La extraordinaria vida de la gente corriente. Iván Ojanguren Llanes
diferentes y más soluciones trabajando conjuntamente con otras personas: «Cuando trabajas en equipo todo se multiplica; la energía que se genera es mucho mayor así que el impacto que consigues ahí fuera es mucho más grande. Además, trabajar en equipo hace que no te sientas solo y convierte la experiencia en algo mucho más enriquecedor y divertido. Solo le veo ventajas». Con esta filosofía lo primero que hizo María fue reclutar gente para su proyecto de formación en Tanzania: «Empecé a explicar el proyecto a un montón de personas de confianza y me alucinó la aceptación que tuvo –cambia la voz a un tono más agudo y hablando más rápido me dice–: Yo no entendía nada, ¿cómo podían confiar en mí cuando les decía que íbamos a impartir formación en materias de las que todavía no teníamos ni tan siquiera temario y a través de una organización que por entonces era inexistente? Ante mi sorpresa muchas personas se sumaron al proyecto». Esta es otra de las cualidades de los protagonistas de este libro: inspiran. ¿Por qué? Porque la causa a la que sirven es tan importante para ellas que consiguen convencer –y conmover– a otros para que los acompañen en el viaje. Son 100% pasión y energía, y eso basta para embelesar a las personas y conseguir animarlas y hacerlas partícipes del proyecto.
En uno de mis viajes a Madrid tuve la oportunidad de compartir una comida con algunos de los vocales de la ONG y les hice esa misma pregunta: «¿qué hizo que os subieseis al carro?». He aquí la respuesta: «Por un lado me parecía una locura, aunque por otro veía a María tan entregada y entusiasmada que quise unirme al proyecto». Una vocal me dijo: «Me parecía todo un tanto precipitado, una locura, aunque viniendo de María ni me lo pensé. Si María creía que aquello era factible es que efectivamente se podía llevar a cabo». Así, una vez que aunó un equipo mínimo, comenzaron a presentar el proyecto en clases de la universidad para captar a voluntarios que los ayudasen a dar los primeros pasos: constituir la ONG, crear la web, captar y gestionar fondos, administrar redes sociales y un largo etcétera.
Durante la creación de la ONG, María tenía claro que los formadores tenían que ser jóvenes estudiantes: «Parte de lo que quiero demostrar es que los jóvenes podemos aportar mucho a la sociedad; con este proyecto ponemos en valor y en el centro del mapa la función de los jóvenes ya que siento que en general no nos tienen demasiado en cuenta –y continúa–: la acogida desde la universidad fue fantástica y nos dejaron presentar el proyecto en Madrid, Barcelona y otras ciudades donde contábamos la importancia de la educación para conseguir sociedades más libres. Era alucinante ver cómo las personas se acercaban tras la presentación para saber más y ofrecerse para colaborar». María hace hincapié en que su objetivo era no solo implicar a estudiantes, sino también demostrar que se podía hacer una labor profesional y directa: «Creo que el problema actual con la cooperación es que no se sabe muy bien lo que se hace cuando donas dinero; en organizaciones como Inakuwa damos la posibilidad de hacer una cooperación directa, bien haciendo trabajo de campo como formador o bien como gestor de alguno de los departamentos».
