Aquiles. Gonzalo Alcaide Narvreón
como gesto de “qué problema,” Adrián envió un pulgar de aprobación y preguntaba si aún estaban en Ushuaia, el resto enviaron pulgares de aprobación, como dándose por enterados.
Aquiles le envió un mensaje privado a Adrián, contándole que ya había regresado y que estaba en camino hacia su departamento.
–Que hacés querido –escribió Aquiles.
–Por acá todo bien ¿cómo les fue? –preguntó Adrián.
–Bien, por suerte todo salió mejor de lo esperado –respondió Aquiles.
–Genial… ¿algo más para contar? –preguntó Adrián.
–Juicio terminado, una cena en una estancia increíble, una excursión por el Canal de Beagle… todo bien –escribió Aquiles, que sabía perfectamente hacia donde apuntaba la pregunta de Adrián.
–Ok, ¿nada más? –insistió Adrián.
–Ya te voy a contar… si hay ganas, quizá podríamos vernos a la noche o el domingo –respondió Aquiles.
–Dale, vamos viendo… yo también te tengo que contar algo medio loco que me sucedió, abrazo –escribió Adrián, dando por terminada la conversación y dejando a Aquiles intrigado.
La pantalla del celular se apagó; Aquiles giró su cabeza y permaneció en silencio, mientras que observaba a través de la ventana como los rayos serpenteaban sobre el horizonte, quebrando la profunda oscuridad que envolvía al río.
Estaba contento por regresar a su hogar y a pesar de haber dormido pocas horas, se sentía de buen humor, probablemente, en eso habían ayudado el par de horas durante las que había dormitado arriba del avión.
Tras haber cruzado el límite que dividía a la Ciudad de Buenos Aires con las zonas suburbanas, siguiendo las indicaciones de Aquiles, el conductor ubicó el auto en una dársena de la avenida para poder girar hacia su izquierda y en pocos minutos, estacionaban justo frente a la puerta del edificio. Ambos descendieron y fueron hacia la parte trasera para abrir el portaequipaje; Aquiles abonó el viaje, tomó sus pertenencias y luego de saludar al conductor, se dirigió hacia el accedo del edificio, donde lo aguardaba el personal de seguridad, que cortésmente le abría la puerta de vidrio. Saludó amablemente y se dirigió hacia el ascensor que estaba detenido en planta baja.
Ingresó al departamento y luego de dejar llaves y billetera sobre el mueble del acceso, dejó el equipaje, apoyó la funda con el traje sobre una banqueta y se acercó al sillón en el que estaba tirada Marina, a quien abrazó y besó.
–Hola amor –dijo Aquiles.
–Hola, te extrañamos… que cara fría –dijo Marina, con una sonrisa dibujada en su rostro.
–Sí, está haciendo mucho frío y viene tormenta –respondió Aquiles.
–Sí, escuché que va a haber mal tiempo durante todo el fin de semana… –dijo Marina, que preguntó– ¿viajaron bien?
–Sí, muy bien, lindo vuelo, tranquilo… la verdad es que, al despegar ya era de noche y luego de que sirvieron el snack, me quedé profundamente dormido. Me desperté una media hora antes de aterrizar; anoche nos acostamos tarde y fue por eso que perdimos el vuelo de la mañana –dijo Aquiles.
–Ah, entonces algo descansaste –dijo Marina.
–Sí, algo… por acá ¿todo bien?, ¿el bebé?, ¿cenaste? –preguntó Aquiles.
–Todo en orden, el bebé tanqui… Sí, ya cené; te dejé en el grill unas porciones de pizza por si querés comer, o no sé si primero preferís darte una ducha –dijo Marina.
–Me voy a duchar antes de ir a la cama. Estoy muerto de hambre; llevó la valija y la mochila al lavadero y mañana saco la ropa. Traigo la comida acá así no te levantas y conversamos un rato –dijo Aquiles.
