La extraordinaria vida de la gente corriente. Iván Ojanguren Llanes
África es luz, color, ideas, iniciativas, cultura». Inakuwa también está en contacto con la Universidad Complutense de Madrid para tratar de introducir asignaturas relacionadas con la Agenda 2030 de la ONU para el desarrollo sostenible, así como en colegios e institutos: «Si conseguimos que los jóvenes en particular y la sociedad en general tengan en cuenta otros factores más humanos, conscientes, contributivos además de los económicos, tendremos un impacto muy grande en todo el mundo ya que esa humanidad y ese deseo de contribución lo podrán difundir en los contextos donde ejerzan».
Sí, querido lector, ¡yo también me he enamorado de María! Qué duda cabe de que la sociedad del futuro, como bien dice Jordi Pigem en su libro Buena crisis, será «postmaterialista»… O no será. Construir la sociedad del futuro requerirá ir más allá del fin puramente instrumental de tu profesión; requerirá hacerse la pregunta: ¿en qué sentido el mundo puede ser un lugar mejor a través de mi trabajo?
En una de nuestras últimas entrevistas personales, en mayo del 2019, María estaba terminando el segundo curso del grado de Medicina y habíamos acordado vernos para revisar mis notas de su historia. Había pasado un año aproximadamente desde nuestro primer encuentro en aquella cafetería en Madrid cuando, al poco de comenzar nuestra charla me dice: «Iván, hay algo importante que quiero decirte… ¡Espero que no me mates!». Aquí, sin lugar a dudas, comienza una de las grandes lecciones que nos transmite esta historia: «¿Qué sucede?» pregunté intrigado. «Pues, verás, con todas las vivencias que he tenido en los últimos meses tanto personales como con Inakuwa, he tomado una decisión importante –María continúa con una sonrisa de oreja a oreja–. He decidido comenzar el curso que viene un doble grado de Ciencias Políticas y Filosofía y dejar Medicina en un segundo plano».
¡Bum!
¿Mi reacción? Felicitarla por la decisión. «En cierto modo no me sorprende –le dije sonriendo–; esta es justamente una cualidad que me he encontrado en todos vosotros: estáis constantemente haciendo ensayo y error, reciclando vuestros objetivos y tomando nuevas decisiones acordes a vuestra experiencia. ¡Enhorabuena por la decisión!». María se echó a reír. «No te creas, ¡no ha sido una decisión fácil! Mis allegados me han insistido en que continúe estudiando Medicina; así y todo, la decisión está tomada y ya he movido todos los hilos para comenzar el doble grado en septiembre». Como el lector irá descubriendo, son justamente estas decisiones difíciles las que a la larga hacen que nuestros protagonistas terminen encontrándose a sí mismos y aportando a los demás desde su verdadera esencia como seres humanos.
Las personas de este libro se dedican a lo que aman y son talentosas porque siempre han sabido escuchar a su corazón y centrarse en aquello que sentían que tenía más sentido a cada instante; esto es justamente lo que hace que no les cueste y que hagan fácil lo difícil. Así, María no comenzó a estudiar Medicina solamente porque se le daba bien, ni mucho menos porque tenía salida. A María le apasiona aprender, le encanta trabajar en equipo y, además, a cada momento estudia algo que siente que es importante para marcar una diferencia en el mundo. Esto, amigos, es lo que hace que, en realidad no le cueste estudiar. María había alineado su pasión –aprender– con su deseo de contribuir a través de una profesión de acción directa como ser profesional de la salud. «Al principio creía que estudiando Medicina también podía aportar mi parte al mundo ya que siempre he creído en la acción directa; tenía la sensación de poder salvaguardar directamente el bien más preciado e inalienable: la vida. Finalmente me di cuenta de que si lo que quería era hacer llegar una ayuda de calado a la población debía estudiar algo más enfocado a poder actuar desde instituciones públicas; ahí es donde creo que hay más medios y más rango de maniobra. Hay una cosa de la que estoy convencida: estos dos años en la universidad han sido muy importantes para tener más seguridad en mí misma cuando hago labores de voluntariado de campo». Así, debido al modo tan holístico y abierto que tiene María de ver la vida, no solamente estudia en la universidad, sino que en paralelo se forma en la Escuela de Liderazgo Universitario para aprender más sobre sí misma y cómo relacionarse eficientemente con otras personas a través del conocimiento de la historia, la antropología, los derechos humanos o la espiritualidad.
