Avaritia. José Manuel Aspas
representado, el Sr. Vladic Bogdánov, desea que le transmitamos un caluroso saludo y está en su ánimo visitarle pronto. He de decirle que es un enamorado de su país.
—Me alegro, para mí será un placer conocerle personalmente.
—Tiene una agenda de trabajo saturada pero le asegura que, en cuanto pueda, le visitará.
—Muy bien.
Ignacio había investigado al empresario, por sus pesquisas sabía que Vladic Bogdánov era un importante financiero con empresas no solo en Rusia, también en otras partes del mundo, con una larga trayectoria profesional. Empezó con la explotación minera y, posteriormente, adquirió los derechos para la extracción de gas en lugares remotos de Siberia. En este momento ostentaba la dirección de un conglomerado de empresas con una amplia diversificación de negocio. En definitiva, un hombre poderoso y muy rico. Al principio, Ignacio quedó perplejo por que un hombre de esas características se interesase en hacer negocios con él, hasta que comprendió que era rico por ese mismo motivo. Los negocios no se encuentran, se buscan, y era consciente del interés de esta gente en invertir. Para colmo de su buena suerte, los dos representantes que contactaron con él, los que tenía sentados frente a él, eran dos pardillos representando a un jefe inflado de dinero que les confería poderes para negociar sin límites en su inversión. Muy probablemente se les diese instrucciones de en qué se quería invertir y dónde, y estos tendrían unos márgenes de maniobra amplios, no debían ser estúpidos. Pero ahora, invertir en España, después del desplome de la economía, del precio de la vivienda y el suelo, para ellos, con dinero en metálico, sería como ir a Disney World.
Aún recordaba su segundo encuentro. Les invitó a un restaurante del Palmar; luego, dieron una vuelta en barca, algo inaudito en unos negociadores de altos vuelos para quienes lo normal es terminar con champán y putas, pero ellos insistieron. Yuri parecía un chiquillo.
Yuri, el más grueso de los dos, era quien llevaba la voz cantante, también el más alegre. Formado en Europa, sobre todo en Inglaterra, como le comentó en la sobremesa de la comida. Por el contrario, su compañero, Dmitry, era la antítesis del primero: sobre un metro noventa de estatura, de constitución atlética, mucho más serio y mucho menos hablador pero tan educado y cortés que, en ocasiones, parecía el mayordomo de Yuri; su castellano era básico, con el fuerte acento característico del norte de Europa. En la mayoría de ocasiones se limitaba a asentir y sus risas no eran tan extrovertidas.
Hoy, Ignacio esperaba que entrasen en materia, las anteriores veces solo fueron de tanteo. También hoy, probablemente, mostrarían sus verdaderos rostros y él, desconfiado por naturaleza, se encontraba expectante y algo inquieto.
—Hemos estudiado en profundidad la situación de esos terrenos que ustedes poseen en la costa de Castellón. Es una zona con un potencial de negocio importante, aunque nuestro principal interés, en este momento, no es ese.
Una gran ventaja, pensó Ignacio, pues desde el inicio de las conversaciones su interés fue obvio y ahora lo ratificaban.
—Ahora bien. Es una zona protegida por la ley de costas, con movimientos ecologistas de cierta importancia e influencia.
—Es cierto —les ratificó. Era patente que, entre sonrisas y bonitas palabras, habían hecho sus deberes.
—En esta situación, los terrenos en ese lugar carecen de valor.
Solo pudo asentir.
—No obstante, continuamos interesados. Los terrenos cuentan con casi un kilómetro de costa y unos seiscientos metros de anchura. Hemos tenido una discreta conversación con el alcalde y, por suerte, le hemos encontrado muy receptivo —palabras que desconcertaron a Ignacio, desconocía los pasos que estaban realizando.
—Esa conversación con el alcalde, ¿la han llevado a cabo ustedes? —preguntó.
