Anacrónica. Jorge Alberto Silva
en equipo, ponernos de acuerdo fue un problema. Yo quería hacer el trabajo sobre Leonardo Da Vinci, pero ni Eric ni Mina estuvieron de acuerdo. Él puso como opción a Demóstenes, un orador de la Antigüedad, y Mina estaba aferrada en que la biografía fuera sobre alguna top model.
Finalmente elegimos a Joannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, mejor conocido simplemente como Mozart. Empezamos a buscar información sobre él y ¡vaya que era un genio! A los cinco años, cuando la gente normal apenas aprende a hablar con sentido, él ya componía obras musicales. Escribió un montón de canciones, óperas, sinfonías y toda la cosa, algo así como seiscientas.
Pero me estoy adelantando, como siempre... Lo que les quería contar sobre ese sábado no era tanto por Mozart (que sí, ni como negar que era fabuloso), sino por Eric. ¿Recuerdan que estaba vuelto loco por el concurso de oratoria en el que iba a participar? Pues bien, ese día que llegamos a su casa, su mamá nos abrió la puerta y nos dijo que pasáramos a su cuarto. Antes de que tocáramos la puerta lo escuchamos ensayar su discurso. Mina y yo nos quedamos sorprendidas de lo bien que lo decía. Hasta se nos puso la piel chinita cada vez que levantaba la voz. Le ponía mucho sentimiento.
Eric no es ni de chiste el alma de la fiesta, es un niño bastante tímido y callado.
De hecho, cuando se inscribió en el concurso de oratoria nos dejó a todos con la quijada en el suelo. ¿Eric en oratoria? Y es que deben saber que cuando estábamos en tercero de primaria, él no solo hablaba poco, sino que además lo hacía tartamudeando. Ya sabrán cómo le iba con las burlas de otros niños: le ponían apodos, lo imitaban o lo presionaban para que hablara y pusiera en evidencia su problema.
A mi pobre amigo le costó mucho trabajo superar su tartamudez. A medida que fue desapareciendo, también se fueron las burlas. De todas maneras, él prefería hablar poco, quizás por miedo a que en un descuido volviera a tartamudear. Cuando se supo que se había inscrito en el concurso, las risitas y los comentarios malintencionados aparecieron nuevamente.
No saben la rabia que me daba ver a las bolitas de niños sangrones reírse mientras lo señalaban A ver, que ellos también participen para ver si son tan buenos como para tener derecho a burlarse.
Llego por fin el día de la primera eliminatoria en el salón. Participaron tres niños: Calixto, Danya y Eric. Los primeros dos hicieron muy buen trabajo, pero no eran nada en comparación con lo que estábamos por presenciar.
Mi amigo se paró frente a todo el grupo. Había preparado un tema que se llamaba “La paz: el camino hacia el futuro”. Algunos niños se veían a las caras, ansiosos por iniciar con las burlas, pero a él no pareció importarle. Antes de pronunciar su discurso, paseo la mirada por el salón con una actitud orgullosa. Era como si el Eric que todos conocíamos, de pronto fuera sustituido por otro que se vela lleno de confianza —quizás su doppleganger—. Y entonces comenzó:
—“Las oportunidades pequeñas son el principio de las grandes empresas”, esta frase pertenece a Demóstenes, el célebre orador griego.
Fue una sorpresa enorme. Mina y yo estábamos felices viendo como todos los burlones del salón se tragaban sus palabras. Eric empezó a decir su discurso lleno de seguridad, haciendo pausas y movimientos muy precisos. Su voz retumbaba en todo el salón.
No faltaron quienes se emocionaron al punto de soltar un par de lagrimillas, entre ellos, yo.
—No somos el futuro, somos sus constructores. Cada acción nos lleva a ese mundo que imaginamos en nuestra mente y que solo será posible con esfuerzo, fe y decisión.
Los aplausos y los chiflidos inundaron el salón. Eric abandonó su personaje seguro de sí mismo y volvió a ser el chiquillo asustadizo que todos conocemos, pero ahora en su cara había una gran sonrisa. Por supuesto que él fue quien ganó el concurso del salón y luego el de la escuela, y finalmente, el del distrito. El siguiente paso era competir en la final contra niños de toda Reindera, y eso era lo que lo tenía muerto de nervios.
