El cine Latinoamericano del siglo XXI. Ricardo Bedoya Wilson

El cine Latinoamericano del siglo XXI - Ricardo Bedoya Wilson


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Juan Pablo Rebella, Pablo Stoll, Juan Villegas, Fernando Eimbcke, Alejandro Small, Óscar Ruiz Navia, Alonso Ruizpalacios, Julio Hernández Cordón

       La noche persistente: Edgardo Castro

       La tristeza del blues: João Dumans y Affonso Uchoa

       Derivas íntimas: Ezequiel Acuña

       Los espacios domésticos: Vladimir Durán, Rubén Imaz

       Espacios fantasmales: Federico Veiroj

       Espacios de confinamiento: Álvaro Brechner, Juan Manuel Sepúlveda

       Espacios disfuncionales: Pablo Trapero

       Espacios afectivos: Pedro González-Rubio

       Espacios “fantásticos”: Adirley Queirós, Juliana Rojas, Marco Dutra

       APUNTES FINALES

       REFERENCIAS

       ÍNDICE DE TÍTULOS DE PELÍCULAS MENCIONADAS

      Introducción

      Es difícil ofrecer un panorama exhaustivo de las tendencias del cine latinoamericano realizado en lo que va del siglo xxi. En primer lugar, porque se han atenuado los vínculos que mantenía con las antiguas formas expresivas y de producción. Las nociones aceptadas de los cines nacionales –argentino, mexicano, brasileño, pero también chileno, colombiano o peruano–, siempre atentos a la descripción del color local, a la prolongación del costumbrismo, o afiliados a cualesquiera de las modalidades de la denuncia –sean por las vías del documental social o de la ficción testimonial–, aparecen debilitadas y socavadas por la realidad plural de diversas escrituras y estilos.

      Se han desdibujado también las filiaciones genéricas netas. Hoy, los vínculos con el melodrama, con la comedia de costumbres, con el terror, o con otros géneros, se establecen por vías indirectas, mediante las apropiaciones de los códigos genéricos, que se pliegan a los intereses y estilos de los cineastas. Y el realismo mágico, como clave de identidad para el cine de la región y pasaporte para el ingreso a los grandes festivales internacionales, sobre todo europeos, en auge durante los años setenta del siglo pasado, quedó cancelado.

      El de los últimos años, es un panorama en el que la política, entendida como instancia articuladora de los esfuerzos colectivos del “pueblo” en lucha por su liberación, y del empleo instrumental del cine en la consecución de ese objetivo –tal como quedó formulado en el Festival de Cine de Viña del Mar de 1969– ha cedido el lugar a representaciones cinematográficas de “luchas” más acotadas, más individuales, en el ámbito amplio de lo político, pero en el terreno específico de lo identitario, que se resiste a apelar a la épica de lo masivo1.

      Se ha esfumado también la noción unificadora de una identidad regional que podía reconocerse en los rasgos de una fisonomía compartida, por más incierta o imprecisa que ella fuera.

      En cambio, los cineastas latinoamericanos más importantes surgidos desde los años noventa se exponen a las influencias, tendencias y escrituras provenientes del cine internacional, sobre todo aquellos que se consolidaron en las prácticas del cine de autor procedentes de países considerados periféricos o excéntricos, o que se mantenían alejados de las vidrieras de los festivales de cine del mundo occidental. Sensibilidades renovadoras que cuestionan las formas tradicionales de representación –tanto en los terrenos de la ficción como del documental, o de la no ficción– en los cines de América Latina. Desde inicios del siglo xxi, se esboza una cartografía alternativa del cine internacional.

      La presencia hegemónica de Hollywood, abrumadora en los campos de la distribución y exhibición desde los años setenta, empujó hacia los márgenes a algunas industrias fílmicas hasta entonces sólidas. Durante las décadas finales del siglo xx, cinematografías destacadas, sea por el volumen de su producción o por la prolífica actividad de sus realizadores, se fueron desplazando hacia la periferia para enfrentar los efectos del cese parcial de sus actividades o encarar la merma significativa de su producción. En contraste, despuntan cines nacionales que hasta entonces mantenían un perfil bajo o escasa visibilidad internacional: Irán, Rumania, Turquía, Filipinas, Tailandia, Taiwán, Corea del Sur, entre otros. En todos ellos se perfilan estilos cinematográficos alternativos, personalidades distintivas y formas de producción diferenciadas.