–Ok, como quieras –dijo Marina.
Aquiles se incorporó, agarró la funda conteniendo el traje para llevarlo al vestidor y regresó a buscar la valija para llevarla al lavadero. Sirvió vino en una copa, agarró de dentro del grill tres porciones de pizza que aún estaban calientes, las puso sobre un plato y regresó al estar.
–Ahora sí –dijo Aquiles, que se sentó al lado de Marina, se quitó el calzado, apoyó los pies sobre la mesa ratona y comenzó a saborear las porciones de pizza.
–¿Que sucedió finalmente con el juicio? –preguntó Marina.
–Algo te comenté, pero el resumen es que los tipos recibieron una oferta de compra de una multinacional, por lo que deben estar limpios, sin arrastrar litigios legales ni problemas fiscales, por lo que, después de tanto tiempo de litigar, decidieron llegar a un acuerdo extrajudicial como para cerrar todo lo más rápidamente posible –dijo Aquiles, haciendo una síntesis de la situación.
–Ah, que loco… ¿y cómo sigue el tema? –preguntó Marina.
–Luego de haber hablado con nuestro cliente y de tener su aprobación, Alejandro tuvo que presentar unos documentos en el juzgado como para cancelar el tema judicial, pero la verdad es que no tengo muy claro como continúa. Imagino que él y Marcos deberán manejar esa parte y en todo caso, yo deberé participar si es que fuese necesario cerrar con algún tema contable, cosas que seguramente sucederá. –respondió Aquiles.
–Que desperdicio de dinero –dijo Marina.
–Sí, mucho… de todas maneras, esta gente ve las cosas desde otra perspectiva, viven en un universo paralelo y manejan números que a uno le resultan increíbles. –dijo Aquiles.
–¿Linda la casa? –preguntó Marina.
–Huf… ¡Hermosa!, similar a esas propiedades que se ven en las películas, enorme… de estilo Victoriano, con todas las comodidades de la vida moderna y en medio de no sé qué cantidad de hectáreas –dijo Aquiles.
–¡Qué lindo!, ¿alguna foto? –preguntó Marina.
–No, tuve ganas, pero me pareció que no quedaría muy profesional estar sacando fotos como un pajuerano y que alguien pudiese verme, por lo que no saqué. De hecho, me tentó enormemente la idea de hacerlo para mandárselas a Marcos con la intención de que viera donde estábamos y como estaba servida la mesa. –dijo Aquiles riendo.
–Huy, con lo celoso que es, creo que Marcos se tomaba el primer avión –dijo Marina riendo.
–La verdad es que jamás había estado en una cena presentada de esa manera dentro de una casa familiar. –dijo Aquiles.
–¿Cómo se llama la familia? –preguntó Marina.
–Evans, se llaman Evans. El que actualmente maneja el holding se llama George, George Evans –dijo Aquiles.
–Suena muy inglés –dijo Marina.
–Sí, familia inglesa. De hecho, mientras nos llevaba de regreso al hotel, el chofer nos contó que la casa había sido construida por el abuelo de George, un tal John Evans, que había traído los materiales desde Inglaterra. Otras épocas, otras costumbres y obviamente, poseedores de una gran fortuna –dijo Aquiles.
–¿A que se dedican concretamente? –preguntó Marina.
–A que no se dedican… –respondió Aquiles, agregando– en Tierra del fuego, fundamentalmente a la cría de ganado ovino y bovino, pero también están en el tema minería, petróleo, energía en general y ensamblado de componentes electrónicos… están metidos en docenas de negocios; pero viste como es el mundo, siempre hay uno que la tiene más larga y el pez grande termina comiéndose al pez chico –respondió Aquiles.
–Y yo que pensaba que eras vos el que la tenía más larga –dijo Marina, sonriendo y apoyándole una mano sobre el paquete.
Aquiles solo sonrió.
–Bueno,