La dicha de la verdadera meditación. Jeff Foster
a expresar por escrito mi más profunda verdad espiritual. Al principio temblaba de miedo (a fin de cuentas, no era escritor, y muchas veces no tenía ni idea de lo que estaba escribiendo ni de cómo ponerle palabras a esta experiencia preverbal del amor que sentía por toda la creación), pero había algo dentro que mí que me iba guiando, una especie de fuerza benévola ancestral que iba poniendo en mis manos el lenguaje necesario, que iba esculpiendo palabras en silencio y me hacía seguir adelante. Primero apareció un blog, luego un libro, y un buen día me vi delante de un pequeño grupo de personas en la sala de estar de alguno de ellos hablando sobre lo que había descubierto: la Presencia, la Profunda Aceptación, esta realidad no-dual, este espacio amoroso en el que todos los pensamientos y sentimientos son absolutamente divinos, en el que incluso el deseo de morir está impregnado de inteligencia, de conciencia, de vida. ¡Yo, que había sido la persona más acobardada de la tierra, compartiendo con otros desde lo más profundo de mi corazón! ¡Qué inesperado!
Al poco ya estaba hablando ante miles de personas por todo el mundo en encuentros y retiros, en conversaciones individuales e incluso en transmisiones online, sin saber nunca qué diría, pero confiando en esta voz interior de todos modos; sin saber nunca qué enseñar o cómo ayudar, pero dejando que esta antigua enseñanza fluyese a través del canal abierto y transparente que yo mismo era. Sin plan establecido, sin tener ni la más mínima idea de lo que estaba haciendo, paso a paso, momento a momento, el camino se iba desplegando ante mí, y así nació el papel de «maestro». Aunque en realidad yo nunca me he visto a mí mismo como un maestro, sino más bien como un amigo y un aliado; alguien que no trata de arreglarte o de curarte, alguien que solo quiere conocerte y recibirte tal como eres, alguien que está aquí para recordarte algo que siempre has sabido.
Así que ahora me veo en este momento, escribiendo estas palabras para ti, querido lector, en una transmisión que va directamente de mi corazón al tuyo. Ha sido un viaje verdaderamente épico: el retorno a la absoluta sencillez de este momento, al Jardín del Edén, a este momento único e irrepetible de la vida, al lugar en el que vivíamos antes de que nos desviásemos inocentemente y cayésemos en las penurias del tiempo. A través de mis propios despojos, a través de las aguas fecales del inframundo, pasando por las puertas del terror y de la muerte del ego, para, finalmente, regresar al eterno Ahora. Cuanto más he aprendido a abrazar y calmar mis propios sentimientos de dolor, felicidad, soledad, ira, miedo, mis extraños, salvajes e incontrolables deseos, cuanto más he aprendido a abrazarlos, a ofrecerles mi amistad, a amar todas las enloquecidas voces de mi cabeza (sin confundirlas con la realidad), más capaz he sido también de aceptarlos y no temerlos en los demás, en ti, y por lo tanto de poder estar presente contigo y no intentar arreglarte, sino amarte, exactamente como eres. Tus anhelos son mis anhelos. Tus miedos también han recorrido mi ser. Tu dicha y tu desesperación me conmueven profundamente; aquí, me resultan sumamente familiares. Reconozco con claridad todas esas preguntas que te queman por dentro. Sé que son totalmente honestas. Tus dudas y tus incertidumbres resplandecen llenas de vida.
Al abrirme a mi propio dolor he descubierto también una gran compasión hacia la humanidad. Al ser capaz primeramente de tener compasión por mí mismo, he encontrado una gran compasión por los demás.
En todos mis conflictos, en todas mis luchas internas, nunca, ni por un solo instante, he estado solo. Nunca hubo nada «malo» en mí, nada «defectuoso», ni tampoco hay nunca nada «malo» en ti. No nacemos en el pecado, sino tan solo en el olvido. Nos enseñan a odiarnos a nosotros mismos, pero podemos desaprender esta forma de autoagresión. Podemos recordar, deshacer el olvido, despertar a lo que siempre supimos. Podemos curarnos del más profundo odio hacia nosotros mismos y del miedo a vivir. Podemos recuperarnos incluso de la más horrible depresión. En el corazón mismo de nuestra desesperanza se encuentra la semilla de una nueva esperanza, no arraigada en la mente y sus imágenes, sino en la realidad de la Presencia misma.
