Historia del Próximo Oriente antiguo. Marc Van De Mieroop
Figura 3.1. Prisma de Weld-Blundell inscrito con la Lista real sumeria. Este es el manuscrito más completo de la Lista real sumeria que conocemos, quizás procedente de Larsa en Babilonia. Cada uno de sus cuatro lados tiene dos columnas que enumeran una secuencia de ciudades en las que se desarrolló el reinado y los gobernantes de las dinastías con el número de años que gobernaron. La lista comienza con los gobernantes antediluvianos y termina con Sin-magir de la dinastía de Isin (r. 1827-1817), y probablemente se escribió en el último año de ese rey o poco después. Ashmolean Museum, Oxford. Terracota; cuatro lados iguales, cada uno de 20 cm de alto y 9 cm de ancho.
Créditos: Ashmolean Museum, University of Oxford/Bridgeman Images.
En la literatura mesopotámica posterior de finales del tercer milenio y principios del segundo milenio, varias son las composiciones que hablan sobre los reyes del Período Dinástico Arcaico. A menudo son bastante detalladas y, por tanto, ocupan un lugar destacado en las reconstrucciones históricas modernas, aunque su fiabilidad como fuentes históricas es dudosa. La más influyente de ellas ha sido la llamada Lista real sumeria, que incluye una larga secuencia de dinastías según las ciudades y reyes del Período Dinástico Arcaico (recuadro 3.1 y figura 3.1). Su parte más antigua registra reinados fantásticamente largos —tres mil seincientos años, por ejemplo— y nombres reales como Perro, Escorpión y Gacela, por lo que claramente es poco fiable. Aunque las secciones posteriores parecen más realistas y a veces pueden ser confirmadas por otras fuentes, en general fue sin duda una elaboración posterior para legitimar la situación política de entonces. En consecuencia, la lista pierde gran parte de su valor como fuente histórica, aunque su concepto de dinastías según las ciudades sigue siendo nuestro principal medio de estructurar la historia del Dinástico Arcaico. Otros textos literarios sumerios, también conocidos solo por manuscritos mucho más tardíos, cuentan historias sobre tres reyes de la ciudad de Uruk (Enmerkar, Lugalbanda y Gilgamesh), e incluyen aventuras militares y conflictos locales. Estos textos son más importantes por la visión que proporcionan sobre el sentido del pasado de los sumerios que como fuentes del Período Dinástico Arcaico.
Un estudio de la Babilonia del Dinástico Arcaico debería basarse primero en los restos textuales del propio período, y en torno al 2400, ciertos lugares nos proporcionan una miscelánea de escritos que nos permiten investigar cuestiones desde varios ángulos simultáneamente. Del estado de Lagash, por ejemplo, tenemos inscripciones reales relacionadas con acontecimientos militares y políticos y un gran número de documentos administrativos que registran las actividades de una importante institución pública. Esto nos permite reconstruir la administración real y comparar la retórica oficial con los registros de los asuntos cotidianos. Uno de los problemas es que algunas de las palabras que se encuentran en estas fuentes solo se entienden porque aparecen en una documentación posterior más extensa. Tenemos que tener en cuenta la posibilidad de que su sentido cambiara con el tiempo debido a las nuevas circunstancias y no podemos simplemente aplicar un significado del siglo XXI para explicar un término utilizado en un registro a partir del XXV. Por ejemplo, el título énsi, más tarde conocido como gobernador provincial al servicio del rey, aparece en el Período Dinástico Arcaico para referirse a un gobernante que actúa de manera autónoma. Los cambios en la situación política y otras circunstancias tenían un efecto en el significado de esos términos.
El creciente número de fuentes escritas y los temas que discuten es una gran ventaja para el historiador, pero tenemos que ser conscientes de un sesgo importante en ellas. Son producto exclusivamente de los líderes de las organizaciones estatales —reyes, administradores de templos, etc.— y solamente revelan sus intereses. Esto también es cierto para las obras de arte producidas en esta época. Su ámbito no solo se centró en las ciudades-estado, que en su mayoría ignoraba lo que había fuera de ellas, sino que también podían expresar más las ambiciones de sus autores que la realidad. Los reyes pudieron haber deseado aplastar al ejército de un oponente en lugar de haberlo hecho en realidad. Este sesgo de la documentación escrita sigue siendo un desafío a lo largo de toda la historia del Próximo Oriente, pero es especialmente marcado en este período inicial, en el que las voces de los actores no estatales estaban totalmente ausentes.