¿Qué labor hace exactamente Inakuwa? En muchas culturas, la mujer juega un papel vertebrador: es quien cría a las nuevas generaciones y, si consigue mejorar su calidad de vida a la par que gana confianza y autonomía –por ejemplo, aprendiendo a leer y escribir o accediendo a un trabajo digno–, estas mejoras se proyectarán también sobre el resto de la comunidad. En el momento en que escribo estas líneas
–verano del 2019– María se encontraba en el pueblo de Rau, en Tanzania; «Les damos formación básica en aquellos ámbitos que, tras una investigación previa con Jiendeleze, una ONG local, consideramos que pueden tener más impacto en la vida de estas mujeres y de la sociedad en general en el corto plazo. Por ejemplo, educación sexual para que comprendan mejor su cuerpo, alfabetización y matemáticas para que puedan gozar de un grado mínimo de independencia y confianza en sí mismas, nutrición para que mejoren su dieta con los productos que tienen a su alcance, clases de cerámica para que puedan tener utensilios de cocina básica con la tierra de su propia aldea, o clases de costura, para que aprendan un oficio y ganen autonomía accediendo a un trabajo digno». María me habla de otras formaciones como la agricultura, importantísima para el sustento de la población: «Hasta el año pasado los huertos se echaban a perder en la época de lluvias; tras una investigación previa, decidimos enseñar la técnica del bancal profundo y la comunidad la aplicó al huerto común; su rendimiento ha mejorado muchísimo y esto ha animado a más mujeres a asistir al curso este año para que esos conocimientos los puedan aplicar a sus huertos individuales –continúa animada–. Estamos muy contentos, la verdad. El primer año estuvimos un mes en Tanzania, pero este año, el 2019, ya hemos tenido que crear dos grupos para cubrir julio y agosto. El trabajo del primer año generó mucho interés en las mujeres y este segundo año muchas más se han interesado por los cursos que ofrecemos, incluso ya estamos instruyendo a personas locales para que continúen la formación en algunos aspectos críticos que impactan en su economía y confianza personal como son la alfabetización, las matemáticas, la costura o la economía básica para montar un negocio». En realidad, Inakuwa consigue algo maravilloso: crear un lugar de encuentro entre las mujeres –más allá de un espacio de formación–, donde hablan de sus verdaderos problemas, inquietudes y necesidades que a su vez se materializan en nuevas iniciativas y proyectos.
María me cuenta que su objetivo no es solo ayudar a la población, sino también crear un protocolo de actuación que se pueda exportar a más lugares del planeta incluyendo el análisis de necesidades de formación, colaboración con autoridades y asociaciones locales y labores de concienciación social. Uno de los aspectos más importantes del programa es conseguir la autosuficiencia de la población en el menor tiempo posible: «Uno de los objetivos es que las labores de desarrollo continúen en nuestra ausencia; por eso formamos personas locales en las competencias clave detectadas de modo que estas a su vez puedan continuar, de forma remunerada, la labor formativa en esa comunidad y también en comunidades vecinas; de ahí la importancia de colaborar estrechamente con las autoridades regionales, para que comprendan la importancia y el impacto positivo de esta intervención y fomenten la expansión del proyecto a otras comunidades». Para Inakuwa, la figura del formador no es un mero transmisor de conocimiento: «Para nosotros va mucho más allá de impartir la materia: los formadores están atentos a la aparición de nuevas necesidades dentro de su especialidad que tal vez solo ellos pueden ver, investigan posibles mejoras, hacen labores de campo para mejorar sobre la marcha el curso o bien crear las bases para otro diferente más potente».
Inakuwa quiere de verdad marcar una diferencia en la autonomía de las mujeres, por eso hace estudios sobre qué oficios o maneras de ganarse la vida pueden ser más viables y accesibles para la comunidad, siempre partiendo de iniciativas de las propias mujeres y poniendo las decisiones importantes en sus manos: «Queremos ser facilitadores, catalizadores; no queremos que la comunidad dependa directamente de nuestra actuación». Así, María me cuenta que plantearon crear una piscifactoría; Inakuwa visitó hasta quince que se encontraban en una zona similar para valorar su viabilidad atendiendo al clima, el terreno o las comunicaciones. Tras el estudio constataron que no solo era viable económicamente, sino que también respondía a una necesidad real como suministro de proteínas de origen animal: «Ya estamos creando la piscifactoría y son ellas quienes deciden el tamaño de las piscinas, las especies de peces o la organización del mantenimiento. Ellas controlan el proceso, nosotros las ayudamos en el camino y nos aseguramos de que esas mismas mujeres locales que están adquiriendo este conocimiento lo pasen al resto de la población cuando ya no estemos». María me cuenta la importancia de trabajar con las autoridades locales: «Evidentemente esto no podría tener tanto impacto sin contar con el apoyo del gobierno local; en este caso, además, las autoridades accedieron a proporcionar el agua para la piscifactoría de forma gratuita siempre y cuando el espacio se utilizase también para dar formación de emprendimiento a otras personas que deseen aprender de su experiencia –continúa más seria–. Son los gobiernos los que deberían estar haciendo esta labor; para concienciarlos creamos sinergias y relaciones profundas donde en reuniones semanales nos pedimos colaboración mutua y aprendemos unos de otros; les damos información de campo sobre las necesidades reales de las mujeres con las que trabajamos a nivel sanitario, económico, etc., para que conozcan mejor el perfil de su población y puedan así planificar políticas de desarrollo útiles».
María me cuenta que uno de los objetivos colaterales