El viaje de la sanación no tiene que ver con «deshacernos» de las cosas que no deseamos, con desprendernos de todo el material «negativo» que hay dentro de nosotros y purgarnos hasta que alcancemos un «estado sanado» perfecto y utópico. No. Esa es solo la versión mental de la sanación, pero la sanación no es un destino. La verdadera sanación implica llenar de amor, presencia y comprensión ese mismo material «no deseado» que hay en nuestro interior; implica penetrar con una conciencia compasiva y misericordiosa en nuestras sombras más profundas, en nuestros dolores físicos y emocionales, en esas regiones ante las que hemos retrocedido por miedo y aversión; implica sentir una curiosa atención por el momento presente y volver a habitar en esas regiones rechazadas, no aceptadas, olvidadas y temerosas, en esos reinos del cuerpo y la mente que han quedado abandonados. Porque aquello a lo que prestamos atención, podemos amarlo.
Lo que vemos como «erróneo» o «defectuoso» dentro de nosotros (nuestros miedos, nuestras dudas, nuestra soledad) no es más que una parte de nuestro ser que reclama nuestra atención y nuestra ternura, como un bebé que grita y llora cada vez más fuerte hasta que consigue lo que quiere: amor. Es el amor (tierno, amable, atento, sin juicios, una conciencia cálida y curiosa) lo que realmente sana incluso nuestras heridas más profundas. A lo largo de este libro te invito de diversas maneras, por medio de las palabras y de los silencios que quedan entre ellas, a que regreses a esta vulnerabilidad, a esta ternura, a que recuperes esta forma suave y honrosa de reencontrarte contigo mismo, a que retornes a este amor radical hacia ti mismo, un amor hacia ti mismo que es sinónimo de meditación.
Si ya sigues alguna clase de práctica formal de meditación, espero que las reflexiones que encontrarás en las siguientes páginas te inspiren y te ayuden a profundizar en tu práctica (y, tal vez, también a ser consciente de algunos aspectos que has pasado por alto). Si, por el contrario, la meditación es algo nuevo para ti, si no has meditado nunca antes, ¡estupendo! A decir verdad, en esto de la meditación todos somos principiantes, porque la meditación tan solo significa mirar con nuevos ojos, ser consciente y estar despierto a lo que es, impregnar de atención plena nuestra experiencia encarnada, y esto solo puede suceder en la inmediatez y la novedad del momento presente.
Puedes dejarte caer confiadamente en el espacio que te ofrece la meditación dondequiera que estés y sea lo que sea que estés haciendo; en el autobús o en el tren, descansando con las piernas cruzadas y los ojos cerrados en la sala de estar de tu casa, caminando por el bosque o por un centro comercial, sentado en un banco del parque o en la sala de espera del médico... Puedes practicar solo o con otros. En cada momento de tu vida existe siempre la maravillosa posibilidad de aminorar la marcha, de disminuir la velocidad, respirar profundamente y sentir curiosidad por el lugar que ocupas. Es una oportunidad para empezar de nuevo, para ver la vida a través de los ojos del no-saber, para dejar de pensar en tu vida en abstracto, para dejar de buscar otro estado o experiencia u otro sentimiento, para dejar de correr apresuradamente hacia el momento siguiente y experimentar de verdad este instante único de la existencia.
Viajemos juntos ahora, de vuelta a la abundancia y la riqueza de la vida ordinaria. Paso a paso, respiración a respiración, latido a latido, a través de nuestros gozos y alegrías, a través de nuestros dolores, angustias y quebrantos, de nuestras depresiones, añoranzas y éxtasis, a través de nuestras heridas más profundas, a través de las grietas que llevamos en el corazón, dejando atrás cualquier idea sobre cómo «deberíamos» ser, desprendiéndonos de todas las guías, los libros de autoayuda y los libros sagrados de otros, incinerando todos esos mapas de la realidad de segunda mano que hemos heredado e iluminando con amor nuestra propia experiencia auténtica y de primera mano, en tiempo real, con el fuego de la conciencia presente.
Esta es la verdadera meditación, la clase de meditación que puede salvarte la vida:
Pura fascinación con este momento, exactamente tal y como es.
Si nos aquietásemos
y estuviésemos lo suficientemente preparados,
en toda frustración encontraríamos
algo bueno y positivo que la compensaría.
Henry David Thoreau
1. EL MILAGRO DE LA RESPIRACIÓN
En cualquier