Nada importa. Jesús Terrés
la vida no entiende de cautelas. Ve al cine, corre sin más meta que correr y perdona hasta casi lo imperdonable: tendrás que empezar por ti mismo. Olvida los desengaños (no los tapes, pero tampoco dejes que te ahoguen, porque es lo que hacen) y deja estar a los dementores —la gente tóxica lo es porque tiene espacio. Y el tuyo es infinito—. Sé breve, sé amable. Recuerda que uno se define por lo que hace, pero también por lo que siente: no tengas miedo.
Cosas que no he hecho
Son tantas las cosas que no he hecho y que he mantenido cobijadas, bajo la manta, sin saber muy bien por qué. Pero queman; quizá porque duelen ahí encerradas, porque atormenta el runrún de las cosas que no hiciste. Y que quizá nunca hagas. Pero qué narices, «alta la fe y el corazón en punto» y las cartas, sobre la mesa:
Pasar página. Acabar de una vez La broma infinita, ser padre, viajar a Tokio, un nigiri en la barra Jiro Ono, comer en la Osteria Francescana, cuidar (de verdad) a mis amigos. Decir que no —sin remilgos—, adoptar un perro, un verano en Sicilia, escribir un cómic y contarle despacito a mi madre que, por poco que la vea, si un día me falta, muero. Comprar un original de David Mazzucchelli, vivir en La Viña, meditar sin prisas, cruzar el Loire en barco (Comté y Chenin Blanc en la cubitera, muchos hielos, ningún apremio), vivir un puñado de meses en un hotel y, por qué no, correr cuarenta y tantos kilómetros. Ir al London Jazz Festival, a un concierto de Amos Lee; controlar las expectativas, follar en un ascensor, Treme de David Simon, Menorca en invierno y toda la filmografía de Ozu. Camarón hasta lo más hondo, aprender a pescar, vivir con panache (bravura modesta, vitalidad y sentido del humor frente a la adversidad, que decía Cyrano de Bergerac) y perdonar sin reservas. Tantas cosas.
¿Empezamos?
Por qué seguir
Cambios. A lo largo de las últimas semanas han fallecido en mi entorno cercano dos personas; gente que quiero se me va fuera y crecen aquí dentro (tras la coraza). Más preguntas sin respuesta, esas que medran despacito tras el silencio; esas que no llevan a ningún sitio. Esas que son precisamente las que mejor te definen, y precisamente hoy un buen amigo me ruega unas palabras, negro sobre blanco. La respuesta a una pregunta: «¿Por qué seguir?». Tan fácil, tan difícil. Por qué seguir.
Imposible no arrancar este desarme con el recuerdo de aquella secuencia de Manhattan (1979) que tantos tenemos tatuada en el recuerdo. Woody Allen recostado en el sofá frente a una grabadora, un casete y la pregunta, tan sencilla que duele: ¿Por qué merece la pena vivir? «Groucho Marx y Willie Mays; y el segundo movimiento de la “Sinfonía Júpiter”; y la grabación de “Potato Head Blues” por Louis Armstrong; y las películas suecas; y La educación sentimental de Flaubert; y Marlon Brando, Frank Sinatra, las fabulosas manzanas y peras de Cézanne, los cangrejos de Sam Wo, y el rostro de Tracy…».
Cézanne, sin duda, es un motivo por el que seguir (¿recuerdas la exposición en el Thyssen?). Recuerdo también, todavía, el callejeo sin rumbo aquella tarde de abril, el sonido de los pasos por Huertas y Echegaray hasta plaza Santa Ana; el eco de las voces frente al Pombo. Y sobre nosotros, el cielo de Madrid.
Por qué seguir. Por los colores del otoño; meses de recogimiento y curiosidades. Meses colmados de melancolías, vinos viejos y reencuentros; el otoño es la estación de la memoria y por tanto de aquel inmenso Love Songs de Chet Baker.
La gastronomía, la vida en torno a una mesa; los platos de cuchara, las sopas y la caza. Es momento de volver al arroz con trufa y setas de Arzábal, el tuétano en Askua o las mollejas de Alabaster. ¿Imaginas una mejor razón que el olor de la trufa?