Se preguntaran: ¿Y cómo logró Eric superar su tartamudez y volverse un súper orador? Yo también tenía esa duda y no me quedé con las ganas de preguntarle. Eric me contó sobre ese tal Demóstenes, un orador que vivió en Grecia allá por el año 300 antes de nuestra era. Nació siendo rico, pero quedó huérfano y en la miseria cuando apenas era un niño, y por si fuera poco, también era tartamudo. Quería con todas sus fuerzas ser un gran orador, pero su problema con el habla ponía esa meta fuera de su alcance. Aun así no se rindió y prefirió echarle coco para no quedarse frustrado. ¿Qué hizo? Pues practicó y practicó e hizo cosas raras que le ayudaron a solucionar su problema; por ejemplo, se llenaba la boca de piedritas para mejorar su pronunciación.
Eric no se puso piedritas en la boca, pero si ensayó un montón, y tomó clases con un maestro que no solo le ayudó a superar la tartamudez, sino que también le enseñó a transmitir sentimientos a través de la voz, y lo puso a leer mucho para aprender un buen número de palabras y tener temas de qué hablar.
A pesar de los grandes triunfos que había conseguido, Eric no dejaba de sentirse nervioso. Esa tarde, en la que nos reunimos a hacer el proyecto, se notaba a leguas su intranquilidad: estaba desconcentrado, distraído; incluso tiró un vaso de agua sobre la libreta de Mina, ya se imaginarán sus gritos Faltaban un par de días para la final de oratoria y, pese a que Eric se sabía su discurso al revés y al derecho, su angustia aumentaba a cada momento.
El trabajo sobre Mozart nos quedó fantástico. Pusimos toda la información en una presentación de Power Point a la que le agregamos un fragmento de una de sus composiciones, la Marcha turca, que fue el tema que más nos gustó de todos los que escuchamos.
La presentación del trabajo sería el lunes. Por desgracia, yo no estaría en el salón para exponerlo junto a mis compañeros. No tenía ni idea de lo que me pasaría en los días siguientes, o mejor dicho, en los siglos anteriores...
Ese domingo cumplía 11 años con 11 meses con 11 días. Sí, ya sé, soy una obsesiva con esto de contar días. Desde hace algunos meses esperaba esa fecha para poder escribir en mi estado de Facebook: “11.11.11”. Lo hice y recibí muchos likes, pero luego pensé que era tonto porque casi nadie sabía en realidad lo que significaba, así que lo borre.
El día pasó sin nada interesante que reportar, salvo los malestares que no dejaban en paz a mi mamá y la lucha de mi papá por armar un librero que compró para acomodar todos sus DVD de series y películas de ciencia ficción. Muy ingeniero él, pero tuvo que desarmar las piezas del mueble en un par de ocasiones porque se había saltado uno de los pasos. Todo por no querer leer el instructivo.
Por la noche, estaba yo muy a gusto escuchando el disco de Lara Flitzpin, mi cantante favorita, cuando recordé que tenía tarea de Civismo: debía investigar la historia de la Constitución de Reindera. Cosa rara en mí, la había dejado para el último. Ya que conseguí la información que necesitaba y la copié en unas fichas de trabajo, recordé la pintura que había visto en el museo, ya saben, la de mi doppleganger. Abrí Google y escribí las palabras “anacronismo” “renacimiento” y “Di Verninni”, que eran el título, la época y el autor, respectivamente, y seleccioné la opción de imágenes.
Entonces la pantalla se inundó de “anacronismos”. ¿Recuerdan la imagen que les mostré anteriormente? No la Mona Lisa deforme, sino la otra pintura. Bueno, sí, esa misma apareció en un montón de sitios de Internet. Resultó ser bastante famosa. Seleccioné la primera imagen y la guardé en una carpeta.
Luego entré a un sitio sobre pintores para buscar información del autor: Giuliano Di Verninni. Y aquí viene lo raro, la pintura sería muy famosa, pero sobre él no se decía nada. Pasé de una página a otra y en todas era lo mismo: “se desconocen datos biográficos del autor”.
Solamente su nombre y su obra habían sobrevivido a los siglos. Triste, ¿no? Hacer una pintura que se vuelve muy popular y que nadie sepa nada de tu vida.
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