Aquiles. Gonzalo Alcaide Narvreón

Aquiles - Gonzalo Alcaide Narvreón


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el relax, el placer y quizá, para la reflexión.

      Alejandro y Malena

      Tras un viaje callado y sin haber intercambiado casi palabra alguna con el conductor, cosa extraña y poco frecuente en él, Alejandro había llegado a su departamento.

      Durante el trayecto, le había enviado mensaje a Malena diciéndole que ya estaba en Buenos Aires y preguntándole si iba a ir a pasar la noche con él. Malena le había respondido que aún no había cenado, por lo que, si él tenía ganas, se daba una ducha, salía para allí y pedían algo para comer juntos.

      Alejandro le dio el Ok y adelantándose, envió un WhatsApp a la pizzería haciendo el pedido, con la idea de tener la cena en su departamento cuando llegase Malena.

      También le había enviado el mensaje a Aquiles deseándole que descansara bien, y había recibido como respuesta un simple “Gracias, lo mismo para vos…” que le había resultado algo frío y distante, aunque viniendo de Aquiles, no sabía muy bien por qué razón debía haber esperado otra cosa. Más allá de que la relación entre ellos se había hecho más suelta y fluida, Aquiles solía tener un trato bastante seco y distante, que muchas veces lo hacían parecer hasta antipático, aunque realmente no lo fuese.

      Llegó al edificio y bajó del auto con su maletín en la mano y con la mochila colgando de un hombro, agarró su valija del porta equipaje, abonó el viaje e ingresó al edificio, donde, al igual que a Aquiles, el personal de seguridad lo aguardaba con la puerta abierta.

      Subió al ascensor y apretó el botón del piso quince. El ascensor se detuvo, Alejandro salió e ingresó a su departamento. La imagen que tuvo frente de él, le resultó entre cautivante y atemorizante. La señora encargada de hacer la limpieza, que era una persona de confianza de sus padres y que iba un par de veces por semana a su departamento, había dejado los blackouts recogidos, por lo que, desde esa altura y con vista abierta hacia el este, mirando de frente hacia el río, se observaba el espectáculo de las nubes avanzando en forma de rodillos, con el horizonte iluminado por continuas descargas eléctricas y en el parque del otro lado de la avenida, las copas de los árboles danzando de un lado al otro a merced del viento. Sin duda alguna, se trataba de una tormenta fea que en pocos minutos golpearía a la ciudad.

      Dejó la valija y la mochila en la cocina, al lado del lavarropas; ya se ocuparía de separar la ropa limpia de la usada. Fue hacia el mueble que escondía la caldera, abrió la puerta y apretó el botón para encender el piso radiante, ya que, al salir hacia el aeropuerto, la había apagado, porque no tenía certeza sobre cuando regresaría y le pareció que no tenía sentido gastar gas, quedando el departamento vacío. Luego de varios días en los que la temperatura se había mantenido por debajo de los 10º C, los ambientes se sentían realmente fríos.

      Terminado con el trámite, fue hacia el dormitorio, donde dejó la funda con el traje y el maletín y aprovechó para ir al baño a orinar, cosa que venía postergando desde que había desembarcado.

      Le envió un mensaje a Malena diciéndole que se apresurara, porque se aproximaba una tormenta fea y contándole que ya había encargado pizzas.

      Pasados quince minutos, sonaba el timbre, anunciando que el delivery estaba abajo. Alejandro atendió y dio el Ok al personal de seguridad como para que lo dejasen subir.

      Recibió las cajas, le dio propina al muchacho y fue hacia la cocina para dejar las cajas dentro del horno, que encendió a temperatura mínima como para mantener la comida caliente y puso cuatro latas de cerveza en el freezer.

      En diez minutos, sonaba nuevamente el timbre y Alejandro atendía, dando la autorización para que Malena ingresara al edificio; fue hacia la puerta y la dejó entornada. Mientras que Malena subía, aprovechó para ir nuevamente hacia el baño con la intención de darse una rápida ducha que lo ayudara a quitarse el día de encima.

