El palacio de hielo. Tarjei Vesaas

El palacio de hielo - Tarjei Vesaas


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difícil.

      Siss ya estaba preparada para salir.

      —¿Por qué te vas?

      —Tengo que irme a casa, ya te lo he dicho.

      —Sí, pero...

      —Lo he dicho, dicho está.

      —Siss...

      —Déjame salir.

      La puerta ya no estaba cerrada con llave, pero Unn le impedía el paso. Las dos fueron a ver a la tía.

      La mujer estaba sentada con la labor entre las manos. Se levantó, tan amable como antes.

      —Bueno, Siss. ¿Ya te marchas?

      —Sí, creo que es hora de que me vaya.

      —Entonces, ¿ya no tenéis más secretos que tratar? —bromeó la tía.

      —Por hoy no.

      —No creas que no te oí cerrar la puerta, Unn.

      —Claro que lo hice.

      —Pues sí, nunca se tiene suficiente cuidado —dijo la tía—. ¿Pasa algo? —preguntó en un tono diferente.

      —¿Qué iba a pasar?

      —Parecéis un poco mustias.

      —¡No estamos mustias!

      —Bueno, bueno. Seré yo, que me estoy haciendo vieja y oigo mal.

      —Gracias por todo —dijo Siss, deseando alejarse de la tía, que no hacía más que bromear sin entender absolutamente nada.

      —Un momento —dijo la tía—. ¿No quieres tomar algo caliente antes de salir al frío?

      —No, gracias, ahora no.

      —¡Qué prisa tienes!

      —Debe irse a casa —dijo Unn.

      —Entiendo.

      Siss se enderezó.

      —Que les vaya bien y muchas gracias por todo.

      —Lo mismo te digo, Siss. Gracias por visitarnos. Y ahora, echa a correr para no tener frío. La temperatura no para de bajar, y está muy oscuro.

      »¿Qué estás haciendo, Unn? —prosiguió la tía—. Mañana por la mañana os veréis de nuevo.

      —¡Es verdad! —exclamó Siss—. ¡Buenas noches!

      Unn se quedó en la puerta después de que su tía hubiera vuelto a entrar en la casa. Permanecía quieta, sin pronunciar palabra. ¿Qué les había pasado? Le parecía prácticamente imposible que se separasen. Algo extraño había sucedido.

      —Unn...

      —Sí.

      Siss se lanzó al frío. Por lo que a la hora se refería podría haberse quedado más tiempo, pero era peligroso. No debía volver a suceder.

      Unn estaba en el hueco de la puerta, donde chocaban el calor y el frío. El frío pasó por delante de Unn y se metió en la casa. Unn no pareció darse cuenta.

      Siss miró hacia atrás antes de echar a correr. Unn seguía en el hueco iluminado de la puerta, hermosa y tímida.

      4. LOS LADOS DEL CAMINO

      Siss corría camino de su casa. De repente, se encontró envuelta en una lucha ciega con su temor a la oscuridad.

      Dijo la voz: Soy el que está a los lados del camino...

      ¡No, no!, pensó Siss al azar.

      Ahora salgo, dijo la voz a los lados del camino.

      Siss corría y notaba que le pisaban los talones.

      ¿Quién es?, pensó.

      Salir de casa de Unn y meterse en eso. ¿No sabía que el camino de regreso sería así?

      Lo sabía, pero...

      Tenía que ir a casa de Unn.

      Sonó un estallido en algún lugar. Un estallido que recorrió los campos de hielo y que luego desapareció como en un agujero. El hielo se espesaba y jugaba a romperse a lo largo de grandes distancias. Siss dio un respiro al oír el estallido.

      Era como si perdiese el equilibrio. No se había sentido nada segura al emprender el regreso en medio de la oscuridad. No pisaba el camino con pie firme, como había hecho al ir a casa de Unn. Sin pensárselo, había echado a correr y ya no tenía remedio. En ese momento se había entregado a lo desconocido, a aquello que en noches como esa está a tus espaldas.

      Lo desconocido lo llenaba todo.

      La compañía de Unn la había alterado, y todavía más tras despedirse y salir.

      Ya al dar los primeros pasos —grandes como saltos— tuvo miedo, y ese miedo fue creciendo como un alud. Estaba en manos de aquello que la acechaba a los lados del camino.

      La oscuridad a los lados del camino. No tiene forma ni nombre, pero el que anda por aquí nota que aparece, que le persigue y le hace sentir arroyos corriéndole por la espalda.

      Siss se encontraba en medio de eso. No entendía nada. Tenía miedo a la oscuridad.

      ¡Pronto estaré en casa!

      No, no es verdad. Ni siquiera notaba el frío que le mordía el rostro.

      Intentó aferrarse a la imagen del cuarto de estar de su hogar, iluminado por la lámpara.

      Cálido e iluminado. Sus padres sentados en sus respectivos sillones. Y llega la única hija. Esa hija única a la que no hay que mimar, según se dicen el uno al otro, a la que se jactan de no mimar..., no, no sirve de nada, ella no estaba allí, estaba entre los que acechan a los lados del camino.

      Pero ¿y Unn?

      Se puso a pensar en Unn.

      En la maravillosa, hermosa y solitaria Unn.

      ¿Qué tiene Unn?

      Se quedó rígida en mitad del salto.

      ¿Qué tiene Unn?

      Volvió a estremecerse. Una advertencia sonó a sus espaldas.

      Estamos a los lados del camino.

      ¡Corre!

      Siss corría. Un golpe seco y profundo sonó en algún lugar de la superficie helada del lago, y las botas de Siss crujieron en el camino escarchado. Encontró en ello algo de consuelo, pues si no hubiera escuchado sus propios pasos, se habría vuelto loca. Ya no le quedaban fuerzas para correr muy deprisa, pero corría.

      Por fin vio las luces de su casa.

      Por fin.

      Entrar en el círculo de la luz de la lámpara de fuera.

      Los que acechaban a los lados del camino se apartaron, se quedaron fuera del círculo de luz, como un murmullo.

      Siss entró donde estaban sus padres. Él, que dirigía una oficina en el pueblo, se encontraba en ese momento en casa, cómodamente sentado en su sillón. Ella sostenía un libro en las manos, como siempre que tenía ocasión. Aún no era hora de acostarse.

      No se levantaron sobresaltados de preocupación ante la presencia de Siss, al ver su aspecto, al verla extenuada y cubierta de escarcha. Cada uno siguió en su sillón y dijeron tranquilamente:

      —¿Qué demonios te pasa, Siss?

      Los observó. ¿Estaban preocupados? No, ni pizca. De acuerdo, la única que tenía miedo era ella, que venía de fuera. ¿Qué pasa, Siss?, preguntaron con calma, confiados. Sabían que no podía pasarle nada. Pero tampoco podían exclamar sencillamente «qué demonios» al verla llegar tan alterada y agotada, con el aliento helado formando carámbanos sobre el cuello abierto del abrigo.

      —¿Pasa algo, Siss?


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