Cuestiones disputadas. Rafael Paz
feos tonos de voz, tediosas exposiciones de ideas.
Toda contraidealización cayó, transformándose, sencillamente, en un paciente aburrido.
Evidentemente el sostén transferencial materno generador de reciprocidad narcisista había caído, y emergía una mezcla de chico y muchachito desagradable, entre inseguro y pedante, que reconstrucciones plausibles mostraron que nunca se había manifestado francamente como tal.
Así como tampoco la procacidad y rasgos anales que ahora se hacían patentes.
De cualquier modo las tensiones del comienzo habían decrecido, junto al mesianismo –identificado proyectivamente en mí– que me engrandecía como terapeuta y también a la dupla que formábamos, buena, curativa e infinitamente mejor que los anteriores tratamientos.
Además de estos niveles de contención/idealización primordiales, el análisis fue despejando la importancia de un amor conmiserativo por el padre, personaje destacado pero intrínsecamente débil, cuya reivindicación también jugó en el torrente expansivo delirante y megalomaníaco.
Sus fragilidades se expandieron transferencialmente muy lentamente y una vez allanadas modalidades fóbicas importantes tomaron el camino de una relación afectiva con una mujer fuerte y dotada de continencia erótica,
Situación que me tranquilizó, por el riesgo de que se perpetuara una instalación transferencial homosexual bajo la dominancia pasivo-receptiva.
Al tiempo concluyó su análisis y entrevistas que solicitó al atravesar contingencias críticas o simplemente “para verme”, crecientemente espaciadas en el curso de muchos años, lo mostraban bien, en posesión plena de posibilidades y realizaciones profesionales, con sentido del humor y una agresividad de fondo trocada en habilidad para la ironía y el sarcasmo.
Eventualmente tuvo crisis de angustia, pero sin llegar nunca a una descompensación psicótica.
La que padeciera, aunque se había tornado inteligible a través de elaboraciones de fragmentos dispares, conservaba su corola de extrañeza y características de trauma inasimilable.
El exceso psicótico mostraba el corte, “psicológicamente incomprensible”, con las tramas que pudimos desentrañar.
Por otra parte, este material permite ver que el restaurar o crear permeabilidades nunca habidas entre aspectos escindidos, tiene matices y calidades diferentes según los regímenes de producción simbólica y las defensas que originan.
Y la perspectiva que brinda el psicoanálisis para deslindar lógicas de realización –o aniquilamiento– y sus concatenaciones y tabicamientos.
PSICOANALIZÁNDOSE
El trabajo de analizarse –es excepcional que alguien que no haya visto roto su equilibrio vital ingrese en plenitud en un camino de tal índole– se sostiene en el alivio de hallar un lugar donde las carencias, las descompensaciones y los síntomas tengan cabida.
Aunque también existen demandas de análisis tendientes a liquidar lo que se intuye como proceso de verdad.
Corresponden a formas perversas de ligamen, modalidades malignas del “como sí” que a veces pueden detectarse precozmente, pero otras no.
Tal era el caso de un eventual paciente, quien en entrevistas supuestamente preliminares me dejaba mal y agotado; al comienzo de modo indefinido, pero luego con tensión agresiva de la que costaba librarse.
El análisis no comenzó, y posteriormente, de manera fortuita, me enteré de experiencias similares con otros psicoanalistas.
Consistía en una suerte de liquidación al modo serial de un dispositivo valioso y de sus representantes, lo cual no es algo común, pero tampoco excepcional, y se diferencia de formas destructivas y envidiosas de Reacción Terapéutica Negativa en que es previa al desarrollo de un proceso.
De allí su carácter más indiscriminado y paranoicamente proyectivo.
El ámbito que creamos se constituye en el fluir de fantasmáticas con sus perentoriedades de realización y circuitos predeterminados, a las que ofrecemos una alternativa a las transacciones sintomáticas y las malas compensaciones narcisistas, aunque con consumaciones diferidas.
Eso es lo que clásicamente se definió como “ambiente de frustración”, formulación que puede dar lugar a equívocos y distancias sobreactuadas, que alejan infinitamente niveles necesarios de contacto y empatía.
No se trata de ascetismos o disciplinamientos estoicos, sino de implicarse, pero creando alternativas a los estereotipos de respuesta rápida a que inducen las angustias y que afloran al desanudarse los síntomas.
Además, la experiencia muestra que el movimiento espontáneo de la vida en raras ocasiones es capaz de resolver encallamientos en dilemas y clausuras basadas en sintomatologías pertinaces y defensas extremas, sobre todo si se acompañan de adaptaciones forzadas.
En ellas se trasuntan compensaciones paranoides frente a desamparos inasimilables, lo que lleva a revalorizar el papel de lo traumático en los avenimientos iniciales, como raíz de distorsiones en la circulación Paranoide-Esquizoide/Depresiva/Con-fusional (PE/D/C-F).2
La clave terapéutica residirá –recolección mediante– en ayudar a recuperar trozos perdidos en el vivir y que resurgen de manera extemporánea y dañina, determinando la repetición defensiva o intensidades mayores de las defensas y calidades más empobrecedoras de las mismas.
En esto se fundaba el temor de Alberto cuando el movimiento transferencial recreaba las tensiones idealizadas y su caída, precipitándolo en un derrumbe narcisista estructural que activaba dispositivos de escisión - repliegue - persecución.
La transferencia de contención amenazaba caer junto con la idealizada, reavivando el desamparo, lo que obligaba a una modulación muy cuidadosa de las intervenciones y a suplementar con marcas de presencia los soportes transicionales de su Self.
De este modo nos situamos en lo que cabe llamar la tradición reintroyectiva en psicoanálisis, aunque sin imperativos en el hacerse cargo de lo propio, pues es fácil deslizarse desde indagar la implicación del analizando en la trama de sus fantasías a sancionarlo superyoicamente como cómplice, culpable o responsable principal.
Para ello, el tener que ver con aquello que se padece necesita hallar un ambiente donde la suspensión de las valoraciones convencionales tienda a ser total.
No es sencillo, pues si la comprensión de motivos se inclina hacia aspiraciones causales, puede fácilmente caer en imputaciones culpabilizantes o, a la inversa, exculpatorias, dado lo esquemático de los climas regresivos que se recrean.
De ahí la importancia de trabajar sobre verosímiles atributivos, reconstrucciones plausibles de lo acontecido que ponen en suspenso la retahíla de juicios de valor que lleva a conductas expiatorias o vengativas.
Una concepción refinada de los desarrollos sobre posición depresiva es clarificadora, al situar en red la cuestión de la culpa, sus versiones y matices, si bien algunas simplificaciones conducen a un culpabilismo símil religioso, con “seudo-insights” sostenidos en remordimientos erotizados y una atractiva madurez aparente.
Esto ocurre si el examen de los modos de relación con la integridad del otro pierde de vista el carácter de realidad psíquica de los daños asignables a cada quien.
Pues al pensar las cosas, buenas o dañinas, en trama, se definen