Por los libros que no has leído. Ahora, más que nunca, hay que recordar a Carmen Balcells, culpable de tantas lecturas; «Quiero que el mundo sea grandioso», decías. Culpa tuya fueron Cortázar, Vázquez Montalbán, Gil de Biedma, Marsé o Delibes. Cada vez me gusta más Delibes, cada vez me gusta más su lenguaje contenido, sus paisajes y su compromiso inquebrantable por ninguna palabra de más. «El único escritor sin pose de escritor», Miguel era una escopeta y un cigarrillo.
Por ver de nuevo Tierras de penumbra, Dublineses, La última noche y Amour; la ternura de la doctora Melfi en Los Soprano y el silencio atronador en A dos metros bajo tierra. «Ozymandias», quizá la cuarta temporada de Mad Men y el último episodio de Hannibal. Live at Red Rocks, Camarón en el Cirque d’Hiver de París con Tomatito y, por qué no, 1989 de Ryan Adams.
Por la emoción ante el siguiente viaje. Por cada una de las marcas y las deudas (las de la piel, las otras sencillamente se pagan) tras cada marcha, tras cada maleta abierta sobre tu cama; «Travel changes you. Life —and travel— leaves marks on you. Most of the time, those marks are beautiful. Often, though, they hurt».
¿Que por qué seguir? Por los besos largos y húmedos, los abrazos sinceros y el calambre, la angustia de las cosas que aún no han sido. Por la fe en las personas que merecen la pena. Porque estás aquí, porque aún nos quedan cosas que decir. Porque es «Time to get drunk! On wine, virtue, poetry, whatever!». Porque hay tiempo —de levantarse, de mirar, de perdonar—; de dejar atrás el miedo.
¿Por qué seguir? Porque es momento de equivocarte, escribir y bailar sin descanso. De pagar otra ronda y ahogar este gris con todos los colores del mundo.
Elogio del domingo tarde
Siempre pensé que libertad de no moverse, la libertad de no tomar partido ni alzar la copa cuando algún tarugo exige un brindis es la más sagrada de las libertades. La libertad de no elegir, de meter la cabeza bajo la almohada y plegarse a aquel «I would prefer not to» de Melville en Bartleby, el escribiente. La misma apatía que reina cualquier domingo tarde apático, porque el domingo nadie espera nada de nosotros ni el mundo exige de ti más que silencio.
Quizá por eso mismo el domingo tarde es terreno pantanoso para tanto ruido y para ese ejército de braceros anónimos que abarrotan cada rincón de cada calle virtual de cualquier red social a la que decidas asomarte: ¡Opina! ¡Mójate! ¡Escúchame! ¡Pelea!
Empieza a cansar tanta ambición y tanta tensión constante, tanta guerra no elegida; tanto lunes por la mañana. Pienso un poco como Antonio Muñoz Molina: «Nunca hemos vivido días así. Tenemos miedo a mirar las noticias en el teléfono móvil y abrimos con alarma el correo electrónico. Ponemos la radio con urgencia y con aprensión, con la certeza de que vamos a recibir un sobresalto. Leemos artículos y escuchamos voces buscando información, o algo de tranquilidad, o respiro, o esperanza, y rara vez encontramos algo que no sea desolador o alarmante».
No hay lugar para el «déjame pensarlo» ni mucho menos para ese «ya lo haré mañana» tan de cualquier domingo de cualquier otoño, tantos maravillosos domingos entre la resaca y el abandono. Estoy hablando de los domingos de café, prensa y revista; de este dulce aburrimiento, de pasar el día en la cama o, mejor (infinitamente mejor), entre el sofá, las sábanas y la deserción. Sin más tú que tú mismo ni más batallas que las elegidas, («¿Seguirá pensando en mí?»). Los domingos tarde de HBO, las botellas vacías y la casa por hacer; de Iván Ferreiro y Love of Lesbian, de Peaky Blinders, Tierra de campos de David Trueba y de tantos libros por leer; ¿en serio crees que la vida es lo que sucede fuera?
¿En qué momento dejamos que el fragor entrase en nuestra casa y nuestra intimidad se cobijara bajo el ruido? Si en realidad no existe más mundo que este domingo por la tarde, no existe:
No es que el mundo esté bien: es que no existe.
No hay nada alrededor:
solo tu sueño.
Nada tiene más ley que tu abandono,
tu suave abjuración,
la dulce apostasía que te ausenta.
No hemos fundado el mundo: nunca cambia.
«La pequeña durmiente», Carlos Marzal
Lo importante
El 10 de abril de este 2013 tan velado fallecía Paco Guzmán. Humanista. Vividor. Físico. Filósofo: