Los evangélicos en la política argentina. Marcos Carbonelli
en el corazón de las instituciones. Algunas de ellas, por el propio pensamiento doctrinal y litúrgico de las instituciones religiosas, quedan por fuera. Las demandas por la despenalización del aborto, el reconocimiento legal y social a las parejas del mismo sexo y la posibilidad de emprender cambios sociales a partir de acciones violentas son ejemplos de causas que no encuentran respuesta sencilla ni canalización en el corazón institucional y se convierten así en puntos de fuga, tópicos donde ocurre un desfasaje entre la necesidad y la realidad del creyente y el dispositivo de respuestas de las comunidades religiosas. Por ello la adecuación activa solo se concreta plenamente en los líderes y los cuadros medios de las iglesias y menos en los creyentes que habitan la periferia institucional y que son más autónomos de sus mandatos institucionales.
La finalidad de esta obra es realizar un aporte a esta discusión todavía en ciernes, a partir de evidencia empírica. Para ello invito al lector a recorrer en las páginas que siguen el derrotero de algunas experiencias partidarias evangélicas en el nuevo milenio que, en su singularidad, me permitirán mostrar continuidades con los diagnósticos señalados, pero también mutaciones importantes en la politicidad evangélica, a la que es preciso atender, más allá de lo inobjetable de los números y los vaivenes electorales.
1. Estos dos últimos artículos fueron suprimidos por la reforma constitucional de 1994.
2. La primera experiencia tuvo lugar en 1884, con la fundación de la Unión Católica, partido que procuraba imitar el modelo de las estructuras partidarias surgidas en Europa para combatir el liberalismo (Di Stefano y Zanatta, 2000: 354). En verdad, se hallaba conformado por laicos católicos de extracción liberal que se habían separado temporariamente del régimen debido a sus ataques contra las prerrogativas de la Iglesia Católica. Una vez que dicha ofensiva modernista-secularizante se atenuó (producto de los nuevos horizontes de conflicto y la crisis económica de 1890), la Unión Católica acabó por disolverse, decisión acompañada por la escasa adhesión que su propuesta había obtenido dentro de las propias filas católicas, distribuidas en diferentes facciones.
Un segundo ciclo de emergencia de partidos confesionales católicos tuvo lugar en las primeras tres décadas del siglo XX, a la luz del fortalecimiento de la democracia representativa. En 1907 fue el turno de la Unión Patriótica, una suerte de liga electoral cuyo objetivo se centraba en capitalizar los votos católicos en beneficio de candidatos dispuestos a defender la doctrina católica, más allá de sus filiaciones a diversas listas (Di Stefano y Zanatta, 2000: 380). Su fracaso dará paso a otro intento, el Partido Constitucional, especialmente orquestado para afrontar el nuevo escenario de competencia política producido por la Ley Sáenz Peña. Esta formación se disolverá en 1918, ante la ausencia de seguidores y los conflictos que desató al interior en el propio espacio católico, en la medida en que varias figuras destacadas de dicho ámbito criticaron su espíritu conservador. Finalmente, el ciclo cierra con la fundación del Partido Popular, por parte del laico José Pagés e inspirado en una experiencia italiana similar. A diferencia de sus predecesoras, esta formación abandonó el formato de partido confesional y se posicionó en el espacio electoral como un partido laico, aunque sus discursos y estrategias de campaña sostuvieron la pretensión de generar lazos de identificación entre los católicos. Su propuesta alcanzó escasa competitividad frente a otras identidades partidarias ya consolidadas, como el radicalismo, el socialismo y los conservadores, y a su vez su performance se vio erosionada por una constante en el accionar estratégico de la jerarquía católica: la desconfianza con respecto a la proyección partidaria y la opción por otras vías de influencia sobre lo político.
