Avaritia. José Manuel Aspas

Avaritia - José Manuel Aspas


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Le pidió que se ocupase personalmente, que delegase durante unos días en otras personas lo que pudiese surgir y se ocupase en cuerpo y alma. Era de vital importancia prestar un excelente servicio a estas personas: que se involucrase en asesorarles, en tramitar todo el papeleo para el traslado, que ocuparse no solo del viaje del cuerpo a destino, también de los pasajes de ellas. En definitiva, cubrir todos los frentes para que la viuda y su hija se sintieran arropadas y apoyadas por un equipo que iba mucho más allá de realizar un mero servicio de funeraria. Le dijo que era un asunto personal, pues un buen amigo se lo pedía, y le mintió diciéndole que, además, se encargarían de cubrir otros servicios parecidos para una comunidad de personas del este de Europa.

      —No hay problema —contestó, por fin, el hombre, tras unos momentos analizando mentalmente la solución a los problemas que pudiesen surgir—. Podemos prestarles un servicio personalizado, yo mismo agilizaré los trámites para el traslado del cuerpo. Ya realizamos un servicio de estas características. Primero tengo que visitarles y comprobar que no existen otros problemas; dicho así, parece fácil. Muerte por accidente. Cuando judicialmente permitan que los familiares se hagan cargo del cuerpo, nosotros entramos en acción y punto.

      —Perfecto.

      —El problema es el coste del servicio.

      —Sin límite.

      —¿Qué quieres decir? ¿Sin límite?

      —Tú trátalas como si fuese tu familia. No hables de dinero, simplemente soluciónales los problemas y cuando le entierren en su tierra, donde pidan, pagarán la factura sin rechistar.

      —El servicio personalizado significará que una persona, en este caso yo, invertiré un montón de horas con ellos.

      —Que serán facturadas convenientemente. Te repito, pagarán la factura sin problemas.

      —¿Tienes muchos clientes así?

      —Si quedan satisfechas, sí. ¿Te creías que no me preocupaba por el negocio?

      Álvaro Faisano no respondió. No solo él, todo el personal en la empresa estaba seriamente preocupado. Desde la muerte de don Cristóbal, la inquietud por su futuro les angustiaba. Conocían a Ignacio y a su hermano, no eran trigo limpio, probablemente venderían la funeraria y eso era un foco de incertidumbre por quién se hiciese cargo de ellos. Pero si al final se la quedaban ellos, conociéndolos, les buscarían la ruina.

      —No estaría mal tener este tipo de clientes, son servicios muy caros y muy rentables para la empresa.

      — Pues tú preocúpate de que queden contentas. Esta empresa necesita aire fresco y gente que trabaje, que los gastos en personal nos comen los beneficios. ¿Me has entendido?

      Claro que le entendía, el muy cabrón ya estaba metiendo presión y eso que, de momento, no era el único jefe. Todos en la empresa comentaban que, de los tres hermanos, la única que se salvaba era la hermana. Si al final se la quedaban ellos, lo tenían claro.

      —Vale, yo me ocupo —finalizó cogiendo el papel donde Ignacio le había anotado el nombre de la viuda y su teléfono.

      —Si tienes algún problema, llámame.

      Álvaro se puso en contacto con la viuda y esta le esperó a la puerta del hospital en compañía de su hija. Ambas lloraban desconsoladamente mientras le escuchaban. Era un profesional y sabía cómo tratar a las personas en estas situaciones. Con voz serena y pausada les dijo que, desde este momento, se ponía a su disposición. Las escuchó con paciencia absoluta mientras, en momentos determinados, cogía con cariño la mano de la desconsolada viuda. Muerto su marido, no tenían otra opción que volver a su país, donde podrían estar rodeadas de familiares. Pero se encontraban totalmente desbordadas por la situación. Les dijo, con el mismo tono de voz, que desde ese mismo momento él se ocuparía de todo. Si era su deseo regresar a su ciudad y darle sepultura en su tierra, cerca de ellas, él se encargaría de tramitarlo lo antes posible. El alivio de ambas mujeres fue visible y le dieron las gracias entre lágrimas. La edad de la viuda rondaría los cincuenta; la de la hija, veinticinco.

