Aquiles. Gonzalo Alcaide Narvreón
luego en el hotel, más allá de que no hubiese sido una situación provocada por él.
–¿Y vos que hiciste? –preguntó Aquiles.
–Semana muy tranquila, por lo que me quedé trabajando acá y sin demasiado por hacer; aprovechando que no había nadie en el edificio, bajé un par de veces a nadar –dijo Marina.
–Bien… va, con respecto a lo del trabajo no sé si es bueno o si es malo lo que me contás –dijo Aquiles.
–Trabajo tenemos, así que todo bien, solo que hay algunas cosas que ya están encaminadas y existen otras en las que aún no hace falta invertir mucho tiempo –respondió Marina.
–Bueno, me alegro… quizá luego del nacimiento podamos ir por la casa –dijo Aquiles, haciendo referencia a mudarse finalmente a un Barrio privado.
–Hoy tenés fútbol –dijo Marina.
–Sí, pero ya avisé que no iba; de todas maneras, si llueve se suspende –dijo Aquiles, que, mirando hacia afuera, pudo observar como comenzaban a caer algunas gotas.
Terminó con su cena y con su copa de vino y permanecieron por un rato tirados en el sillón, viendo el final de la película que estaba mirando Marina.
–Vamos a la cama –dijo Marina.
–Dale, andá yendo que me doy una ducha rápida y enseguida voy –respondió Aquiles.
Ambos se incorporaron, Marina fue al baño y luego se dirigió directo a la cama, mientras que Aquiles se dirigió hacia la cocina, dejó el plato y la copa dentro del lavabo; abrió el freezer y encontró un pote de helado, agarró una cuchara de postre y permaneciendo parado, con la cola apoyada contra la mesada, comenzó a degustarlo.
Guardó el helado y fue hacia el baño, se quitó la ropa que dejó dentro del lavabo y se metió bajo la lluvia de agua templada.
Si bien el hotel en el que se habían hospedado era confortable y todo funcionaba a la perfección, pensó “nada como regresar a casa y utilizar el baño propio.”
Cerró las llaves de agua, se secó y se higienizó los dientes. Desnudo como estaba, agarró la pila de ropa que había dejado en el lavabo y fue hacia el lavadero para meter todo dentro del lavarropas, con excepción del sweater, que dejó colgado en un tender. Sintió que la temperatura en el departamento estaba algo elevada, por lo que abrió el mueble que escondía a la caldera y la bajó al mínimo, luego se dirigió hacia la habitación, seguro de que Marina lo estaría aguardando para tener una noche de sexo. Hizo memoria y recordó que la última vez que habían cojido, había sido en la mañana del martes previo al viaje.
Ingresó a la habitación y para su sorpresa, vio que Marina ya estaba dormida y que no se movía, por lo que se metió en la cama lentamente, intentando no despertarla.
Apagó la luz de su velador y se recostó boca abajo, abrazando la almohada y seguro de que, luego de una semana de haber acumulado tensión, en pocos minutos caería dormido, pero no pudo conciliar el sueño.
Dio media vuelta, quedando recostado de espaldas y con ambos brazos por fuera de las sabanas. Sintió como las gotas, que, empujadas por el fuerte viento, golpeaban contra la persiana que había quedado a medio bajar y como el sonido de los truenos era cada vez más frecuente e intenso.
Súbitamente, vino a su mente la imagen de Alejandro junto a Malena, e imaginó que, seguramente, deberían estar en su departamento garchando como dos animales salvajes, más allá de que Alejandro le había dicho que no sabía si Malena iría a pasar la noche con él.
Inevitablemente, comenzaron a volar por su mente las imágenes de lo acontecido en la habitación del hotel durante la madrugada del viernes al regresar de la cena en la estancia de los Evans.
