El palacio de hielo. Tarjei Vesaas

El palacio de hielo - Tarjei Vesaas


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ido a vivir Unn.

      La mujer llevaba muchos años allí. Siss apenas la conocía, aunque su casa no estaba lejos. Vivía sola en una casa pequeña, apañándoselas como podía. Casi nunca se dejaba ver, excepto cuando iba a la tienda. Siss había oído decir que la tía había recibido a Unn con los brazos abiertos. En una ocasión, Siss había acompañado a su madre a casa de esa señora porque necesitaba que le echaran una mano con un bordado. Hacía varios años de aquello, antes de que se supiera de la existencia de Unn. Esa mujer solitaria había sido muy amable, y así la recordaba Siss. Nunca se oía a nadie hablar mal de ella.

      Lo mismo ocurrió cuando llegó Unn: no se integró en la pandilla de las chicas, como estas habrían deseado. La veían de vez en cuando por la carretera y en lugares donde uno necesariamente se encontraba con la gente. Se miraban como extrañas. Ella no tenía padres, lo cual la colocaba bajo una luz muy especial, un resplandor que no podían explicar. Sabían que esa sensación de lo desconocido desaparecería pronto: en el otoño irían juntas a la escuela, y eso lo cambiaría todo.

      Ese verano Siss no había hecho nada por acercarse a Unn. La veía de vez en cuando, en compañía de su anciana y amable tía. Había observado que eran más o menos iguales de estatura. Se miraban extrañadas y se cruzaban sin dirigirse la palabra. Ignoraban por qué se sentían confusas, pero alguna razón habría...

      Se decía que Unn era muy tímida, lo que sonaba interesante. Todas las chicas esperaban con ilusión el encuentro en la escuela con la tímida Unn.

      Siss lo esperaba por una razón muy concreta: ella era, sin habérselo propuesto, la que dirigía las actividades del recreo. Estaba acostumbrada a ser la que hacía las propuestas, nunca había reparado en ello, sencillamente era así, y no le disgustaba. Esperaba con gran ilusión tomar el mando cuando Unn llegara para que la incluyesen en el grupo.

      Cuando empezó la escuela, la clase entera se congregó en torno a Siss, tanto las chicas como los chicos. Ella notó que la situación le gustaba, y es posible que hiciera alguna que otra cosa para seguir ocupando esa posición.

      La tímida Unn se mantenía a cierta distancia. La observaron detenidamente y la aceptaron en ese mismo instante. Al parecer, no le pasaba nada, era una chica que caía bien a todo el mundo.

      Pero ella continuaba distante. Intentaron llamar su atención para que se uniera a ellos, pero fue en vano. Siss la esperaba rodeada de su grupo, y así transcurrió el primer día.

      Así transcurrieron varios días. Unn no daba señales de querer acercarse más. Al final, Siss se acercó a ella y le preguntó:

      —¿No quieres unirte a nosotros?

      Unn negó con la cabeza.

      Enseguida se dieron cuenta, sin embargo, de que se caían bien. Una extraña señal saltó de la una a la otra. ¡Tengo que conocerla!, pensó.

      Siss repitió, extrañada:

      —¿No te vienes con nosotros?

      Unn sonrió, incómoda.

      —Creo que no.

      —¿Por qué?

      Unn seguía sonriendo, incómoda.

      —No puedo...

      Por su parte, Siss tenía la sensación de que había entre ellas una especie de complicidad.

      —¿Qué te pasa? —preguntó Siss sin rodeos, de un modo estúpido; después se arrepintió amargamente. A Unn no parecía pasarle nada. Al contrario.

      Unn se sonrojó ligeramente.

      —No, nada, pero...

      —No, no quería decir eso; pero me gustaría que te vinieras con nosotros.

      —No me lo pidas más —dijo Unn.

      Esas palabras cayeron sobre Siss como un jarro de agua fría y la hicieron enmudecer. Ofendida, regresó con los suyos y lo contó todo.

