Nada importa. Jesús Terrés
pensado en esa fotografía y en esa lámpara Tiffany. Y yo, que tanto he amado los objetos (los lomos de mis libros, los cómics apilados por editoriales, las botellas, los recuerdos y los mañanas que no serán), cada día me siento más cerca de una casa sin cajas ni estanterías.
«The aim of life is to live, and to live means to be aware joyously, drunkenly, serenely, divinely aware. In this state of god —like awareness one sings; in this realm the world exists as poem».
Henry Miller. Estar tranquilo, borracho, sereno y despierto. En realidad da igual la marca de los zapatos, no importa —tanto— tu bolso ni la edición limitada de esa peli que luces en la estantería. Al final solo son trastos en cajas. Sé que esto suena a paparruchas, pero es que comprar esa mierda que guardas en tu wishlist de Amazon no cambiará nada.
Coleccionar experiencias y vivir solo con objetos imprescindibles (un ordenador, un reloj, una camisa…). Comer bien y beber mejor. Estar despierto y no perderse un minuto de la aventura.
No es mal plan.
La naranja entera
«Tengo veintiocho años. Vivo en Madrid. Acabo de salir de una relación y estoy cansada de andar persiguiendo a mi media naranja». Así arranca uno de tantos mails cobijados en mi bandeja de entrada cuyo mensaje de fondo es —tantas veces— el desencanto. Un enorme letrero con la palabra desencanto grapada en cada píxel, en cada línea: «Esto no era lo que esperaba». Y tampoco es que esperase al príncipe azul, pero tampoco esto. La sala de espera de las medias naranjas.
Me aburre mucho el cuento de la media naranja. ¿Para qué demonios querría alguien medio de nada? Me aburren los San Valentines y la celebración de la dependencia envuelta en una cajita azul turquesa. Me aburre, y no me creo, ese amor importante (un tema serio) y definitivo. Me aburre muchísimo esa idea del final del camino, ¿no debería ser el principio? Y me encabrono sin medida con todos los paletos que dan el pésame a un recién casado. «Ya te llegó la hora», le dicen. «Sí», acepta él con la cabeza gacha. Ya to-ca-ba.
Lucía —pongamos que se llama Lucía—: no busques más medias naranjas. Son un coñazo. Siempre querrán (o peor, necesitarán) algo de su «otra mitad». Su vida está incompleta, ya sabes.
Busca naranjas enteras. Un tío (apunta esto) que no te necesite. Que tan solo te desee, te admire y te respete. Alguien para quien no seas el final de la juerga, sino el comienzo de la aventura.
That’s life
No. No me refiero a la —maravillosa— canción de Frank Sinatra («I’ve been up and down and over and out»), sino a una sencilla declaración de intenciones. La firma Seth Reiss en McSweeney’s y no puede ser más sencilla, más certera, más vital. Léanla.
Look, there are winners and there are losers in this life. Some people know how to party and, if need be, can really let loose on the dance floor (winners), and some people are like, «It’s Saturday night and I don’t know what to do» (losers). Some people can hack the work down at the docks (winners), and some people think dock work is too tough (losers). Some people are winners (winners), and some people are losers (losers).
All in all, the one thing we have to remember is that life ultimately comes to an end. Sad but true. And you can either choose to live life to the fullest or with regrets.
Y es que no hay más. That’s life. Con sus síes y sus noes. Sus viernes por la tarde y sus lunes por la mañana. Con sus tocapelotas (huye de ellos) y sus personajillos inspiradores (búscalos sin descanso). That’s life. Con sus propósitos, sus reglas y sus quimeras (es lo que hacemos, perseguirlas). Las cosas suceden, sin más. No es justo, ya lo sé. Pero es lo que hay, las cosas pasan. Las buenas y las otras. That’s life.
Solo nos queda trabajar duro, bailar sin descanso y pagar otra ronda.
Juega
«Aunque sea muy dolorosa y aunque / sea a veces inmunda, siempre, siempre / la más honda verdad es la alegría»
Claudio Rodríguez
Sé que todo acaba. Que lo nuevo mañana es viejo, que aferrarse es perder y mirar atrás una costumbre de anticuario. Sé que la nostalgia es una mujer fatal vestida de recuerdos con olor a certeza y naftalina, esas certezas que —malditas sean— se te clavan en la espalda como arañas en celo y disfrazan tus dudas de evidencias. Mal asunto.