      Como siempre le sucedía, parte de su cansancio era producto de la tensión que le genera el tener que subirse a un avión.

      Se desvistió, dejó la ropa tirada en el piso del dormitorio, abrió las llaves de agua y se metió bajo la lluvia templada.

      Tomó el pan de jabón con aroma a cítricos y se lo pasó rápidamente por el cuerpo, tras lo que puso un poco de shampoo sobre su cabeza.

      –Que hacés amor… ¿dónde estás? –escuchó que Malena preguntaba desde el estar.

      –Me estoy dando una ducha, controlá las pizzas que puse en el horno, enseguida voy –gritó Alejandro, que tenía la cabeza recién enjabonada y estaba con los ojos cerrados.

      Afuera, el sonido de los truenos anunciaba que la tormenta ya estaba encima de la ciudad, mientras que las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer, estrellándose con fuerza contra los vidrios de las ventanas.

      Malena fue hacia la cocina, apagó el horno y se dirigió a la habitación.

      Vio la ropa de Alejandro tirada en el piso y lo escuchó cantando bajo la ducha. La escena le produjo un espontaneo estado de excitación; comenzó a desvestirse, dejando sus prendas apoyadas sobre la cama y completamente desnuda, caminó hacia el baño e ingresó dentro de la bañera, sorprendiéndolo al agarrarle el miembro, sin que él se hubiese dado cuenta de su presencia.

      Alejandro abrió los ojos.

      –¡Me asustaste tonta! –exclamó Alejandro.

      Sin darle tiempo como para que reaccionara, Malena, que parecía estar en un estado de calentura extrema, se colgó de su cuello con los brazos y luego de enroscarle la cintura con ambas piernas, literalmente, le devoró la boca.

      –¡Pará loca!, ¡tenemos todo el fin de semana! –volvió a exclamar Alejandro, sintiendo que su miembro comenzaba a erectarse.

      –El fin de semana acaba de comenzar, no perdamos tiempo –dijo Malena, ahogándolo con un profundo beso de lengua.

      Alejandro sintió que su glande estaba apoyado sobre los labios de la vagina de Malena y percibió el calor que emanaba.

      –Entrame –dijo Malena, aflojando un poco sus brazos como para que su cuerpo descendiera.

      Alejandro elevó su pelvis, logrando que su miembro comenzara a penetrarla lentamente.

      No era la primera vez que practicaban sexo de esa manera y Alejandro tenía los músculos de sus piernas y de sus brazos lo suficientemente desarrollados y entrenados como para sostener al pequeño cuerpo de Malena.

      El agua tibia caía sobre ambos cuerpos, que se encontraban fundidos y disfrutándose uno del otro.

      Alejandro giró, haciendo que la espalda de Malena quedara apoyada contra la pared y afirmándose sobre el piso de la bañera, comenzó con una seguidilla de embestidas cada vez más potentes.

      Malena sintió el contacto de su espalda contra los fríos cerámicos que cubrían la pared, pero su calentura fue más fuerte y se entregó a pleno para disfrutar de ese momento de placer sexual.

      Alejandro continuó con las embestidas y sintió como las uñas de Malena se clavaban en su espalda, mientras que emitía un gemido que fue seguido por un grito, anunciando que se encontraba en medio de un orgasmo.

      Alejandro dejó fluir su energía y se concentró en su propio placer, logrando que, en tres o cuatro embestidas más, su esperma comenzara a fluir, provocándole una inmensa sensación de placer, que expresó por medio de un grito incontenible, mientras que sus piernas se aflojaban y comenzaban a temblar.

      Malena bajó sus piernas, liberándole la carga y haciendo que el miembro de Alejandro saliera de su vagina.

      –Bienvenido –dijo, mientras que volvía a comerle la boca y luego se arrodillaba para mamarle el miembro y limpiárselo con la lengua.

      Agarró un toallón que ató sobre sus pechos y caminó directo al cuarto, como si nada hubiese sucedido y satisfecha por haber complacido sus propios deseos.

      Alejandro


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