Anacrónica. Jorge Alberto Silva
porque es una pintura muy famosa y muy cara, aun cuando es muy chiquita. ¡De verdad! La foto de casados de mis papás es más grande. A la Mona Lisa, que fue pintada por Leonardo Da Vinci, la tienen guardada en un museo en Francia que se llama Louvre, y lo más seguro es que prefieren no prestarla a otros museos por temor a que la vayan a maltratar.
Ese señor Leonardo Da Vinci era en verdad talentoso, no nada más pintaba cuadros famosos, también hacia esculturas e invento un helicóptero que no volaba muy bien que digamos, pero no estaba tan mal considerando que era el siglo XV y...
Me volví a salir del tema. Vuelvo.
Habían pasado solo diez minutos y Mina ya estaba hasta el gorro del Renacimiento. Lo supe porque no dejaba de revisar los mensajes en su teléfono, seguro cambiaba su estatus de Facebook a: “OMG Aburridísimo”. Eric caminaba de un lado a otro de la sala sin poner mucha atención a los cuadros, supongo que su mente estaba en el concurso de oratoria en el que participaría la semana siguiente.
En cuanto a mí, no sé por qué, pero empecé a sentirme intranquila, como en una película de miedo cuando la protagonista está a punto de abrir la puerta detrás de la cual tú sabes que está el psicópata. ¿Qué me hacía sentir así? Ni idea. Sabía bien que no había ningún psicópata, solo estaban todas esas pinturas realizadas hacía más de quinientos años, y con las cuales yo no creía tener alguna conexión.
Respire hondo como en la clase de yoga que nos dan en la escuela y decidí que debía calmarme, mi preocupación no tenía razón de ser. Irónicamente apenas me empezaba a tranquilizar cuando escuche la voz de Mina a mis espaldas. Tenía el tono de “acabo de decir algo feo de la maestra y estaba detrás de mí”.
—A... a... Ana, tienes que ver esto.
Al darme la vuelta, mis amigos estaban frente a una pintura que yo había pasado por alto, seguramente porque me estaba haciendo un auto lavado de cerebro para dejar de sentirme nerviosa sin razón. Estaban boquiabiertos. Los dos, como en coreografía, voltearon a verme y luego regresaron la vista a la pintura; me echaron de nuevo el ojo como queriendo estar seguros de algo y una vez más miraron la pintura.
— ¿Qué pasa? —me acerqué a ver el cuadro que les había robado el aliento a mis amigos. Entonces un rostro exigió por completo mi atención y me hizo unirme al club de los sorprendidos.
¿Saben lo que es un doppleganger? Supuestamente todas las personas del mundo tienen un doble idéntico en alguna parte del planeta. Es decir, hay una persona escandalosamente igual a ti en Alemania o en Zimbabue o en las Islas Marshall. En casos muy locos, llegas a encontrarte con tu doppleganger y, bueno, eso te da una historia interesante para contarles a tus nietos.
Les explico que es un doppleganger porque justo en ese momento me topé con el mío. Aunque en este caso no se trataba de una persona de carne y hueso ¡Han de imaginar lo sorprendida que me sentí al encontrar a una chica idéntica a mí en una pintura del Renacimiento! Mismo cabello negro, mismos rasgos, mismo color de ojos, incluso el horrible lunar en el lado derecho de mi boca estaba Ahí. ¿Era yo?
— ¡Eres tú! —dijeron a coro Eric y Mina.
— ¡Cómo voy a ser yo! —Cuestioné con una risita de nervios—. Yo soy yo, estoy aquí y ahora, y... ella está. Estaba allá, y en ese entonces, en. —me incliné y leí en la tarjeta informativa la fecha en la que habían pintado la obra—. 1469.
—“Anacronismo, atribuido a Giuliano Di Verninni” —Eric leyó en voz alta el resto de la información de la tarjeta. Era el título y el autor de la obra.
—Anacronismo, Anacronismo —repitió Mina—. ¡Qué chistoso! Hasta se llama Ana
— ¿Chistoso? —le reclamé entre ofendida y nerviosa—. Esto no es chistoso, es… es... es...
