Argentina-Brasil. Marcelo Gullo
el mundo en una civilización dominante y dominadora de la segunda ola e infinidad de colonias hoscas, pero subordinadas de la primera ola [Toffler entiende por sociedades de la primera ola a las sociedades agrícolas no industrializadas] [...] en ese mundo, dividido entre civilizaciones de la primera y de la segunda ola, resultaba perfectamente claro quién ostentaba el poder.[21]
En la actualidad, “la humanidad se dirige cada vez más de prisa hacia una estructura de poder totalmente distinta que creará un mundo totalmente dividido no en dos sino en tres civilizaciones tajantemente separadas, en contraste y competencia: la primera, simbolizada por la azada, la segunda por la cadena de montaje y la tercera por el ordenador”.[22] En esta nueva estructura de un mundo “trisecado” también resulta claro quién ostenta el poder. En el mundo “trisecado” de los próximos años, las naciones de la primera ola proporcionarán los recursos agrícolas y mineros, las naciones de la segunda ola suministrarán la mano de obra barata y se encargarán de la producción en serie y de las industrias contaminantes que las naciones del centro del poder mundial no quieran tener en sus territorios ni cerca de éstos. Las naciones de la tercera ola venderán toda clase de tecnología de punta: aeronáutica, nuclear, informática... así como información e innovación, instrumental médico de alta complejidad, medicamentos sofisticados, gestión, cultura, educación, adiestramiento y servicios financieros. Se perfila, así, en el horizonte de largo plazo, un nuevo tipo de subdesarrollo: el “subdesarrollo industrial”, es decir, la existencia de un grupo de países industrialmente dotados pero, paradójicamente, subdesarrollados, o sea, sin “poder real” en la escena internacional. Países “neosubdesarrollados”, dependientes y sin capacidad de realizar una política autonómica.[23]
Ya en 1980 Alvin Toffler en su obra La tercera ola se planteaba una interesante pregunta: “Ahora que la civilización de la tercera ola está haciendo su aparición, se plantea la cuestión de si la rápida industrialización implica una liberación respecto del neocolonialismo y la pobreza o si, en realidad, garantiza una dependencia permanente”.[24] Para la Argentina y Brasil podría ser el caso, por cierto, si durante sus intentos de completar sus procesos de industrialización no se crean las condiciones económico-culturales que permitan dar el salto a la tercera ola. Pero el esfuerzo económico-cultural para realizar ese salto resulta tan grande que sólo puede ser alcanzado conjuntamente, sin dispersar esfuerzos.
Otra de las consecuencias de la tercera ola de globalización es que las empresas multinacionales norteamericanas, así como algunas europeas y japonesas, han conseguido una superioridad aplastante sobre las empresas convencionales del resto del mundo. Esta superioridad basada en la no compartida posesión de innovaciones tecnológicas –conseguidas en el caso de las multinacionales estadounidenses, en gran medida, mediante los subsidios encubiertos recibidos de manos del gobierno federal de Estados Unidos– está originando “un régimen privilegiado de comercio internacional que les asegura una superioridad definitiva”.[25] Como destaca Helio Jaguaribe, citando conceptualmente a Luciano Coutinho y João Furtado:
El principio de libre comercio, defendido con tanta vehemencia por Estados Unidos y por las teorías neoliberales, ha sido plenamente superado en la práctica por la red de multinacionales. En realidad, estamos ingresando en la era del fin de la libertad de comercio. Más de un tercio de las exportaciones norteamericanas y dos quintos de sus importaciones se procesan a través de transacciones entre las matrices y sucursales de las multinacionales. Estas transacciones no se originan en la obediencia de los principios de optimización, de la relación costo-calidad, sino en el interés de las empresas por retener sus transacciones en su propia red.[26]
Acertadamente, prosigue Jaguaribe:
El resultado final del proceso de globalización consiste prácticamente en la eliminación de la soberanía de la mayoría de los países del mundo, reduciéndolos a segmentos anónimos del mercado internacional, exógenamente dirigidos por las grandes multinacionales y demás potencias con jurisdicción sobre sus respectivas matrices.[27]
¿Cómo lograr un lugar en el mundo?