—Por supuesto que no. Sería despertar la codicia del hombre y mostrarle un interés inversor. Espero que no le moleste, el acercamiento lo hemos realizado en su nombre y lo ha realizado un abogado.
No eran tan tontos como parecían, pensó. Tampoco tenía que confiarse, al fin y al cabo, invertían internacionalmente y poseían recursos insospechados.
—Y ¿qué han sacado en claro?
—A lo largo de todo el kilómetro, los primeros cien metros desde la playa son intocables. Pero contamos con los quinientos posteriores, en su mayoría terreno yermo, a excepción de una pequeña pinada que se integraría en cualquier proyecto que se plantease. También existen varios huertos gestionados por agricultores que poseen otros lindantes con su propiedad pero, en todo caso, conscientes de que han invadido una propiedad ajena. El terreno está catalogado como zona verde pero, a excepción de esos cien primeros metros pegados al mar, el resto se podría recalificar si ponemos un par de sobres en los bolsillos adecuados y aseguramos que, en posteriores inversiones, se contratará a gente del municipio en trabajos de construcción. Por supuesto, este tipo de negociación se llevaría con absoluta discreción y siempre en su nombre. Le repito que si sospechan de inversión extranjera, los costes y las objeciones se multiplicarán. ¿Estás de acuerdo?
—Por supuesto —le convenía el interés que mostraban. No solo hablaron con el alcalde, inspeccionaron el terreno, se preocuparon de averiguar pros y contras. Indudablemente eran mucho más avispados de lo que aparentaban.
—¿Qué opinan sus hermanos? De momento son todos propietarios del terreno.
—No se preocupen por ese tema, en su momento lo resolveré.
—Intuimos que con su hermano no habrá problemas, pero ¿y su hermana? —insistieron.
—Le repito que no se preocupen —volvían a demostrar saber mucho más de lo previsto—. Tenemos un problema de liquidez, por ello no hemos podido regular convenientemente la herencia de mi tío. Nuestra intención, como ustedes comprenderán, es poner a nombre de cada uno lo que previamente acordemos, lo cual conlleva, como ustedes supondrán, unos elevados costes en escrituras e impuestos a los cuales no hemos podido hacer frente.
—Comprendemos que es un tema privado entre ustedes. Pero también entienda que si pretendemos invertir, necesitamos el máximo de información y garantías. Nosotros estamos obligados a dar las explicaciones que, en cualquier momento, nuestro jefe pueda solicitar.
—Lo doy por hecho.
—¿Le supone un problema que tratemos este tema? —era la primera vez que Dmitry intervenía en la conversación.
—No, en absoluto, la confianza ha de ser mutua.
—Perfecto —respondieron al unísono.
—Nuestro tío nos dejó en herencia esta casa, con las caballerizas adyacentes, una fábrica en un polígono de Paterna, una funeraria con sede principal aquí, en Valencia, y dos delegaciones, una en Castellón y la otra en Alicante; y esos terrenos de los que estamos hablando. Les estoy siendo sincero.
—Se lo agradecemos —respondió inmediatamente Yuri.
—La cantidad en metálico de que disponía en el momento de su fallecimiento no era muy elevada. Mis hermanos y yo tampoco disponemos de mucho efectivo y, por eso, no hemos podido regularizar el reparto de la herencia, como tendría que haberse hecho.
—Permítame que le diga que su tío tenía muy buen criterio. Diversificar los riesgos montando empresas con diferentes tipos de comercialización siempre es conveniente. ¿Él gestionaba directamente ambos negocios?
—Sí. Aunque en ambos negocios contaba con personal de dirección y gestión en los que confiaba totalmente.
Ignacio no sabía exactamente adónde querían llegar con este interrogatorio. Sospechaba que, igual que se preocuparon en averiguar cosas relacionadas con los terrenos en los que estaban interesados, también en lo relacionado a la herencia y a las relaciones familiares sabían más de lo previsto.
—En este momento, ¿en qué situación se encuentran estos negocios?
—Hemos concedido