The Empire. Nathan Burckhard

The Empire - Nathan Burckhard


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conseguí con ello? —se preguntó a sí mismo —¿¡QUÉ!? —intentó no perder la poca cordura, hasta que esa pregunta fue respondida.

      —Qué Gennaro esté a punto de destruirte —respondió la vocecilla de su conciencia —Destruir lo que tanto trabajo te costó desarrollar y formar. Esa mujer solo jugará contigo, Cesare la conoce mejor que tú.

      —No lo hará —se prometió entonces, hablándose solo en medio de la tenue tarde, dejando que las luces del sol iluminaran levemente su rostro, los espirales de luz y motas de polvo volaron a su alrededor, dándole una apariencia abatida y tétrica, estaba al borde de la locura —Ella no es como la describen, ella es buena y me ama… ¡ME AMA! —esa declaración por un momento era para convencer a las paredes y aquellas voces sin tomar en cuenta que trataba de convencerse él mismo de una cruda realidad.

      Levantándose de su cómoda silla, caminó hasta su pequeño bar sirviéndose un whisky doble, aproximó la copa a sus labios bebiendo el contenido de un solo sorbo, por un instante creyó sentir algo, pero estaba equivocado, no pudo sentir el amargo de la bebida, el conocido ardor al pasar por su garganta y caer lentamente hacia su estómago vacío.

      Su móvil volvió a vibrar, en un impulso ante la costumbre de contestar sus llamadas lo levantó, supo que era necesario fijar la vista en la pantalla, era ella, era Paula y no se cansaría hasta que le contestara, pero debía cortar por lo sano, cortar ese romance prohibido, estaba maldito y Cesare Gennaro se lo había demostrado, era perder todo o regresar al pasado y ninguna de las dos opciones era válidas para él, así que opto por apagar el móvil de una vez por todas, lanzándolo con brusquedad hacía el sillón una vez más.

      Con la boca apretada y el corazón desbocado, maldijo su suerte, su ineptitud, su lujuria, su amor por ella, sirviéndose otro trago, se acercó a la ventana. La bella vista que le ofrecía Londres no lograba conmoverlo aunque sea un poco, estaba perdiendo el poco control férreo que le quedaba, podía verse en el destello de cólera que lentamente se formaba en la profundidad de sus inescrutables ojos grises, sus labios apretados en una fina línea, su mano formando un puño que en el proceso solo lograba clavarse las uñas en su palma y emergiendo heridas sangrantes, pero nada, nada de dolor.

      Fue un punto de quiebre, cómo pudo permitir romper sus barreras, su coraza, estaba indefenso y todo por una mujer, sin darle tiempo a pensar más, levantó el puño estrellándolo contra el borde de la ventana, temblando ante esa ira contenida, por más que las copas de whisky iban corriendo por su sistema, no sentía absolutamente nada, el alcohol adormeció sus sentidos.

      Copa tras copa, intentaba sacarla de su mente, pero era imposible, podía sentir el sabor de sus labios, el calor de su cuerpo, la forma de sus curvas, la textura de seda de sus cabellos negros y su mirada oscura, el brillo en aquella mirada cada vez que llegaban al éxtasis. En un arranque de furia, lanzó todo aquello que había en su escritorio, un berrinche infantil del cuál jamás pasaría la sensación de derrota, sin poder soportarlo, cayó rendido al suelo con los brazos apoyados en sus rodillas, los hombros hundidos y la cabeza gacha, mientras que la única fiel amiga estaba a su lado tentándolo a seguir con aquella bebida amarga, era su perdición.

      Trago tras trago, golpe que le daba a su cabeza contra la pared y su desesperación desmedida, observó su reloj, jamás se quedaba a esas horas en la oficina, pero que más podía hacer, necesitaba la distracción de mantener su mente cuerda, su cuerpo alejado del calor del momento, dándose cuenta del desastre en el que estaba la que llamaba oficina, dejó la botella y en un intento por levantarse, su cuerpo no se lo permitió, maldijo para sus adentros su manera desmedida de tomar, impulsándose con sus propias manos, logró ponerse en pie, intentando no trastrabillar en el intento de dar dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás en un vaivén gracioso para algún espectador, tomando el teléfono intentó enfocar la mirada en los números y marcó a servicio de la torre comunicándose con el área de limpieza, necesitaba que asearan un poco el desastre que había ocasionado en tan solo segundos.

      —Señor Montecchi, en qué puedo ayudarlo —mencionó de inmediato una voz dulce tras la línea.

