Panaderos. Nicolás Meneses

Panaderos - Nicolás Meneses


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que tengo en la mano derecha. Me he cortado en varias ocasiones la yema de los dedos. En la mañana me apreté la muñeca izquierda al cerrar apurado la cámara de calor. Cada vez que alguien se corta las manos no puede seguir trabajando sin ponerse un guante de látex. A mí me ha tocado dos veces y mi mano termina pálida por la transpiración. Me cambio de guante cada una hora para airear mis dedos. Entremedio, el Jorge llega con el canasto verde del supermercado y trae jamonada, queso mantecoso, un kilo de margarina Sureña, tres néctares y un agua mineral San Francisco. Cada uno saca su pan preferido, se hace un té o un café y nos vamos a la sala de descanso. Agarro confianza: saco una dobladita y una coliza peruana. Los panaderos son los únicos que pueden comer pan especial en el supermercado. Ni los administrativos tocan otros cajones que no sean de hallulla o marraqueta.

      Me gusta más cuando nos quedamos a comer en la panadería. Usamos las bandejas de pan como asiento y nos movemos con más confianza. La gente nos mira curiosa desde el pasillo de pastelería mientras alguien hace alguna payasada. El Jorge no para de hablar y tirar tallas. Le recuerda al Yona la vez que lo pillaron comiendo hamburguesas robadas del pasillo de la carne. Cuando el supervisor le pidió que pagara la mercadería, él salió corriendo como un niño diciendo “¡no quiero, no quiero!”. O la vez que el Kano quemó un carro de pan y de lo nervioso que estaba abrió el extinguidor y le apuntó al Pipe y al Jorge y los dejó llenos de polvo y tuvieron que cerrar la panadería durante el día. Cuando se ríe el Jorge se pone colorado y los cabros, para vengarse, le gritan a coro “está chistosa la Peppa Pig”. Y cuentan cuantas veces ha fracasado tratando de conquistar a las cajeras.

      Acompaño a mi mami al poli. Esperamos una hora para que la atiendan. No había nadie más en el pasillo. Entramos en el box. El doctor le da analgésicos y le recomienda más reposo. Que no intente hacer las cosas solo con un brazo, que pida ayuda. Me mira. Asiento en silencio, no quiero interrumpirlo. ¿Acaso no tiene marido que la ayude con las cosas de la casa?, pregunta el doctor. Pero don Julián, dice mi mamá, mi marido perdió una mano en la panadería. Como se atendió en la Mutual, la terapia se la hicieron allá, por eso en el poli no lo saben. No se preocupe doctor, le digo, yo trabajo, pero está mi hermana que puede ayudar en la casa. Cuide a su mamá, cuídela harto, me dice mientras anota algo en una hoja y me la pasa como si fuera el apoderado. Cuando salga, haga pasar al otro paciente, me pide. Le abro la puerta a mi mami y nos vamos.

      En la casa le digo que yo haré aseo al patio mientras ella está con reposo. La Coni no sabe cocinar y el papá tampoco, así que no podemos reemplazarla ahí. Al menos mi hermana le ayuda picando las verduras y moviendo los trastos. Estamos acostumbrados a hacer todo solos, pero ordenar la casa en grupo es divertido. Se parece en algo a trabajar con los cabros, solo que la mami no es tan pesada y la Coni se dedica más a escuchar que a otra cosa. El papá pasa casi todo el día afuera, nadie se atreve a pedirle que ayude en la casa. Él tampoco nos pide ayuda en su trabajo en la feria. A veces pienso que es un inquilino que tenemos en la casa, casi un extraño que en cualquier momento tendrá que irse con su familia. Pero a veces anda de humor y trae comida de afuera, algo que encontró barato en la feria o nos cuenta alguna anécdota que le pasó y se pone a recordar, y la mami le sigue el ritmo y terminamos conversando hasta bien tarde sin prender la tele. Todo un milagro.

      Mi mami siempre me encuentra parecido a alguien de la tele. Ayer me dijo que tenía un parecido al marido de Selena, la cantante. Busqué fotos en Google y pensé por enésima vez de dónde sacará tanta imaginación. A la Coni le dijo que se parecía a una actriz de Pasión de gavilanes. Cuando se me escapó la risa, mi hermana me pegó un codazo. Ella se fue a matricular hace poco y viaja casi dos horas de ida y vuelta al instituto. Tiene casi el mismo horario que el papá.

