The Empire. Nathan Burckhard
el romanticismo en el ambiente —Carter, me harías —dio un hipo inesperado, pero no tanto como para olvidar su propuesta —Me harías el honor de convertirte en mi esposa —por un momento Carter intentó soñar que esa propuesta fuese real, pero en las serias alucinaciones de un pobre hombre ebrio no tuvo más alternativa que seguir el juego y quedarse callada por unos instantes para que Salvatore terminara su inesperada frase —Sé que puede ser inesperada, pero créeme que conmigo tendrás absolutamente todo, te respetare, te amaré, te seré fiel… Sé que no soy perfecto, pero acabo de terminar con mi amante, por el bien de ambos, por nuestro futuro, te prometo que te haré feliz.
—Señor Montecchi —quiso objetar, pero no tuvo más alternativa que escuchar cada propuesta, no quería darle la negativa a un hombre dolido, además cada palabra dicha esa noche sería olvidada dentro de unas horas, incluso minutos cuando observo el estado de Salvatore —Acepto la propuesta, pero sé que al finalizar esta noche el carruaje se convertirá en ese carrito de limpieza y mí vestido solo el uniforme de la chica de limpieza, la tiara de diamantes en un simple trenza y mis manos cubiertas en seda serán tan ásperas y cuarteadas por el trabajo.
—Eso no importa, eres mi prometida, la apariencia no importa mientras que tu interior sea noble, mientras que seas real y no falsa como otras —contestó esbozando una sonrisa devastadora —¿Te apetece una copa? Debemos celebrar nuestro compromiso.
Atenta a sus movimientos torpes, intentó mantenerlo sentado —No, ya fue demasiado por un día, no debería tomar más, es mejor que solo beba agua, además no me gusta tener un prometido ebrio.
—Puedes tutearme, soy Salvatore, pero puedes decirme Sal… Y lo dije —repitió una vez más —Lo dije, mi esposa es mandona —Salvatore gruñó algo ininteligible, sujetó la mano de Carter impidiendo así que se fuera —Ven aquí… —susurró con voz rugosa obligándole a sentarse en su regazo, admiró de manera lenta sus facciones, era muy bella y no dudo en decírselo, incluso su borrachera desapareció de tan solo verla, admiro más que su rostro, comenzó a memorizar cada centímetro de su piel, la forma de sus ojos, la manera inesperada en cómo mordía su labio sin miedo a herirse —Eres bella… Muy bella.
—Señor Montecchi, por favor —quiso alejarse de él, pero sus poderosos brazos la habían presionado con fuerza sobre su duro pecho —Se arrepentirá de todo mañana, no recordará incluso nada, ni mi nombre, ni su propuesta… y todo será un penoso recordatorio de una noche insólita.
—Quiero besarte… Llevarte a casa y hacerte el amor, tenerte en mi cama y no dejarte jamás pequeña hechicera… Puede que mi propuesta sea precipitada incluso es una locura, pero tienes algo que me atrae, incluso me enloquece… Haces que me olvide de todo a mí alrededor.
El corazón de Carter golpeó con fuerza contra sus costillas, no podía creérselo, Salvatore Montecchi le había dicho que deseaba casarse con ella, que la quería en su cama, ni tiempo tuvo para poder evitar sentir algo en su interior —Es el despecho lo que le hace hablar así.
Salvatore sin más se acercó a ella, cortó la poca distancia que los separaba y plantó un beso hambriento, la obligó a abrir la boca permitiéndose explorarla con la lengua, un beso con ardor, como si hubiese estado esperándolo toda la vida, se apoderó de sus labios y con una lentitud insoportable iba recorriendo cada perímetro de su boca. Carter soltó un gemido ronco alertándola de parar ya que temía cometer un torpe error, con fuerza hercúlea logró separarlo y levantarse de su regazo con un brinco espectacular, pero sin antes sonreír, ella deseo que Salvatore estuviese en sus cinco sentidos y no tan ebrio como una cuba cómo para odiarla luego y olvidarla después, no deseaba que ese beso fantástico terminara, pero necesitaba respirar y regresar a la realidad.
—Me dejas sin sentido, cara —susurró solo para cerrar los ojos y quedar dormido.
No daba crédito a lo que había pasado en ese instante, con el ceño fruncido y la boca abierta ante el inesperado final, sonrió —Sip, te deje sin sentido —se burló, llevándose una mano hacia sus labios, paladeó el aún cálido sabor de sus besos, soltando un suspiro supo que ese beso, esa declaración era por el supuesto calor y ebriedad del sujeto, pero le hubiese encantado poder amar y que esa declaración fuese sincera.
Aunque los borrachos y los niños siempre dicen la verdad, Carter intentó descartar esas ideas y no hacerle falsas ilusiones, no tenía ya las fuerzas de imaginar nunca más nada en su vida.
Agotada, dejó caer sus hombros, acomodó delicadamente a Salvatore en el sillón, le quitó los zapatos dejándolos ordenadamente a un lado, lo arropo con su chaqueta y se permitió contemplarlo por un instante, era tan atractivo. Soltando un suspiro, se acercó y depositó un casto beso sobre esos labios carnosos, dejó los vasos en su lugar y dejó el anillo sobre su mesa junto al cheque, para así ordenar su cochecito de la limpieza guardando sus utensilios, sacando la basura y dejando ese bello momento atrás.
Salió de la oficina y cerró la puerta tras de sí, era un bello sueño y regresar a casa era lo que más ansiaba esa noche.
Mañana sería un nuevo día y con ello, el beso de Salvatore Montecchi quedaría entre sus recuerdos más dulces y memorables. Y cómo le dijo antes, su carruaje, su vestido y su beso, quedaron en el más memorable de los recuerdos.
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