      No volvieron a preguntarle. Unn se quedó donde estaba y no se unió al juego de los demás. Alguien dijo que era una engreída, pero nadie lo secundó. Nadie se metía con ella. Había algo en esa chica que lo impedía.

      Ya en clase, se descubrió enseguida que Unn era de los más listos, pero no hacía alarde de ello, y sus compañeros llegaron a venerarla, aunque con cierta renuencia.

      A Siss nada de eso le pasaba inadvertido. Se daba cuenta de que Unn era fuerte en su solitario lugar del patio de recreo, y que estaba muy lejos de ser una pobrecilla digna de compasión. Siss se empleó a fondo para reunir en torno a ella al grupo, y lo logró, y sin embargo tenía la sensación de que Unn, desde su solitario lugar, era la más fuerte, aunque no hiciese nada por conseguirlo ni contase con la compañía de nadie. Estaba a punto de perder frente a Unn. Y tal vez su grupo también lo viera así y por eso no se atreviera a acercarse a ella. Unn y Siss eran como dos partidos, pero todo ocurría tranquilamente, era un asunto entre ellas dos. Y no mereció ni un solo comentario.

      Al poco tiempo, Siss empezó a notar en clase que Unn, a quien por sentarse un par de pupitres más atrás le resultaba fácil mirarla, no apartaba la vista de ella.

      Siss experimentaba un extraño cosquilleo por todo el cuerpo. Le gustaba tanto que le costaba ocultarlo. Hacía como si nada, pero se sentía involucrada en algo desconocido y hermoso. Los ojos de Unn no eran escudriñadores ni transmitían envidia, más bien había en esa mirada una especie de anhelo; Siss lo advertía si le daba tiempo a captarla. Había expectativa. Cuando salían de clase, Unn no se acercaba, hacía como si nada, pero a cada momento Siss notaba un dulce cosquilleo en el cuerpo: Unn estaba mirándola.

      Casi siempre procuraba no encontrarse con su mirada, porque aún no se atrevía, solo le dirigía una rápida ojeada cuando se descuidaba.

      Pero ¿qué es lo que quiere Unn?, se preguntaba.

      Algún día lo dirá.

      Estaba fuera, junto a la pared, sin participar en ningún juego. Se limitaba a mirarlos tranquilamente.

      Esperar. Había que esperar, ese día llegaría. Hasta entonces, había que seguir igual, lo que en sí resultaba algo extraño.

      Ante los demás era importante hacer como si nada. Y estaba convencida de que lo conseguía. Entonces una de sus amigas, algo envidiosa, le dijo:

      —Hay que ver lo que te interesas por Unn.

      —De eso nada.

      —¿Que no? ¡Pero si no paras de mirarla! Todas nos hemos dado cuenta.

      ¿De verdad?, pensó Siss, aturdida.

      La amiga rio, gruñona.

      —Lo venimos observando desde hace mucho tiempo, Siss.

      —¡Bueno, si tú lo dices, así será, y además puedo mirar cuanto me dé la gana!

      —Bah.

      Siss estaba pensando en todo eso. El día había llegado. Esa era la razón por la que iba andando por la carretera.

      Por la mañana, al sentarse en el pupitre, se había encontrado con la primera nota.

      Tengo que verte, Siss.

      Firmado: Unn.

      Un rayo llegó de alguna parte.

      Se volvió y se encontró con los ojos de Unn. Se miraron fijamente. Era extraño. Era cuanto sabía, no podía pensar más en ello.

      Después, en el transcurso de ese día feliz, se cruzaron más notas. Manos solícitas ayudaron a llevarlas de un pupitre a otro.

      A mí también me gustaría verte.

      Firmado: Siss.

      ¿Cuándo puedo verte?

      ¡Cuando quieras, Unn! Hoy, si quieres.

      ¡Entonces, nos vemos hoy!

      ¿Quieres venirte


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