Aquiles. Gonzalo Alcaide Narvreón

Aquiles - Gonzalo Alcaide Narvreón


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Aquiles.

      –¿Alguna intuición? –preguntó Marina.

      –La verdad es que ninguna, no pienso demasiado en ese tema –dijo Aquiles.

      –Es varón –dijo Marina, como si estuviese absolutamente segura.

      –Bueno, el martes lo sabremos… me voy a dar una ducha rápida –dijo Aquiles, que luego de terminar con su café con leche, se levantó y se dirigió hacia el baño.

      Parado bajo la flor de la ducha y sintiendo la tibia lluvia de agua que caía sobre su cuerpo, comenzó a reflexionar sobre la manera en la que venía transitando y aceptando sin demasiados conflictos ni cuestionamientos lo que acababa de vivir junto a Alejandro. Le sorprendía la calma con la que estaba enfrentando al hecho de haber experimentado algo que en su vida hubiese imaginado que iba a vivir.

      Luego de unos breves minutos de reflexión, cerró las llaves, salió con toallón en mano, se secó y caminó hacia el vestidor; agarró un bóxer, medias y remera limpias y se puso el mismo pantalón y buzo que se había puesto a la mañana. No tenía la más mínima intención de ponerse siquiera un jean y mucho menos calzado.

      Sin ganas de hacer nada más que descansar y relajarse, con control remoto en mano, se tiró nuevamente en un sillón del estar y encendió la TV para buscar algo que lo entretuviese.

      Pensó en Marcos y en Félix, aunque no tenía siquiera sentido preguntarle a Marina si les había dicho algo a Paula y a Sofía, porque sabía que no; además, realmente tenía ganas de pasar una noche tranquila, y con Adrián e Inés estaba bien.

      Apenas pasadas las siete y treinta sonó el portero.

      –Son los chicos –gritó Marina desde la cocina.

      –Bajo –dijo Aquiles, que fue a agarrar zapatillas y salió del departamento, para regresar junto a la pareja de amigos, cargando algunos paquetes sobre sus manos, mientras que Adrián cargaba botellas e Inés el paquete con la torta.

      Fueron directo a la cocina para dejar todo y se saludaron con Marina.

      Aquiles se había quedado sorprendido por el rápido crecimiento de la panza de Inés, a quien aún le faltaban dos meses para parir a Franco.

      –Che, impresionante la panza de Inés –dijo Aquiles, que junto a Adrián se habían ido al estar.

      –¡Viste!, está enorme… estamos garchando solo de costado o ella encima mío, porque con esa panza, de otra manera no llego –dijo Adrián riendo.

      –Imagino que no –dijo Aquiles.

      –Contame algo que se pueda contar del viaje –dijo Adrián.

      –Mejor te cuento lo que no se puede contar –dijo Aquiles, escuchando que sus mujeres estaban hablando vivamente en la cocina.

      –¿Qué pasó? –preguntó Adrián.

      –Venía todo bien, tranquilos, lo habíamos dejado en claro antes de viajar; estábamos enfocados en el trabajo y más allá de algunas que otras cosas que me di cuenta que no las hacía adrede, todo dentro de los que habíamos ido a hacer –dijo Aquiles.

      –Contá boludo… ¿cosas como que? –preguntó Adrián.

      –Nada… Imaginate que Alejandro vive solo y que está acostumbrado a manejarse con absoluta libertad; de repente, salía de la ducha y regresaba a la habitación completamente en pelotas, como si estuviese en su departamento y solo, cosa que obviamente no me iba a horrorizar, pero que sí me ponía medio incómodo por lo que había sucedido –dijo Aquiles.

      –Y sí, es comprensible –dijo Adrián.

      –Eso se lo dije, y a partir de ahí dejó de hacerlo y se ataba un toallón a la cintura para caminar hasta su cama. La verdad es que se venía portando bien.

      –Bueno, bien entonces –dijo Adrián.

