Argentina-Brasil. Marcelo Gullo
el proceso de industrialización y subirse al tren de la globalización tecnologizante sin vender, en el intento, el alma. Deben preservar sus identidades culturales. Los países del Mercosur son una parte de América Latina y toda América Latina –a despecho de importantes diversidades nacionales– conforma una sola unidad cultural claramente definida. América Latina, en su conjunto, es heredera y depositaria del humanismo clásico. Como brillantemente destaca Jaguaribe, esto se observa más fácilmente desde afuera y, particularmente, en el contraste entre la América Latina y la América sajona. El contraste se evidencia en la distinta medida en que cada una de las dos Américas dispone de condiciones tecnológicas y de valores humanistas. La América anglosajona es el universo del know how y el sitio de más alta tecnología del mundo, el reino del hombre light, del hombre “descartable”, la cuna de la ideología del consumo que ha vaciado de contenido la existencia humana, la que ha hecho que se perdiera el sentido de la vida y la existencia y que no da respuesta alguna a los momentos trágicos que visitan a todos los hombres y que culminan con la muerte. “Es interesante observar”, apunta sagazmente Jaguaribe, “que el humanismo, en Estados Unidos, constituye una especialidad académica. En América Latina es una práctica cotidiana que la gente hace sin saber que lo hace, por impregnación cultural”.[35] Ésa es la impronta propia de América Latina que debe preservar el Mercosur al mismo tiempo que ejecuta una agresiva política tendiente a alcanzar el desarrollo industrial tecnológico propio de la tercera ola. Esto requiere una política cultural única y una industria cultural audiovisual perfectamente integrada y orientada a preservar la identidad cultural. En la tercera ola las batallas culturales se dan fundamentalmente desde los medios de comunicación que, en el Mercosur, deben ser portadores de un nuevo ideal humanista que le devuelva al hombre el sentido de la vida y la existencia. Como afirma Hans Morgenthau, el imperialismo cultural es la más sutil y exitosa de las políticas imperialistas porque no pretende la conquista de un territorio o el control de la vida económica, sino el control de las mentes de los hombres, a través del cual establece una dominación sobre una base más sólida que la que puede establecer la conquista militar o económica.
La sociedad de mercado-consumo por excelencia es la sociedad estadounidense. En ella se ha producido una alianza entre la elite dirigente y las llamadas “fuerzas del mercado”. En esta alianza, el rol del Estado norteamericano consiste en sostener, precisamente como “ideología de Estado”, la economía “fundamentalista” de mercado. Es cierto que esta ideología presenta “matices” menos dogmáticos cuando gobiernan los demócratas que cuando lo hacen los republicanos.
Esta alianza hace que a medida que la forma de vida estadounidense
–en la cual el ser ha sido reemplazado por la tríada “tener-parecer-aparecer”– se expande por el mundo refuerce, a su vez, la hegemonía norteamericana. Una hegemonía que impone, persuasivamente, su modelo de sociedad. Esta evolución no hace más que robustecer el poder incontrastable de las fuerzas del mercado. A su vez, la aceptación por parte de los países periféricos de la cultura de consumo de la América anglosajona y de la economía “fundamentalista” de mercado como única forma posible de capitalismo refuerza más aún la hegemonía estadounidense. Resulta claro, entonces, que el mayor desafío para el Mercosur consiste en la preservación de su identidad cultural humanista. Una identidad que privilegia el “ser” por sobre el “tener”.
Si la tercera ola es la de la dominación cultural, la autonomía cultural, por contraposición, es la condición necesaria para la autonomía política y el desarrollo económico.
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