No supe qué decir. Tenía la piel erizada y el corazón galopando a lo loco. No era como encontrarte en la calle con alguien que tiene un aire a ti, ni siquiera como descubrir de pronto que tienes un hermano gemelo al que tampoco le gusta la cebolla. No, era como si… como si supiera que la que estaba en ese cuadro no era mi doble, sino yo misma.
—Es una coincidencia, que no te influya, Ana —algo me decía que a Mina le daba un poquitín de envidia. Digo, no cualquiera sale en un cuadro del Renacimiento.
—Pero es igualita a Ana —insistió Eric—. Mira, hasta tiene el lunar.
Mi horrible lunar siempre robando cámara.
—A todo esto, ¿qué significa “anacronismo”? —pregunto Mina para desviar el tema de una vez por todas.
¿Aquí vuelve la palabrita griega, cronos, se acuerdan? ¿Cronos? ¿El titán?, ¿el que se comía a los hijos? De Ahí venia “cronismo”. Y Ana, pues, Ana soy yo, pero no nada más era yo. “Ana”, como en la palabra “analgésico”, también significa “contrario”, así que anacronismo es.
—“Incongruencia que consiste en situar en una época algo que pertenece a otra”, nos revelo Eric, quien últimamente se había vuelto un geniecillo que se sabía todas las palabras del Universo, gracias a que las consultaba en la aplicación del Diccionario de la Real Academia de la Lengua descargada en su celular. Ya saben, por lo del concurso de oratoria; entre más palabras supiera, más rollo podía echar si se le olvidaba su discurso.
—Pues vaya que es una incongruencia, Ana. Porque tú estás aquí, no en el Renacimiento —con eso, Mina quería dar por terminado “el curioso caso de la pintura renacentista”.
Me pondría a describirles el cuadro, pero creo que sería mucho mejor que ustedes lo vieran con sus propios ojos, así que... No, no voy a dibujarlo como dibuje a la Mona Lisa, ya sé que soy pésima en esa área. Afortunadamente, pude encontrar la imagen de la pintura en Internet.
Aquí la tienen.
En ese momento llegaron corriendo Susy y Danya, las aspirantes a arpías de nuestro grupo, y con gran satisfacción nos avisaron que el maestro Bulnes nos estaba buscando. Ya habían pasado diez minutos después de la hora en la que teníamos que estar en el punto de reunión.
—No se van a salvar del regaño —anuncio Danya, feliz de soltar veneno.
Mina les puso cara de “ay, aja”, mientras que Eric echaba a correr como si estuviera huyendo de Godzilla. El maestro Bulnes es lo máximo: un tipo inteligente y buena onda, pero tiene sus ratos en los que se pasa al lado oscuro y le salen dos o tres gritos que hacen vibrar las ventanas del salón de clases.
Camino al punto de reunión, había dos cosas en mi cabeza: una, el discurso en el que le explicara al profe cuánto nos había cautivado la pintura renacentista, tanto que nos hizo perder la noción del tiempo; y dos: la pintura en la que yo... estaba. Más me vaya pensar que Mina tenía razón, era solo una coincidencia, escalofriante, pero al fin una coincidencia. Era imposible que yo fuera la niña que estaba ahí pintada, quizá era mi ancestro, mi no sé cuántos “tátara” abuela o algo así.
De todas formas, intuía que la pintura encerraba un enigma; si no, ¿porque me había puesto tan nerviosa al entrar en la sala del Renacimiento?
Pero lo verdaderamente tétrico apenas estaba por suceder. Me fui quedando rezagada de mis compañeros por ir tan distraída con todo ese revoltijo en mi cabeza. En eso, sentí un golpe: había chocado contra alguien. Me disculpe mientras levantaba la vista, y entonces me encontré con una mirada que me dejo hecha estatua. Era un hombre alto, de barba canosa y rostro arrugado; vestía un traje oscuro que luda pasado de moda y llevaba un moño negro. Casi podía jurar que también formaba parte de las exposiciones del museo.
Me quedé muda unos instantes, incapaz de quitar la vista de aquel hombre de ceño fruncido. Finalmente, me mostró una sonrisa que, siendo honesta, me pareció forzada, y me sacó la vuelta para continuar con su camino.
El encuentro me dejó temblando unos momentos. Al final del pasillo se apareció Eric, pálido