Más allá de lo movilizador que podía resultarle todo lo sucedido, se le ocurrió pensar en cual podía haber sido el motivo por el que Alejandro se había detenido ahí y no había intentado ir por más… Si se había animado a meterse dentro de su cama para terminar haciendo lo que finalmente habían hecho, ¿por qué no había intentado que existiese penetración? Pensó en cuál podría haber sido su reacción ante ese intento.
Si bien se trataba de un episodio reciente, la realidad era que, reposando en su cama, con la mente fría y ya lejos de haber sido sorprendido por la inesperada arremetida de Alejandro y del posterior estado de calentura, era previsible pensar que, seguramente, ese hubiese sido el límite y que no lo hubiese dejado avanzar, aunque la realidad era que, previo a lo sucedido, tampoco hubiese imaginado que algún día fuese a permitir que Alejandro hiciera lo que finalmente había hecho.
Envuelto en esos pensamientos, escuchando el sonido del viento y de la lluvia que arreciaban, quedó finalmente dormido.
Capítulo 2
Al mal tiempo, buena cara
A pesar del cansancio, producto de la tensión y del poco dormir, Aquiles había pasado una noche en la que su sueño había estado entrecortado. Se había despertado varias veces, había ido al baño a orinar, volvió a abrir el freezer para comer helado, dio algunas vueltas por el departamento y permaneció parado frente al ventanal del estar, observando como la torrencial lluvia caía, mientras que una seguidilla de relámpagos iluminaba el cielo. Las copas de los árboles se mecían de un lado hacia el otro, haciendo que las ramas parecieran a punto de quebrarse.
Aquiles había regresado a la cama sin que Marina se hubiese percatado de nada, ya que permanecía profundamente dormida. Cerca de las cinco de la madrugada, finalmente había logrado conciliar el sueño nuevamente.
Después de todo, consciente o inconscientemente, lo que le había sucedido en Ushuaia, seguramente estaba causando efectos en su psiquis y lo había impulsado a transitar por un evidente estado de ansiedad.
Abrió los ojos y miró el despertador; eran las once de la mañana y Marina ya no estaba en la cama. Estiró un brazo para alcanzar el borde del blackout que separó un poco de la ventana y pudo observar que, si bien no era la lluvia torrencial de la madrugada, continuaba lloviendo copiosamente.
Se recostó boca arriba y se quedó con los ojos cerrados, disfrutando del confort de su cama y del placer que le generaba el sonido de la lluvia.
Marina ingresaba al dormitorio con una bandeja en la que traía el desayuno. Café con leche, tostadas con mermeladas y queso untable, jugo de naranja y la pava con el mate.
–Buenos días amor –dijo, acercándose a la cama y dejando la bandeja sobre ella.
Aquiles abrió los ojos, se incorporó, dejando su espalda apoyada sobre el respaldo de la cama y respondió:
–Buenos días, que rico y que hambre que tengo.
Marina se acercó para darle un beso en los labios, mientras que, con los dedos de una mano, comenzaba a jugar con los pelos de su pecho, bajando por el torso hasta llegar a su pelvis.
Aquiles esbozó una sonrisa, sabiendo cuales eran las intenciones de su mujer.
–Tenemos todo el fin de semana, dejame desayunar –dijo, dándole un beso en los labios.
Marina no insistió y preguntó:
–¿Dormiste bien?
–Más o menos… me costó dormirme y luego de haberlo logrado, me desperté un par de veces; me levanté para ir al baño, me quedé un rato viendo como diluviaba, volví a la cama y a eso de las cinco, logré dormirme nuevamente –respondió Aquiles.
–Ah, no te escuché… ¿En serio que diluvió? –preguntó Marina.
–Sí, ya me di cuenta de que no escuchaste nada, porque seguías durmiendo como un oso. Se cayó el cielo anoche y hubo muchísima actividad eléctrica. Menos mal que la tormenta se desató después del arribo de mi vuelo, porque seguramente desviaron todos los vuelos posteriores para otros aeropuertos –dijo Aquiles.
Marina