Memento mori es una frase latina que significa «recuerda que vas a morir», recuerda que eres mortal. Memento mori también significa perder la costumbre de dudar. La costumbre de poner en tela de juicio cada camino que pisas y cada voz que no es la tuya. Porque cada certeza y cada sentencia imagino —sé— que son dos pasos más cerca de las tablas y las sombras.
Se supone que no hay mañana, y sin embargo planificamos cada paso que damos al ritmo de las buenas intenciones y los pagos a plazos. No hay mañana, pero tú envuelves regalos de una Navidad en la que no crees y sueltas por anticipado la leña de tres meses en el gimnasio (la matrícula, la bendita matrícula). Septiembre. Septiembre está aquí, a punto de salir del chiquero. Se acaba el tiempo de brillar, de cometer errores y pedir la luna en este estío incandescente.
Roll the dice.
No hace tanto —en una noche en llamas— alguien me enseñó este inmenso poema de Bukowski. «Roll the dice». Tira los dados. Haz tu apuesta. Juega. No se me ocurre un mejor comienzo para un año (porque el año, recuerden, comienza en septiembre) incandescente. Hay que jugar.
Si vas a intentarlo,ve hasta el final.De lo contrario no empieces siquiera.Tal vez suponga perder novias,esposas, familia, trabajos y quizás hasta la cabeza.Tal vez suponga no comer durante tres o cuatro días,tal vez suponga helarte en el banco de un parque.Tal vez suponga la cárcel, la humillación,el desdén y el aislamiento.Tu aislamiento.Todo lo demás solo sirve para poner a prueba tu resistencia,tus auténticas ganas de hacerlo.Y lo harás.A pesar del rechazo y de las ínfimas probabilidades,y será mejor que cualquier cosa que pudieras imaginar.Si vas a intentarlo,ve hasta el final.No existe una sensación igual.Estarás solo con los dioses y las noches arderán en llamas.
Hazlo, hazlo, hazlo.Hazlo.Hasta el final.
Y llevarás las riendas de la vida hasta la risa perfecta,es por lo único que vale la pena luchar.
El lujo que no interesa
Esta semana ha ocurrido algo divertido. Y todo a raíz de un mísero tuit: «No soporto que las revistas de lifestyle den la brasa con la lista de celebrities que durmieron en el hotel de turno. ¿Qué más dará?». Bien. Tan inocente aleteo de aquella mariposa azul desencadenó el cabreo de algún amigo responsable de a) Hotel de 5 estrellas y b) Revista de lifestyle. Que no tengo razón, decían. Que una celebrity pise tu hotel es sinónimo de lujo. Alcurnia, es decir. Pompa de esta —extraña— época de caché medido en número de followers. Así que aquí estamos, compadre. Tómese este artículo como mi particular «recogió el guante».
Hablemos del lujo que no interesa:
Condes, princesas, monarcas, armiño, zarzuelas y realezas. Ahora en serio, ¿qué han hecho (de verdad) para que importe algo su vida?
Lo predecible. Elijan una publicación de lujo masculina, la que quieran. Las que hay y las que vendrán. Pues bien, ya les chivo yo el índice: relojes, F1, vela, golf, espirituosos, cigarros habanos. Ya está. Eso es el «lujo» para el periodismo especializado en lujo.
Vertu. Los supuestos «móviles de lujo». Las incrustaciones de Swarovski en el gadget de turno, los mil siete diamantes engastados en el móvil de Tag Heuer. Lujo es el diseño de Jonathan Ive o una app que te haga la vida más fácil, más bonita.
Los maîtres estirados. Que sí, que todos —yo el primero— tenemos días de bespoke y exigir un servicio impecable. Pero de ahí a la tontería y el toffee-nosed, del —chusco— abolengo de Conde Orgaz y la miradita condescendiente hay un mundo. Un servicio de sala con una sonrisa pegada en la cara y un gesto de cariño sincero. Eso es un