El palacio de hielo. Tarjei Vesaas

El palacio de hielo - Tarjei Vesaas


Скачать книгу
pesar de todo había algo que no había salido bien. Tal vez resultara emocionante de todos modos. De pronto, Unn no parecía tan contenta, lo de antes no había sido más que un instante pasajero.

      —¿No vamos a inventarnos algo que hacer? —preguntó Siss, nerviosa, al ver que Unn no tomaba la iniciativa.

      —¿Qué podría ser? —dijo Unn, como ausente.

      —Si no, me iré a casa.

      Sonó más bien como una amenaza. Unn se apresuró a exclamar:

      —¡No tienes que irte a casa todavía!

      No, Siss no quería irse. Al contrario, estaba deseando quedarse.

      —¿No tienes un álbum con fotos de donde vivías antes?

      Había dado en el clavo. Unn se acercó a toda prisa a la estantería y sacó dos álbumes.

      —En uno de ellos solo estoy yo. Soy yo desde siempre. ¿Cuál quieres ver?

      —Los dos.

      Se pusieron a hojearlos. Las fotos eran de un lugar muy lejano y Siss no conocía a nadie, excepto cuando aparecía Unn, lo que ocurría en casi todas. Unn no daba muchas explicaciones. Era un álbum como los demás. En una hoja emergió una joven radiante.

      —Es mi madre —anunció Unn con orgullo.

      La miraron durante un buen rato.

      —Y este es mi padre —dijo Unn poco después. Era un chico normal, que se le parecía un poco, junto a un coche—. El coche es suyo —agregó.

      —¿Dónde está ahora?

      —No lo sé —contestó Unn en tono de rechazo—. Da igual.

      —Sí.

      —Nunca lo he visto, como ya te he dicho, ¿recuerdas? Solo lo conozco por foto.

      Siss asintió.

      —Si hubieran encontrado a mi padre —añadió Unn—, a lo mejor yo no estaría aquí con mi tía.

      —Claro.

      Miraron una vez más el álbum en el que solo aparecía Unn. Siss decidió que Unn siempre había sido una chica muy guapa. Por fin, también acabaron con lo de las fotos.

      Y, a continuación, ¿qué?

      Estaban expectantes ante algo que emanaba de Unn, de su forma de comportarse. Siss esperaba con tanta emoción que se sobresaltó cuando por fin llegó. Salió como de un saco. Tras un largo silencio, Unn dijo:

      —Siss.

      Siss se estremeció.

      —¿Sí?

      —Hay algo que quiero... —dijo Unn, sonrojándose. Siss estaba preparada.

      —¿Sí?

      —¿Me notaste algo... antes? —se apresuró a preguntar Unn, mirándola fijamente.

      Siss se sintió aún más apurada.

      —¡No!

      —Hay algo que quiero contarte —dijo Unn con una voz irreconocible.

      Siss contuvo el aliento.

      Unn guardó silencio. Por fin, añadió:

      —Nunca se lo he dicho a nadie.

      —Se lo habrás dicho a tu madre, supongo —balbuceó Siss.

      —¡No!

      Silencio.

      Siss vio el desasosiego en los ojos de Unn. ¿No iba a contárselo?

      —¿Quieres contármelo? —susurró.

      Unn se enderezó un poco.

      —No.

      —No.

      De nuevo el silencio. Deseaban que la tía hubiera acudido a tirar la puerta abajo.

      —Pero si... —dijo Siss.

      —¡No puedo, y basta!

      Siss se apartó. Un sinfín de pensamientos acudieron sin orden a su mente y todos fueron rechazados.

      —¿Era esto lo que querías? —dijo, desamparada.

      Unn asintió con la cabeza.

      —Sí, sólo era esto.

      Unn compuso una expresión de alivio, como si de alguna manera todo hubiera acabado ya. Para siempre. Siss también se sintió súbitamente aliviada.

      Aliviada, pero, al mismo tiempo, en cierto modo defraudada por segunda vez esa tarde. Y, sin embargo, era mejor que tener que escuchar algo que quizá la hubiera asustado.

      Permanecieron un rato sin hacer nada, como si estuvieran descansando.

      Ahora preferiría marcharme, pensó Siss.

      —No te vayas, Siss —dijo Unn.

      De nuevo se hizo el silencio.

      Pero ese silencio no era creíble, no lo había sido desde el principio. El viento allí dentro era una caprichosa ráfaga que cambiaba de dirección y que venía de otros lados. Se había apaciguado, pero ahora entraba con fuerzas renovadas, inesperado e inquietante.

      —Siss.

      —¿Sí?

      —No sé si voy a ir al cielo.

      Unn lo dijo mirando a la pared; mirar hacia otro lado habría sido imposible.

      Siss se estremeció.

      —¿Cómo?

      No podía seguir allí; ¿y si Unn decía más cosas?

      —Has oído, ¿no? —preguntó Unn.

      —¡Sí! —respondió Siss, y se apresuró a añadir—: Ahora tengo que irme a casa.

      —¿A casa?

      —Sí, porque si no llegaré tarde. Tengo que estar en casa antes de que ellos se acuesten.

      —Todavía es temprano.

      —Tengo que irme a casa ahora mismo. —Hizo un esfuerzo y agregó—: Pronto hará tanto frío que la nariz se me helará por el camino.

      En los momentos de desconcierto había que decir tonterías como esa. De un modo u otro tenía que salir de ahí. Para hablar claramente: tendría que escapar.

      Unn rio, como correspondía, ante lo que Siss acababa de decir, mostrando su acuerdo.

      —Pues tendrás que evitarlo. Me refiero a que se te hiele la nariz —dijo, contenta del cambio introducido por Siss.

      De nuevo tuvieron la sensación de haber escapado de cosas que eran demasiado difíciles.

      Unn hizo girar la llave en la cerradura.

      —Quédate sentada —dijo en tono autoritario—. Iré a buscar tu abrigo.

      Siss permaneció sentada, impaciente. Todo era inseguro. Unn podría decir lo que quisiera. ¡Ya estaba bien de Unn! Se lo soltaría antes de marcharse: Podrías seguir otro día. Cuando tú quieras, otro día. Por esa noche ya era suficiente, y ya era mucho. Parecía imposible continuar. A casa cuanto antes.

      Si no, quizá se viese metida en algo que podía estropearlo todo. Hacía un rato se habían mirado la una a la otra con ojos centelleantes.

      Unn entró con el abrigo y las botas, lo dejó todo junto a la estufa, que seguía emitiendo su sonido a madera quemándose.

      —Conviene calentarlo un poco.

      —No, he de irme —dijo Siss, poniéndose las botas.

      Unn permaneció callada mientras Siss se abrigaba. Ya no servía de nada decir tonterías como que se le iba a helar la nariz, estaban demasiado nerviosas para


Скачать книгу