, del arco y la flecha, de los territorios vírgenes, de los nacimientos, la virginidad y las doncellas.

      Por último, pero no menos importante, Dioniso, hijo de Zeus, era el dios del vino, del teatro, de la locura ritual y el éxtasis.

      Meredinn se aseguró de tener bien catalogados en su mente a cada uno de los dioses, para así tener claro lo que podía esperar de cada uno de ellos. Conocía algunos dioses más, como Heracles, Perseo, Perséfone y Adonis, pero mucho de lo que se sabía acerca de ellos era mera ficción, o había sido exagerado por los griegos de la época en que los dioses aún se relacionaban con los humanos. Mucho habría cambiado en su mundo durante los últimos tiempos; Meredinn no podía siquiera imaginarse con qué podría llegar a encontrarse allí.

      Mientras estaba aún recostada, sumida en sus pensamientos, escuchó un revoloteo en su ventana; sus blancas cortinas se movían y ella sacudió su cabeza.

      —Vale. Ya sé que estás allí, Karel. No es gracioso, ¿sabes? Karel comenzó a reírse conforme se materializaba.

      —Ya no puedo sorprenderte más, pero no deja de ser gracioso para mí —dijo el joven ángel, acercándose a ella.

      Karel era un ángel un tanto inmaduro. Había sido un hada adolescente al morir, por lo que había llevado consigo su inmadurez al convertirse en ángel. Era el mejor amigo de Meredinn, además de su hermana Judith, y lo bueno era que, de sus amigos, era uno de los pocos que no estaba enamorado de ella. Él era bastante apuesto. Aparentaba unos diecisiete años, tenía el cabello del color del trigo y los ojos de un tono miel. Era un muy buen compañero, aunque tenía la costumbre de aparecerse en los momentos y lugares más inapropiados.

      —¿No tienes nada que hacer? ¿Qué tal tu humano protegido?

      —¡A-bu-rri-do! —dijo él, al tiempo que cruzaba los brazos—. Además, sabes que puedo volver al instante en el que lo dejé, así no daño a nadie si me quedo un rato por aquí a molestarte.

      Era cierto, los ángeles podían cambiarse de dimensión a su antojo y luego volver a la anterior al mismo minuto, como si nunca hubieran estado fuera. No podían viajar en el tiempo, ni estar dos veces en el mismo lugar, pero sí podían volver a un lugar en el momento exacto en el que lo habían dejado, lo cual les permitía tomarse algún descanso de tanto en tanto, sin descuidar a sus protegidos humanos.

      —¿Qué hacías? —preguntó Karel, sentándose a los pies de Meredinn.

      —Hmm, dormía —respondió el hada.

      —¿Y qué hacías mientras dormías?

      —Pues visitaba Francia —le contó. Además de no poder mentir, no le molestaba que su acompañante lo supiera.

      —¿Y eso? —preguntó él, tomando la tarjeta de invitación que aún estaba en la falda de Meredinn. Karel abrió sus ojos bien grandes al leer el mensaje en su interior—. ¡Wow! No puedo creerlo. ¡Los dioses del Olimpo te han invitado a una fiesta! ¿Irás?

      —Claro que iré —contestó—. No podría perdérmelo por nada del mundo.

      —Oh... Es justo después de tu cumpleaños.

      —¿Qué hay con eso? —preguntó ella, fingiendo no saber lo que él estaba pensando.

      —Pues eres una princesa hada, y es sabido que al cumplir los dieciocho puedes comenzar a recibir propuestas oficiales de matrimonio, de entre las cuales deberás elegir una.

      —¿Y?

      —Me parece que uno de los dioses, o más de uno inclusive, está interesado en pedir tu mano. —Meredinn comenzó a reírse a carcajadas.

      —¿Un dios enamorado de mí? Estás loco, Karel.

      —No te creas. No sería la primera vez que un dios toma una esposa de otra especie. Cada tanto necesitan renovar la sangre. ¿Y qué mejor que una princesa hada con tan bella y con tantos poderes como tú?

      —Igual, no lo creo —dijo quitándole importancia al asunto—. No pienso casarme tampoco.

      —Pues algún día deberás hacerlo o terminarás siendo causante de una gran guerra. —Meredinn frunció el ceño.

      —Cállate. —No le gustaba oír hablar de la palabra guerra.

      —Es cierto. Un hada tan bella y poderosa como tú, con tantos pretendientes como ya tienes, no debe demorarse demasiado en elegir a la persona con la que quiere estar. Los pretendientes seguirán sumando hasta que la cuestión se vuelva incontrolable y ellos decidan tomar las cosas por sus propias manos.

      Ella sacudió su cabeza.

      —Eres demasiado pesimista para ser un ángel.

      —Es cierto —dijo él—. Cambiando de tema, ¿puedes llevar compañía al baile?

      —No tengo idea. Aquí no dice que pueda o no.

      —Yo que tú iría con alguien. —Meredinn soltó una carcajada.

      —¿Crees que no puedo protegerme sola?

      —Protegerte puedes, pero deberías ir con alguien. Por ejemplo, yo.

      —Sigue soñando.

      —Por favor, siempre he soñado con conocer el mundo de los dioses.

      Dejó salir un suspiro.

      —Está bien, Karel. Pero, ¿no se supone que los ángeles no van a fiestas?

      —¿Quién dijo que no podemos? Mientras no sea con los humanos, todo está permitido para nosotros. No seas aguafiestas.

      —Bueno, está bien, amigo. Te llevaré conmigo.

      Karel estaba feliz y no demoró demasiado en volver a irse, seguro a presumir con sus colegas que iría a una fiesta de dioses.

      Meredinn se levantó y salió de su habitación.


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