El tigre en la casa. Carl Van Vechten
les da una clara ventaja a la hora de cazar y de escapar de sus enemigos. Es un hecho curioso, sin embargo, que los gatos que trepan hasta alturas considerables con frecuencia se rehúsen a descender de alturas más modestas. El mayido lastimero de un gato en un árbol, adonde ha subido huyendo de un perro, o en una ventana de un segundo piso, es un espectáculo común. A veces, su rescate se convierte en un asunto internacional e incluso se ha considerado conveniente llamar a los bomberos. Recordemos que una caída desde cierta altura es un asunto serio para un gato. A pesar de la superstición popular, no siempre cae parado y es probable que se rompa la espina dorsal.
9 Madame Michelet no es de la opinión de que los juegos del gatito sean todos un aprendizaje para la caza: “Un mundo de ideas, de imágenes, despierta primero en él, imágenes que no son de presas. Eso vendrá, pero más tarde. La primera atracción para los gatos nuevos, como para un bebé, es por aquello que se mueve. Parece que esta vida de los objetos engaña a su inmovilidad. Ambos siguen los movimientos con un ojo al comienzo indeciso, pero pronto cautivado. El bebé quiere aferrar la pelota suspendida sobre su cuna y el gatito persigue a su sombra en la noche. Tigrine mostraba un gusto muy vivo por estas siluetas, que tenían a sus ojos mayor realidad que el objeto mismo”.
10 En la Edad Media, era costumbre atarlos a las ventanas de las viudas que volvían a casarse, para indicar su lascivia. La gata se opone al matrimonio. Aceptará uno, dos, tres amantes, tantos esclavos como sea posible, pero nunca a un tirano.
11 El léxico del criador de gatos es poético. Cuando lleva a una hembra a aparearse con un macho el evento se llama “visita”, y el acto del macho, “firma”.
12 A veces los gatos consideran ciertas sillas como de su propiedad y no permiten que perros ni humanos las usen. He observado a uno pasar por el salón y expulsar a cada ocupante de su silla. Su método era simple. Pesaba seis kilos y se deslizaba hasta posarse entre el respaldo de la silla y la persona sentada.
13 Sin embargo es habitual que se intoxiquen con el olor de la valeriana, y adoran la fragancia de las flores. A veces incluso expresan deleite por los artificios de los perfumes Houbigant, Coty y Bichara. En esto se diferencian de los perros, como nota W.H. Hudson en El diario de un naturalista: “El mimado perro faldero tiene clavada una gran espina en el costado, una perpetua miseria que debe soportar, aun con todas las comodidades en que vive, y son los perfumes que complacen a su dueña. Él también es un poco veneciano a su manera, pero su sofisticación no es la de ella. El baúl de madera de alcanfor en el dormitorio le parece una ofensa; el estuche de fragancias en sus delicados frasquitos de vidrio, una abominación. Ante sus exquisitas fosas nasales todas las flores aromáticas son fétidas, y la madera de sándalo de cajas y ventiladores le hace voltear el rostro con disgusto. Se siente cálido y suave en el regazo de la dama, pero es un dolor incurable tener que estar tan cerca de su pañuelo de bolsillo, saturado de lavanda o rosa blanca. Si es obligación perfumarse con esencias florales, el perro preferiría que ella se bañara en aceite esencial extraído de la magnífica Rafflesia arnoldii de la selva de Borneo, que huele a carne podrida, o incluso de la humilde flor de la carroña que florece más cerca de casa”.
14 Ahora bien, espero ya haber impresionado al lector y haberlo convencido de que no todos los gatos son iguales. He visto gatos tan estúpidos como cualquier pagador de impuestos compulsivo.
15 Esta era la misma Isoline que tomaba baños de tina.
16 Los hindúes, que creen en la doctrina de la metempsicosis, tienen una válida objeción para no quitar la vida. En Bombay existe un hospital para animales enfermos. El profesor Monier Williams, que lo visitó, dijo: “Los animales están bien alimentados y bien atendidos, aunque me pareció que sería más piadoso para la gran mayoría un disparo en la cabeza (…) Incluso se dice que hay hombres pagados para dormir allí, en sucios colchones de lana, para que las repugnantes alimañas con las que están infestados puedan surtir su nocturna necesidad de sangre humana; y los drogan, para que no maten involuntariamente a los bichos durante el sueño”.
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