      —Mande a alguien a limpiar mi oficina de inmediato —dijo en un intento de no arrastrar las palabras y ponerse en evidencia, así que prefirió ser cortante y colgar seguida su orden. Sabía que podían tomarlo de pedante y descortés, de petulante y gruñón pero era mejor que lo tomaran como un irresponsable y bebedor empedernido, que solo se dedicaba a beber en su oficina, encerrado y sobretodo sin comunicación alguna, con excepción de su secretaria Nora.

      Pero una vez más el nombre de su amante fluyó como sal y azúcar, olvidarla no era nada fácil y menos cuando hace solo un día la tuvo entre sus brazos gozando de su cuerpo —Paula —cerró los ojos recordando, ansiando verla, necesitaba su cuerpo, sus manos acariciando su pecho, pero era imposible, necesitaba sacarla de su mente o acabaría llamándola y encontrándose en algún lugar sucumbiendo a la tentación de tenerla bajo su cuerpo, degustando el sabor de su sudor, de sus labios juntos, el movimiento de sus pechos, estaba obsesionado con ella, sí, lo admitía, pero estaba en un gran dilema, ir con ella implicaba que su inminente muerte sea más rápida.

      Supo darle la razón a su amigo Creed, necesitaba cambiar, tomar las riendas nuevamente de su vida, de su fututo y que mejor que conseguir ya una mujer con la que sentara la base para una nueva familia, pero la sombra de Paula lo perseguiría, de eso estaba seguro, pero a esa mujer que calentara su vida y corazón, tenerla para siempre, era y sería Paula para toda la vida.

      Se volvió hacia su escritorio tambaleándose torpemente sin soltar la botella, recogió su talonario y una pluma del suelo y comenzó a llenar un cheque, tomó su móvil encendiéndolo y marcando a su secretaria Nora, era eficiente, cumplida y sobre todo más veloz incluso que cualquier jovencilla, ella hacía más de dos trabajos al día a comparación de otras secretarias y sus años de experiencia eran un excelente resultado.

      Cuando escuchó su voz al otro lado de la línea, dio su orden del día —Nora, buenas noches, disculpa que te moleste, pero te dejo encima de mi escritorio el cheque que deberás de enviar con urgencia a los proveedores Inc. Clarkson, están pidiendo como locos la bonificación extra por su trabajo tan rápido, y también el cheque que debes enviar a Parker Asociados —cuanto hubiese preferido darle esos montos a sus amantes, a nuevas mujeres que pedían obsequios por las noches de pasión, pero desde que Paula entró en su vida no hubo más mujeres que esa amante morena, y eso era lo peor había sido seducido y atrapado por una mujer que quizás jamás sería libre.

      —Sí, señor Montecchi, no se preocupe, entregaré todo mañana temprano.

      —Gracias Nora, nos vemos mañana —Sin más cortó la comunicación.

      Dejando la botella en la mesa, enfocó la mirada hacia el baño, intentó hacer su camino recto, pero no pudo, abrió torpemente la puerta y cerró tras de sí, elevó el rostro y admiró su reflejo desaliñado en el espejo del lavado, por primera vez en su vida había perdido el control con el alcohol, algo que prometió en no recaer, sabía muy bien que podía hacer las sustancias y el alcohol a la vida de un hombre, Creed había sido un ejemplo de ello, mientras que para él el alcohol era más que un escape era un tónico para corazones rotos, preocupaciones y decepciones y en esa ocasión eran todas las alternativas anteriores.

      —¿Cómo es que he caído tan bajo? —se preguntó, dejando salir una pequeña risa histérica de sus labios, abrió el grifo y mojó su rostro, se quitó la corbata y desabotono su camisa, estaba sintiéndose asfixiado, miró sus manos temblorosas, esas manos que habían hecho un arduo trabajo en esos dieciséis años, murmuró una violenta imprecación, golpeando la espalda en la pared y cayó lentamente hacia el suelo, se sentía perdido, más perdido que en su juventud, recordó que en esos momentos no era tan cobarde como en la actualidad, siquiera tenía la astucia, la valentía de enfrentar y mencionar las cosas por su nombre y su padrino debería estar revolcándose en su tumba por no seguir el mayor consejo que le dio en su vida.

      “Jamás desees a la mujer de un hombre, aunque sea tu enemigo el dolor y la deshonra van del mismo camino”

      Pero él no hizo caso a nada de


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