María ha resuelto por sí sola el enigma de la motivación y el sentido de la vida: moverte siempre en contextos donde sientes que disfrutas, que eres excelente y que además tienes un sentido contributivo que va más allá de lo que tú vas a sacar a cambio. Si tienes poder de influencia sobre adolescentes, entenderás por qué un simple «estudia para ganarte la vida» o «estudia para tener opciones» no es para nada motivador cuando tienes trece o catorce años. ¿Por qué? Porque no se entiende. Es demasiado abstracto. Estás tratando de que alguien invierta un montón de horas de su tiempo en algo que solo le dará, teóricamente, frutos en el largo plazo. Tal vez estos mensajes tienen mucho sentido para quien los dice, no lo niego, pero tienen bastante poco o nulo impacto en un joven. Te hará caso –en el mejor de los casos– porque tienes autoridad sobre él y depende de ti, pero no porque crea en lo que le estás diciendo. O, peor aún, se lo creerá, pero, ¡ay de ti como no obtenga ese trabajo o remuneración deseados! Está emergiendo una nueva forma de comprender la educación de modo que cambiemos el anticuado paradigma actual por uno más encaminado a conseguir que cada vez más personas lleguen a la situación en la que está María: disfrutar del camino sabiendo que eso le ayudará a marcar una diferencia en el mundo.
María se ve a sí misma involucrada activamente en la política y también en la acción social en países más pobres. «Seguramente acabaré creando un partido político –me dice sonriendo, aunque no por ello menos convencida–; siento que también estaré volcada en África todo lo que me dé la vida. Estoy convencida de que para conseguir un futuro mejor para todos tenemos que nivelar los derechos de las personas en general y de las mujeres en particular en los países más desfavorecidos». En este momento le pregunto qué mundo le gustaría ver ahí fuera; la respuesta no tiene desperdicio: «En realidad sueño con un mundo más ‘de verdad’; un mundo donde la gente no se ponga máscaras, un mundo donde nadie pueda sentirse legitimado a mentir o a cometer actos de dudosa ética para vivir. Mi mundo ideal es un mundo donde cada persona elige su profesión y su manera de vivir y ganarse la vida. Un mundo donde los médicos lo sean porque sienten que es su vocación, no solo porque sea prestigioso o porque proporcione acceso a una remuneración determinada, por ejemplo. Y lo mismo con cualquier otra profesión: ¿para qué estudias Derecho? ¿Para poder tener un título determinado que te pueda dar más opciones laborales o para defender los derechos de las personas en algún ámbito en concreto? Lo segundo es lo deseable ya que será una decisión vocacional y con hambre de contribución; lo primero te mete en una competición donde solo estudiarás para ganar prestigio y merecimiento social –y concluye–: un mundo de verdad, eso es lo que quiero. Para conseguirlo necesitamos más personas que decidan la dirección de su vida atendiendo a su vocación y a su deseo de ayudar a otros». Simple y llanamente maravilloso. No se imagina el lector lo que he disfrutado escribiendo el párrafo anterior sabiendo que no son palabras mías –aunque podrían serlo perfectamente ya que suscribo hasta la última coma–, sino que vienen de una generación que ya está empujando y retando a algunas mentes anquilosadas y ancladas en maneras caducas de comprender la vida en general y el trabajo en particular.
«Entonces, ¿cómo estás contribuyendo tú a crear ese mundo?» le pregunté a María. He aquí su brillante respuesta–: «Pues… haciendo. Soy de las que piensa que una acción vale más que mil palabras; los libros son necesarios y las palabras también, aunque no tienen el mismo impacto que el ejemplo directo de una acción concreta. Y no hablo de hacer grandes cosas, ¡qué va! La ética y el ejemplo están en las cosas pequeñas, en tu día a día, en todos los contactos que tienes con el mundo desde que te levantas por la mañana… No puedes aspirar a ser ético y contribuir para cambiar el mundo si no atiendes a las pequeñas acciones del día a día. El ejemplo que proyectas sobre los demás, esa es la mejor manera de contribuir a crear un mundo mejor». María conoce a la perfección las leyes de la coherencia, la contribución y la educación. ¿Cómo aspiras a liderar un equipo de trabajo si tú mismo no sabes liderarte? ¿Cómo esperas ayudar en África si no puedes ayudar a tu allegado o a tu vecino? Del mismo modo, María y los protagonistas de este libro no ven el trabajo simplemente como un medio para ganarse la vida, ¡nada de eso! Ganarse