3. Susana Bianchi (2004) destaca cómo el grueso del clero nacional, con monseñor Gustavo Franchesi a la cabeza, en aquel momento sostuvo que no existían connotaciones intrínsecas en los judíos como para declararlos “un peligro para la nación”, pero que asimismo convenía que la “cuestión judía” (que tantos estragos había causado en Europa) era un mal que era innecesario importar. Por tanto, desde su perspectiva se volvía imperioso acotar la inmigración de judíos del este y evitar la expansión institucional de todos los radicados en el país.
4. Tanto Saracco (1989) como Wynarczyk (2009: 72) van más lejos con una hipótesis explicativa: sostienen que el éxito del citado evento religioso radicó en un proceso de sustitución del liderazgo carismático de Perón por parte del predicador, bajo un contexto de crisis social y anomia. Esta proposición supone una traducción total entre los capitales y sentidos que componen los imaginarios políticos y religiosos, y delinea un vínculo que perduró a lo largo de las décadas, y que incluso se cristalizó en el espacio de las competencias electorales.
5. La Nueva Derecha Cristiana representó un movimiento conformado por la unión de los grupos Voz Cristiana, Tabla Redonda Religiosa y Mayoría Moral, que gravitó con fuerza en la vida política norteamericana de la década de 1980, en tanto proveedor de dirigentes y candidatos del Partido Republicano. Articulados en torno a la figura de Jerry Falwell, estos sectores se proponían marcar la agenda de la gestión pública, evitando el avance de la regulación estatal en áreas consideradas sensibles. Para un análisis del surgimiento de Mayoría Moral, ver Casanova (1994: 206-207), y de la importancia de la Nueva Derecha Cristiana en el Partido Republicano en las últimas décadas, ver Giroux (2004).
6. Un antecedente a los partidos confesionales fueron la Asociación Alianza Evangélica Argentina (Aleva) y, posteriormente, Civismo en Acción (CEA), grupos conformados por abogados y empresarios de congregaciones bautistas y de hermanos libres, que procuraron reflexionar y motivar la participación de sus hermanos en la fe en las estructuras partidarias (Wynarczyk, 2010: 27). Estos grupos de reflexión, debate y estudio sobre la praxis política no derivaron directamente en una vía partidaria, aunque de todos modos Wynarczyk (65-69) resalta la importancia de esta etapa transicional, porque significó el encuentro entre tradiciones y perspectivas evangélicas disímiles: por un lado, los grupos evangelicales, que provenían de familias tradicionalmente evangélicas, de clase media y alta y con tendencias políticas afines al liberalismo; por el otro, grupos pentecostales conformados por personas “convertidas” al evangelismo, de clase media y baja, y con identificaciones políticas más cercanas al peronismo.
7. Si bien Wynarczyk (2010: 293) no profundiza sobre el caso de la elección de Míguez Bonino en 1994 por encontrarse fuera de su objeto de estudio, menciona que su participación se enmarcó en una situación de algún modo “extrapartidaria”, por tratarse de una asamblea constituyente, y que sus intervenciones cuestionaron la necesidad real de una nueva ley de cultos.
8. Sacerdote de la zona de Quilmes, en el sur de la provincia de Buenos Aires, Luis Farinello perteneció al Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo (MSTM) durante la década de 1970. Ejerciendo una intensa pastoral social desde su iglesia Jesús Liberador en la localidad de Bernal, en los 90 creó su propia fundación y doce comedores populares en su zona de actuación. Afín al peronismo de izquierda desde su participación en el MSTM, en 1998 constituyó el Polo Social, una formación política orientada a priori a diferenciarse del modelo bipartidario compuesto por la Alianza y el Partido Justicialista, a partir de un discurso y una praxis posicionada en torno a la justicia social como eje nodal de su proyección (Página 12, 1 de enero de 2001). Si bien en sus inicios contó con el apoyo de exfrepasistas y de sectores desafiliados del esquema bipartidario, el capital político de Farinello se diluyó en pocos años frente a la densidad territorial de las estructuras partidarias ya consolidadas, y con él las posibilidades de constituirse en senador por la provincia de Buenos Aires en las elecciones de octubre de 2001.
9. La figura de Anthony Garotinho resulta