¿Qué pueden hacer países como la Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Perú, Paraguay, Uruguay o Venezuela, en estas nuevas condiciones que impone el mundo actual? ¿Qué pueden hacer para montarse en la tercera ola de la globalización y evitar la “africanización” de la región? ¿Qué pueden hacer para evitar que millones de personas sigan vegetando en los Andes o alrededor de las grandes urbes? ¿Qué pueden hacer para librar a millones de niños de los pueblos jóvenes, de las favelas o de la villas miserias, del flagelo del hambre, de la violencia y de la droga? ¿Qué pueden hacer para subirse, en definitiva, al último tren de la historia?
Solos, nada. ¡Ni siquiera Brasil podrá solo! Y, si así no lo entiende, Brasil sufrirá la suerte que le cupo a la China imperial cuando se enfrentó durante la segunda ola globalizante a las potencias colonialistas europeas. El camino solitario al Primer Mundo conduce a los oscuros sótanos del “cuarto”. La Argentina obnubilada del menemismo pagó caro esa ingenua ilusión. Caro pagarán, también, aquellos que intentan hoy, en soledad, vivir de las migajas del gran señor del norte. Juntos, sin embargo, sin vanos intentos por parte del más grande por conseguir una hegemonía regional relativa, todavía tienen una oportunidad. Las puertas de la historia todavía no se han cerrado. Los procesos históricos son largos. El tren ya ha comenzado a moverse pero todavía hay una oportunidad de treparse al último vagón. Sólo deben comprender que necesitan “poder para poder ser” y que sólo pueden “ser” si “son” juntos. Deben comprender que las políticas de “autonomía nacional” tienen que dejar paso a una nueva política de “autonomía continental”. Que si el molino de viento dio la sociedad con el señor feudal y una Europa dividida en condados, marcas y principados con ausencia de un poder central capaz de dirigir el conjunto; y el molino accionado por el vapor, la sociedad con el capitalista y una Europa dividida en Estados nación, la revolución tecnológica lleva a la constitución de los Estados continentales. Estados continentales que, por lo demás, serán los únicos “protagonistas de la historia” por venir.
Si, como creemos, todavía existe una oportunidad para América del Sur de subirse al último tren de la historia esta oportunidad pasa, pura y exclusivamente, por la búsqueda, y el logro, de la unidad continental. Existe, sin embargo, un dilema: ¿cómo alcanzar concretamente la unidad de América del Sur? De igual modo como la alianza franco-germana fue la condición sine qua non de la unidad europea, la alianza argentino-brasileña es el único camino real para alcanzar la unidad de América del Sur. Hoy, esa alianza está en funcionamiento dentro del marco del Mercosur pero, más allá de los discursos, está enferma y esa enfermedad –si no se diagnostica correctamente y se cura rápidamente– puede ser fatalmente disolutiva.
El talón de Aquiles del Mercosur
En los últimos tiempos hemos asistido a una serie de absurdas “guerras”: la de las “heladeras”, la de los “lavarropas”, la de los “zapatos”... entre los dos socios principales del Mercosur. Rencillas que generaron una ola de críticas tanto en Brasil como en la Argentina hacia el proceso de integración mercosurista. Críticas que debilitan, en el imaginario colectivo, la idea misma de la integración entre ambas naciones y que generan “minicrisis” que intentan ser subsanadas, siempre, por un abrazo fraternal entre los dos cancilleres y una declaración conjunta afirmando que los problemas del Mercosur se solucionan con más Mercosur.[28] Sin embargo, no conviene tomar a la ligera estas repetidas crisis que sufre el proceso de integración.
Las recurrentes crisis del Mercosur se deben a que está enfermo. Las crisis son simples manifestaciones de una especie de “síndrome de inmunodeficiencia ideológica” que infectó, paulatinamente, a las elites intelectuales y dirigentes de la región a partir de la década del 80 y provocó la “vulnerabilidad ideológica externa”,[29] la más peligrosa y grave de las vulnerabilidades posibles porque, al condicionar el proceso de la formación de la visión del mundo condiciona, por lo tanto, la orientación estratégica de la política económica, de la política externa y la filosofía misma del proceso de integración mercosurista. Al condicionar el pensamiento, se condiciona también la acción y los gobiernos de la región terminan, por ende, actuando ya no de acuerdo con sus propios intereses sino conforme a los intereses externos que se expresaron,