      El cuerpo se encontraba en el depósito del hospital a disposición de los familiares. La investigación judicial seguía su curso con el fin de averiguar la identidad del conductor responsable del atropello. Cruzaba un paso de cebra en el momento de ser arrollado, eso estaba claro en los informes, pero poco más se conocía del suceso, únicamente la declaración de un testigo lo confirmaba aunque, desgraciadamente, no pudo aportar ningún otro dato a excepción de que se trataba de un coche de color blanco. Por lo tanto, no pusieron ningún problema cuando la funeraria contratada por la viuda retiró el cuerpo y lo trasladó al tanatorio que la propia funeraria poseía. En ella, las dos mujeres velaron el cuerpo durante los dos días que tardó Álvaro en solucionar todo el papeleo del traslado del cuerpo. No quisieron irse, su deseo fue velar el cadáver día y noche. Se les acondicionó la sala con un segundo sofá para un mayor confort en la espera y se volcaron para que no les faltase de nada. Se dispuso durante las veinticuatro horas una sala adyacente con funciones de comedor, y las dos mujeres agradecieron en todo momento las atenciones que recibían. El tercer día, con toda la documentación en regla y los permisos correspondientes, el cadáver, en un ataúd hermético y con las condiciones exigidas, fue trasladado al aeropuerto y enviado a Croacia en un vuelo comercial; las mujeres volaron ese mismo día en línea regular. Ellas llegarían a destino unas horas antes del vuelo comercial y se harían cargo del cuerpo junto a familiares que les esperaban, aseguraron.

      La funeraria realizó un informe detallado de los servicios prestados. En él constaban los gastos, desde las autorizaciones pertinentes hasta el coste de los billetes de ellas y el traslado del cuerpo. La factura era una cantidad considerable que Ignacio mandó por fax. Temía que a Yuri le pareciese excesiva. A las dos horas, la trasferencia a la cuenta de la funeraria estaba realizada. Después, el propio Yuri le llamó para agradecerle sus servicios y esperando verse pronto.

      * * *

      Stefano Rusconi estaba cada vez más convencido de que sus sospechas eran ciertas. En el noventa y nueve por ciento de los robos, los primeros indicios suelen señalar en una dirección. Puede tratarse de simples butroneros, bandas organizadas que planifican militarmente los asaltos a joyerías; otros, más especializados, que acceden anulando alarmas y utilizando lanzas térmicas para reventar cajas de seguridad, o algún lobo solitario que roba por encargo alguna obra de arte. Normalmente, los investigadores, a través de la base de datos propia o la de organismos policiales internacionales, pueden identificar el modus operandi de los ejecutores o la intervención de alguno de sus miembros. Eso no significaba que, descubriendo quién era el responsable, el caso estuviese resuelto. En muchos casos, estas bandas adoptaban amplias medidas de seguridad que dificultaban su localización y detención. Además, los investigadores debían reunir las pruebas adecuadas para, una vez detenidos, demostrar ante los tribunales que eran los autores materiales de los hechos delictivos por los que se les acusaba. Todos ellos eran casos que requerían de extensas investigaciones por parte de unidades policiales especializadas en coordinación permanente con unidades homólogas de otros países. En todo este entramado, los equipos de las fuerzas y cuerpos de seguridad no solo recogían muestras en los escenarios para identificar a los responsables, también escudriñaban en busca de intermediarios y receptores de estas mercancías, pues eran parte esencial del engranaje.

      Era extraño que se detuviese a una persona a la cual se le achacasen múltiples delitos de esta índole y no contase con antecedentes policiales previos o sin identificar su modus operandi. Se conocían delincuentes que lo modificaban para despistar a los investigadores y dificultar tanto su identificación como su detención, pero hasta en esos casos, el patrón de sus actos terminaba delatándolos.

      No obstante, en los últimos años se habían perpetrado una serie de robos que tenían perplejo a Stefano. Eran cuatro, cometidos todos en territorio español y con intervalos entre ellos de siete a once meses. El último, hacía un par de semanas. De este último había recibido, por parte de la Guardia Civil, el listado con las personas que habían acudido a la residencia de descanso donde colgaban los cuadros en los últimos cinco años. El propietario era un importante empresario que exportaba diversas mercancías a países


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