La dicha de la verdadera meditación. Jeff Foster

La dicha de la verdadera meditación - Jeff Foster


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36. TU VOZ SALVAJE

       37. EL COMPROMISO MÁS PROFUNDO DEL AMOR

       38. LA SOLEDAD CONTIENE SU PROPIO REMEDIO

       39. CARTA A VINCENT VAN GOGH

       40. LA QUIETUD EN EL CAOS

       41. LA SENDA DEL CORAZÓN ROTO

       42. DEVOCIÓN SALVAJE PARA UN MUNDO EN LLAMAS

       43. CÓMO AFRONTAR EL MIEDO

       44. EL AMADO

       45. TE DARÉ MÁS DE MI LOCURA

       46. ÉXODO

       SOBRE EL AUTOR

      Para papá.

       Hiciste las cosas «a tu manera».

      PRÓLOGO

       DE KELLY BOYS

      La vida tiene una invitación simple y encarecidamente amable que hacernos: ser como somos ante lo que es.

      La verdadera meditación –una vía que nos lleva de vuelta a nosotros mismos y que, a pesar de ser muy transitada, desaparece con gran facilidad– es al mismo tiempo difícil de definir y previsiblemente fiable en su desarrollo. En ella se produce un encuentro genuino con la totalidad de lo que somos (así como con la totalidad de lo que creemos ser pero que no se sostiene a la luz de la indagación honesta y compasiva). Es una senda que discurre a lo largo de líneas esenciales, que corre por surcos emocionales y existenciales y por todo lo que la vida manifiesta tanto en nuestro propio interior como en nuestro entorno.

      Hacen falta valor y coraje para aceptar la invitación que se nos hace a emprender este viaje esencial de regreso a casa. Por extraño que parezca, a veces ese coraje se manifiesta bajo la forma de la desesperación, de la rendición, de la entrega... O como una «cobardía» total y absoluta que hace que ni tan siquiera seamos capaces de mirar, sentir o experimentar lo que está presente.

      Y, sin embargo, aquí seguimos. Dormidos, despiertos, aproximándonos, alejándonos, encontrándonos con este momento.

      Tal como somos ahora.

      La verdadera meditación es profundamente relacional. Constituye el encuentro definitivo con aquello que es real: con la visión clara y directa de la verdad en cualquier forma que aparezca en nuestra vida. Esta visión clara de lo que está presente (ya se trate de una emoción, de un pensamiento, de una idea equivocada, de un momento de alegría o de la más profunda esencia de las cosas) es un gesto relacional e íntimo que nos invita a manifestar plenamente en nuestro propio cuerpo una presencia cálida y acogedora, una capacidad inquebrantable que, en esencia, nos permite dar la bienvenida a toda la belleza y el caos propios de la vida humana (y, en última instancia, convertirnos en dicho caos y dicha belleza). Es algo profundamente íntimo que no deja nada fuera. Lo incluye todo, no excluye nada. El momento contiene en sí mismo las semillas de todo lo que necesitamos para recibirlo.

      Al acoger y dar la bienvenida a lo que sea que surja, sintiendo la respiración, el cuerpo, la existencia que vibra en nuestro núcleo central, nos convertimos en la apertura misma. A medida que profundizamos en esta actitud descubrimos que esta presencia acogedora forma la esencia de quién somos.

      Entre los aspectos que puede traer consigo la visión clara que produce esta clase de presencia radicalmente abierta están la compasión, la relajación, la flexibilidad, las revelaciones impactantes, la risa, el desahogo o la pérdida del sentido de individualidad y de las creencias que albergábamos anteriormente; una sensación de alivio profundo, de habernos liberado del juego, de la trampa o la prisión de la mente. Cuando le prestamos una mayor atención a la respiración, a nuestros sentimientos, emociones, sensaciones y pensamientos, descubrimos que las cosas no son como creíamos que eran. El miedo se vuelve menos aterrador de lo que parecía, la ira menos amenazante. Aquellas partes de nuestro ser de las que nos enajenábamos, que no queríamos o repudiábamos, empiezan a encontrar su sitio nuevamente, a poder ser tal como son en un espacio que ya no las rechaza. Les ofrecemos un lugar en nuestro corazón, en nuestra mente y en nuestro ser que está libre de la violencia que supone la negación y el rechazo de nosotros mismos. Incluso esta autonegación es acogida de buen grado. De hecho, toda la violencia y los conflictos internos encuentran ahora el verdadero significado de la no-violencia en el propio acto de ser acogidos por lo que son. Cuando regresamos a nosotros mismos de este modo, empezamos a descansar.

      He recorrido el mundo impartiendo clases de mind­fulness o atención plena (al personal que desempeña labores humanitarias y a quienes están al cargo del desarrollo de proyectos en las Naciones Unidas, a reclusos en prisiones, a empleados de Google, a militares veteranos, etc.), y no soy capaz de encontrar ni una sola diferencia en las necesidades esenciales que todos tenemos, ni tampoco en nuestra capacidad colectiva tanto para ocultar como para confrontar profundamente lo que es real. Lo que he visto y experimentado en mí mismo y en los demás es que compartimos el anhelo común de descubrir esta presencia sencilla y acogedora en la que reencontrarnos con nuestra ternura, con nuestras vulnerabilidades, esperanzas y temores. Ocurren muchas cosas en el simple ofrecimiento de nuestra propia presencia.

      La meditación nos ofrece la esperanza, el bálsamo, la cura del fin del sufrimiento. Lo que ocurre es que este fin del sufrimiento no llega del modo que creemos (ni del modo en que nos gustaría que lo hiciese): nos sobreviene al entregarnos por completo a todo lo que experimentamos, incluyendo nuestro propio sufrimiento profundo. La buena noticia es que al abrazar esta vía también surge un profundo sentimiento de confianza. Aprendemos (ya sea con el tiempo, de forma gradual, o porque no nos queda más opción que aprenderlo rápida y repentinamente) que la confianza está presente en cada paso, en cada respiración, cada vez que nos zambullimos en el momento presente desprovistos de nuestros antiguos andamiajes. Es como dejarnos caer hacia atrás con los ojos cerrados en brazos de nuestros amigos: nos da miedo, pero en el fondo sabemos que tendremos un aterrizaje suave. La verdad de las cosas, la crudeza y la realidad de la vida en todo su despliegue, se vuelve mucho más segura, mucho más amable, de lo que nuestras ideas pudieron haberlo sido alguna vez. Es posible que el miedo, la ira o la angustia no desaparezcan, pero, en presencia de nuestro amor, pueden transformarse y convertirse en portales que conducen a lo más profundo de nuestro sabio corazón (ese corazón que tal vez hayamos dejado demasiado tiempo abandonado).

      Este libro es un gesto relacional, un compartir abierto y vulnerable, una mano tendida para ayudarnos a recorrer el camino, un tratado integral sobre el poder de nuestra propia presencia, de la respiración y de la simplicidad de ser la totalidad de quién somos al afrontar lo que la vida nos trae a cada momento. Jeff nos acompaña por todos los rincones que la mente crea para defenderse de la simplicidad de este momento, mostrándonos así el tapiz en toda su plenitud y asegurándose de que recordamos que la vida es mucho más salvaje y mucho más libre de lo que nunca pudiésemos haber imaginado.

      En estas páginas, escritas con inteligencia y valentía, encontrarás muchas invitaciones: a tu soledad, a tu libertad,


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