      Esos impulsos renovadores, rastreables en las cinematografías asiáticas y europeas, se afincan en la producción proveniente de diversos países de América Latina, tanto en aquellos que lograron desarrollar industrias en las décadas de los años treinta, cuarenta y cincuenta del siglo xx, como México, Argentina y Brasil, entrando en crisis posteriormente, como los que no lograron consolidar una producción constante, como Colombia, Chile, Bolivia, Uruguay, Perú, Paraguay, Ecuador, entre otros. En los países “industriales” se revisan y critican los antiguos modelos de producción y sus prácticas tradicionales, tanto narrativas como estilísticas. En los otros, aparecen diversos tratamientos cinematográficos y estilos, impensables hasta pocos años antes. Algunos de ellos se apropian de las líneas centrales del cine de la modernidad, nacido con el neorrealismo italiano y prolongado en la “Nueva Ola” francesa y los “nuevos cines” de los años sesenta, para extremarlas y llevarlas cada vez más lejos2.

      Todo ello coincide con la irrupción de las tecnologías digitales y su impacto en la producción y la realización cinematográficas, pero también en el consumo fílmico (Manovich, 2006). Ello trae consigo la aparición de cineastas jóvenes que irrumpen con fuerza. La mayoría de los nombres de los realizadores mencionados en este libro forma parte de esa nueva promoción. Una anotación: algunos de los nombres clave del cine latinoamericano del pasado (Nelson Pereira dos Santos, Adolfo Aristarain, Leonardo Favio, entre otros) no hacen sus películas más logradas en este período.

      El horizonte de las películas producidas en América Latina desde los inicios del siglo xxi es vasto, está plagado de contrastes y marcado por la diversidad, en coincidencia con un cambio importante en el paradigma de los cines nacionales. Cada vez con mayor claridad se entiende al cine como una actividad que propicia la extraterritorialidad. Cineastas como Lucrecia Martel o Carlos Reygadas son vistos como autores de presencia internacional y de reconocimiento global. Pero no solo de celebridad se trata. Los encuentros con el mundo del cine internacional, con sus prácticas, géneros, estilos y retóricas, son transversales. Los encontramos por doquier en la asimilación de estilos, la adscripción a determinados géneros o las afinidades en la reflexión sobre los asuntos de la identidad y la memoria, tan acuciantes en América Latina como en países de otros continentes.

      ¿Qué comparten títulos tan disímiles como Batalla en el cielo, Luz silenciosa, Post Tenebras Lux y Nuestro tiempo, del mexicano Reygadas; La libertad, Los muertos, Liverpool y Jauja, del argentino Lisandro Alonso; Juego de escena, Las canciones y Últimas conversaciones, del brasileño Eduardo Coutinho; Viola, Rosalía, La princesa de Francia y Hermia & Helena, del argentino Matías Piñeiro; El cielo, la tierra y la lluvia y El viento sabe que vuelvo a casa, del chileno José Luis Torres Leiva; Historias extraordinarias y La flor, del argentino Mariano Llinás; Las pibas, P3ND3JO5, Favula, Hierba y Samuray-S, del argentino Raúl Perrone; El corral y el viento, del boliviano Miguel Hilari; La ciénaga, La niña santa, La mujer sin cabeza y Zama, de la argentina Lucrecia Martel; Todo comenzó por el fin, del colombiano Luis Ospina; El sonido alrededor, Aquarius y Bacurau, del brasileño Kleber Mendonça Filho; 25 Watts y Whisky, de los uruguayos Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll; Nueve reinas y El aura, del argentino Fabián Bielinsky; Hamaca paraguaya, de la paraguaya Paz Encina; El estudiante y La cordillera del argentino Santiago Mitre; Los viajes del


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