      Son monos lampiños, pequeños, gnomos o duendes. No mis compañeros. Esos enanos barbones que veía en ­Blancanieves de vez en cuando con mi hermana en un VHS. La encontraba fome, los enanos trabajan en unas minas de diamantes y la princesa se quedaba en la casa haciendo aseo con los animales del bosque. Me daba mucha risa que los ratones, ciervos y ardillas la ayudaran a hacer el aseo. El Boby, nuestro perro, nunca ayudó en nada. Todo lo contrario. A mi hermana le encantaba esa película, por eso nunca le apagué la tele ni le escondí el control, como solía hacerlo cuando se afanaba con las teleseries. Me pedía que la acompañara a verla, así que me sentaba con ella y escuchaba sus explicaciones de la historia, el asunto de la manzana, el beso del príncipe y la preocupación de los enanos. La panadería no se parece a una mina de diamantes. Ya quisiéramos. Tampoco mis compañeros tienen la chata y recia apariencia de esos monos, aunque en el otro turno esté el Chico Gómez y nunca sobre un apodo para molestarlo. Me costó recordarlo, me parecía extraño, pero después me causó gracia. En los camarines, uniformados y listos, el Yona sale seguido del Kano, el Pipe y el Juan, tarareando la misma melodía que los siete enanitos entonan para ir a trabajar. Es algo así como: ¡Ay jo, ay jo, cavar, cavar, cavar! En vez de las picotas al hombro llevan sus mochilas a sus casilleros y cambian la palabra “cavar” por “sobar”. Es un espectáculo. Yo también me sumé: ¡Ay jo, ay jo, sobar, sobar, sobar!

      Día viernes. Nubarrones por la mañana y harto calor por la tarde. De los extractores entran rayos de sol y pienso que se cumple la profecía del Yona: la semana se fue volando como las polillas que nacen y se crían en los cúmulos de harina acumulada dentro de las máquinas. Me distraigo con ellas mientras aprendo cómo se fabrica pan. Recupero el tacto de la masa, manoseo la harina. Me enfundo en la mascarilla para no aspirar tanto polvo y agarrar el cáncer del pan: la sinusitis. Empiedro. Agarro ritmo. Como dicen en los animés de deporte, “la masa se ha vuelto una extensión de mi mano”. Estoy listo. Pasé el nivel. El Yona lo confirma ese mismo momento porque me llama y enseña a operar la máquina cortadora. La miro como si nunca la hubiera visto hasta ese momento: un mesón motorizado con una cinta que avanza cortando el pan. Sigo sus instrucciones para manejarla: primero espolvorear la tira de masa en la cinta para que las hallullas no se peguen en el molde. Luego encender el motor, apretando un botón lateral para que la cinta corra. Cuando entra en el picador, levantar la canaleta que protege del contacto con los rodillos en funcionamiento. Automáticamente la cinta para y con las manos se debe evitar que la masa se enrede, cosa que salga lista y se puedan recoger las hallullas y empiedrarlas. Me concentro en la masa arrastrándose como serpiente a ras de suelo. En mi cabeza, como un rezo, repito: por favor que no se pegue en el picador, por favor que no se pegue en el picador, por favor que no se pegue en el picador. Dios me escucha. Trato de mejorar mi coordinación para detener la cinta. Cuando no se alcanzan a recoger las hallullas del otro extremo, ayudo a apilarlas para desocupar y seguir cortando. Así pasan tres quintales por la cinta hasta la hora de colación. La maquinaria acelera la producción el triple. Nada que ver con cortar el pan con los moldes manuales. No se depende de la fuerza y aguante del panadero. Se depende de un motor. El pan lo hacen las máquinas, nosotros las asistimos. Paramos. Voy al baño. En el espejo, noto mis brazos rociados con harina, pero mi delantal está limpio. Lejos de las latas, el trabajo es más higiénico. Empuño la mano y me amenazo en el espejo, pobre de vos si te portái mal, pobre de vos si caes en la distracción. Reviso mi celular y encuentro dos llamadas perdidas de mi mami. Tranquila, no me pasa nada, no me pasará nada, le respondo. Le mando una selfie por el WhatsApp. Soy un superhéroe de capa blanca, le escribo. La marraqueta es mi pastor.

      DEPARTAMENTO DE PREVENCIÓN DE RIESGOS

RIESGOS EXISTENTESCONSECUENCIASMEDIDAS PREVENTIVAS
Atrapamiento por máquinas, equipos o instalaciones*Heridas*Contusiones*Fracturas*Hematomas*Amputaciones1. Se tomarán las medidas necesarias a objeto de evitar ser atrapado por máquinas o equipos, todos los cuales deben poseer sus protecciones respectivas.2. En máquinas con partes en movimiento, deberán extremarse las precauciones y conservar permanentemente las protecciones, dispositivos de seguridad y métodos de trabajo correctos, evitando de esta forma posibles accidentes.3. Toda intervención de la maquinaria que presente transmisiones (correas, poleas, huinchas, etc.) se realizará con la máquina detenida y desconectada del sistema de alimentación eléctrica.

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