      –Si… Además de eso, solo había sucedido algo medio incómodo que tampoco había sido hecho adrede por ninguno de los dos –dijo Aquiles.

      –¿Se agarraron las pijas? –dijo Adrián riendo.

      –No boludo… pará. Un día, antes de salir para tribunales, a Alejandro no le salía el nudo de la corbata, por lo que le ofrecí hacérselo. Estaba parado frente a él y cuando tiré para ajustárselo, medio que perdió el equilibrio, se vino hacia mí y nuestros bultos de apoyaron… No me sonó a que lo hubiese hecho a propósito, pero fueron unos segundos de incomodidad –dijo Aquiles.

      –Huy… picante –dijo Adrián.

      –Lo picante mal fue lo que sucedió la última noche –dijo Aquiles.

      –¿Cómo te fue en el viaje? –preguntó Inés, acercándose al estar con bandejas en la mano que dejaba sobre la mesa ratona.

      Adrián hizo un gesto como maldiciendo su interrupción, sabiendo que se venía una historia caliente.

      –¡Huy!, ¡qué bien que se ve esto! –dijo Aquiles, al ver los pancitos caseros rellenos con quesos, rodajas de aguacate, jamón y salmón.

      –Todo hecho por mis hábiles manos –dijo Inés.

      –Una maestra… –dijo Aquiles, que agregó– el viaje bien, la verdad es que nos salió redondo y encima pude conocer algo de un lugar al que jamás había ido.

      –Viste que imponente es ver las montañas nevadas al lado del mar –dijo Adrián.

      –Justamente es lo que le contaba a Marina… para hacer tiempo antes del vuelo, hicimos una excursión de unas horas a una isla en el medio del Beagle y lo imponente es la vista que tenés desde ahí.

      –Nena, después de que nazcan los críos y que dejemos de amamantarlos, se los dejamos a estos dos que ya fueron y nos vamos solas a conocer el extremo sur –dijo Inés, dirigiéndose a Marina, que aparecía en el estar cargando una bandeja con vasos, copas y bebidas.

      –Dale, lo hacemos –respondió Marina, mientras que apoyaba la bandeja sobre la mesa.

      Adrián y Aquiles se miraron e hicieron un gesto como diciéndose “no lo van a hacer…”

      –¿Te vas a dejar la barba? –preguntó Adrián.

      –No, me afeité el jueves y llevo dos días sin hacerlo, me crece rápido… va, quizá sí me la deje, no sé –respondió Aquiles.

      –¿Le contaste a tu amigo sobre tu gran cena junto a la “Hight Society inglesa”? –preguntó Marina.

      –¿Que cena?, ¿te estás codeando con la Realeza Británica? –preguntó Inés sonriendo.

      –No, no me comentó nada –dijo Adrián.

      –No –respondió Aquiles riendo, y agregó– sucede que el litigio en cuestión, que era por un tema de posesión de tierras y que llevaba ya un tiempo, era entre nuestro cliente y una familia inglesa radicada en Tierra del Fuego, que hasta donde yo sé, nada tienen que ver con la Realeza.

      –Ah, mirá vos… –dijo Inés.

      Finalmente, después de tantos idas y vueltas, esta familia decidió llegar a un acuerdo extrajudicial, porque recibieron una oferta de compra de otro negocio, por parte de un holding internacional y no les servía que las negociaciones los agarrasen estando en medio de un litigio judicial. Aparentemente, al líder de la familia le caímos en gracia, fundamentalmente, Alejandro, que es muy sociable … –dijo Aquiles, que fue interrumpido por Inés.

      –Alejandro es tu empleado del video chat… –dijo.

      –Alejandro, el abogado penalista, sí –dijo Aquiles, con la intención de poner los puntos sobre las íes, recalcando que, en todo caso, lo importante era que lo definiera su capacidad como profesional y no aquel episodio ya superado o sus preferencias sexuales.

      –El punto es que pensábamos regresar el jueves


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