3.2. LOS AVANCES POLÍTICOS EN EL SUR DE MESOPOTAMIA
El elemento básico de la organización política de Babilonia en el Período Dinástico Arcaico fue la ciudad-estado: un centro urbano que controlaba directamente un hinterland con un radio de unos quince kilómetros, donde la población vivía en aldeas. Debido a que la agricultura de la región dependía totalmente de la irrigación para sus cultivos, los asentamientos tenían que estar cerca de los ríos, principalmente de los múltiples brazos del Éufrates, o de los canales excavados junto a ellos. A lo largo de Babilonia existían unas treinta y cinco ciudades-estado, repartidas de forma más o menos uniforme por toda la región (mapa 3.1). Algunas de ellas contenían varios centros urbanos, siendo el más importante de ellos Lagash, que englobaba tres ciudades, Girsu, Lagash y Nina. La estepa se situaba entre las zonas cultivadas y las que estaban habitadas permanentemente, y se utilizaba para el pastoreo y la caza estacional de animales. Estas zonas y sus habitantes estaban controlados solo indirectamente por los poderes urbanos.
Mapa 3.1. Las ciudades-estado de Babilonia en el Período Dinástico Arcaico. Según Joan Oates, Babylon (Thames and Hudson, Londres, 1986), p. 13.
A comienzos del tercer milenio, Babilonia experimentó un crecimiento general de la población, posiblemente acelerado por la inmigración o el asentamiento de grupos seminómadas. En toda la región hubo un aumento general en el número de ciudades, su tamaño y la densidad de su población. Cada una de ellas constituía un pequeño estado con una jerarquía política bajo un solo gobernante. Al principio, estas ciudadesestado estaban situadas a suficiente distancia entre sí como para estar separadas por estepas y tierras que no formaban parte de sus zonas agrícolas. Pero el continuo aumento de la población requería una extensión de las áreas cultivadas, por lo que las fronteras de las ciudades-estado, especialmente en el sur, se volvieron contiguas, e incluso, se superpusieron. La desecación del clima puede haber agravado este proceso, ya que provocó un descenso del nivel del mar y una reducción del caudal de los ríos en menos ramificaciones. La desaparición de las zonas intersticiales tuvo importantes repercusiones tanto dentro de los propios estados como en toda la región. Entre los cambios había una secularización del poder dentro de las ciudades-estado y su centralización en términos regionales.
Un elemento fundamental en la ideología mesopotámica era el concepto de que cada ciudad era la morada de un dios o diosa en particular. Se pensaba que las ciudades habían sido construidas en tiempos primordiales como residencias para los dioses, que actuaban como sus deidades patronas. Así, Ur fue la casa de Nanna, Uruk de Inanna, Nippur de Enlil, etc. Este concepto estaba relacionado con el papel del templo, o la casa de Dios (ver más abajo), en las ciudades. La función del templo como recolector y distribuidor de recursos agrícolas se basaba en la ideología de que el dios los recibía como dones y los redistribuía al pueblo. Así, el jefe de la administración del templo servía como líder en la ciudad y desde el período de Uruk el sustento ideológico principal para el gobernante de la ciudad fue su función en el templo. El templo era, de hecho, la institución dominante en la ciudad primitiva y la estructura más grande dentro de sus murallas, a veces construida sobre una plataforma de tierra que se elevaba sobre los otros edificios. Se imaginaba que los dioses vivían en un mundo paralelo al de los humanos, por lo que cada dios tenía un hogar, un cónyuge, hijos y sirvientes. Las deidades dependientes también tenían templos y santuarios más pequeños en las ciudades, clasificados según su estatus y cada ciudad tenía una multitud de templos.
Con la expansión de las zonas de influencia de las ciudades-estado, la competencia por las áreas