Aquiles. Gonzalo Alcaide Narvreón
–No boludo, en serio… yo quería volver, pero no daba como para rechazar la invitación y, en definitiva, fue una experiencia que valió la pena –dijo Aquiles.
–¿Linda la estancia? –preguntó Inés.
–La estancia increíble… en verdad, era de noche y lo único que conocimos fue la casa que sí es increíble; una mansión de estilo Victoriano. Al regresar, el chofer nos contó que la había construido el abuelo del actual cabeza de familia y que habían traído los materiales desde Inglaterra. Obviamente que la “aggiornaron” y que cuentan con todas las comodidades de la modernidad, pero manteniendo las cosas originales.
–¡Ah, con chofer y todo! –exclamó Inés.
–¡Obvio! Los VIP somos tratados así –dijo Aquiles riendo y agregó– en verdad, las escenas de película comenzaron desde el momento en el que nos enviaron al chofer de la familia para que nos recogiera por el hotel. Estacionó en la puerta una tremenda camioneta Range Rover, el tipo bajó e ingresó al lobby preguntando por nosotros que ya estábamos esperándolo ahí. Nos presentamos, salimos y nos abrió la puerta de la camioneta para que ingresáramos; faltaban las cámaras y los flashes –dijo Aquiles.
–Eso no me lo habías contado –dijo Marina.
–Bueno, te hice un resumen y después no tuve tiempo, porque nos dedicamos a hacer otras cosas –dijo Aquiles sonriendo.
–Ay tonto –dijo Marina, sintiendo que se ruborizaba.
–La cuestión es que llegamos a la propiedad y el tipo nos estaba esperando en la galería del acceso para recibirnos. Entramos a la casa y nos condujo hacia al living, donde ya estaban otros miembros de la familia y su abogado, al que obviamente ya conocíamos. Fuimos presentados y comenzamos a disfrutar de un aperitivo que consistió en variedades de quesos y de carnes ahumadas, acompañados con Cabernet Sauvignon.
–¡Que delicia! –exclamó Inés.
–Realmente sí, todo delicioso y elaborado por ellos –dijo Aquiles.
–Imagino que “Mrs. Evans” no estuvo toda la tarde en la cocina elaborando la comida con sus propias manos –dijo Marina.
–Seguro que no… me refiero a que es otra de las ramas de negocios que manejan –dijo Aquiles.
–Si son dueños de estancias, imagino que, desde el vamos, la materia prima la tienen a mano –dijo Adrián.
–Tal cual… –dijo Aquiles, que continuó con el relato– terminamos con el aperitivo y Margaret nos invitó a pasar al salón comedor…
–¡Andá…! “Margaret, nos invitó a pasar al salón comedor” –dijo Adrián muerto de risa.
–¡Y si boludo!, la mujer se llama “Margaret” y esa casa tiene un “Salón comedor,” yo tengo un comedor, vos tenés un comedor, ellos tienen un “Salón comedor” –dijo Aquiles, que continuó– lamento no haber sacado fotos, cosa que no daba, pero para que te des una idea, la mesa es para dieciocho comensales, con muebles en los laterales en los que está guardada la vajilla y donde dejaban apoyadas las bandejas; no se vos, pero yo jamás había participado en una cena así.
–Yo tampoco –dijo Adrián, que provenía de una familia adinerada.
–Impresionante –dijo Inés.
–Cuando le cuentes a Marcos todo esto, se va a querer matar por no haber viajado –dijo Adrián.
–Eso justamente le decía anoche –dijo Marina.
–Encima, se imaginarán que la mesa estaba puesta a full, con vajilla increíble y con cubiertos, copas y accesorios acordes a una comida formal –continuó Aquiles.
–O sea que comieron duritos –dijo Adrián riendo.
–Al principio, la verdad es que, al menos yo, me sentí medio intimidado; encima, por algunos comentarios que hicimos con Alejandro al ver los cuadros y otros objetos que estaban en el living, evidentemente se dieron cuenta de que hablábamos inglés, y a partir de ese momento, parte de las charlas fueron en castellano y otras en inglés; pero más allá de eso, viendo cómo se comportaban, y que a pesar del formalismo de la presentación actuaban como una familia común y sin protocolos, me fui distendiendo y pude disfrutar de la velada.
–Ah, bien que Alejandro también es bilingüe –dijo Adrián.
–Sí, el flaco está preparado. Sus padres tienen una buena posición económica; de hecho, en algún momento me comentó que lo ayudaron a comprar el departamento en el que vive, que por la ubicación debe salir unos cuantos dólares y sé que estudió en un colegio bilingüe por Belgrano, no recuerdo el nombre. Me divertí mucho, porque el pobre tiene pánico de volar –dijo Aquiles.
–Mirá vos… que raro, no pareciera que fuese esa clase de persona, me refiero a lo del miedo a volar –dijo Adrián.
–Fue lo mismo que dije yo –dijo Aquiles.
–¡Imagino lo rico que habrán comido! –exclamó Inés, volviendo al tema de la cena y pareciendo que poco le interesaba lo que hablaran sobre Alejandro.
–Riquísimo; la entrada consistió en una copa de mariscos, acompañados con un excelente Sauvignon Blanc. De plato principal sirvieron cordero, que vino acompañado con una guarnición de puré de manzanas; ahí cambiaron a un exquisito Pinot Noir. –relataba Aquiles.
–De lujo la comida –dijo Adrián.
–Realmente sí, de lujo y me pareció como que están acostumbrados a vivir de esa manera y que no solo fue una puesta en escena como para recibirnos. –dijo Aquiles.
–¿Que comieron de postre? –preguntó Inés.
–Para rematar, de postre se sirvió una torta de Crumbel de Manzana tibia, con una bocha de helado de crema americana que acompañamos con un espumante dulce –dijo Aquiles.
–Amiga… cambio de planes; en lugar de ir solas, vámonos con tu marido y que nos lleve a pasar una semana a lo de los ingleses –dijo Inés riendo.
–Imagino que ahí terminó la cena y que se fueron –dijo Adrián.
–Imaginás mal… Cuando terminamos el postre, nos invitaron a pasar a otro estar, algo más pequeño que en el que nos habían recibido al llegar. Las paredes repletas de libros y de pinturas clásicas; sobre un muro de piedras, había un inmenso hogar en el que crujían los leños. Ahí sirvieron café, licores y el dueño de casa nos convidó habanos, que disfrutamos sentados, mientras que veíamos como comenzaba a nevar.
–¡Suena hasta inmoral! –dijo Inés.
Ante el comentario de Inés, Aquiles pensó “Si esto te suena inmoral, ¿qué definición le darías a lo que sucedió en el hotel luego de la cena?”
–Realmente amor, todo un sacrificio tu trabajo –dijo Marina.
–Y bueno; se hace lo que se puede… alguien debe sacrificarse –dijo Aquiles sonriendo, y agregó– es más… el dueño de casa nos invitó a pasar la noche con la intención de llevarnos a conocer la estancia y algunas de las instalaciones al día siguiente. Antes de que Alejandro abriese la boca, le agradecí y le dije que, lamentablemente, debíamos regresar a Buenos Aires.
–Que tonto –dijo Marina, que agregó– son oportunidades que se dan una vez en la vida y no sabés si se repetirá; deberían haber aceptado la invitación.
En ese momento, Aquiles se sintió muy tonto, porque se dio cuenta de que no había aceptado, presionado por sus propios demonios internos y porque era consciente de que, cuanto más tiempo permanecieran allí, más posibilidades existirían de que sucediera lo que finalmente había sucedido.
–Puede que tengas razón, no sé… yo quería regresar