El orden de la existencia. David Martín Portillo

El orden de la existencia - David Martín Portillo


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mal, así que decidió seguir preguntando por el aparato que se había guardado, a sabiendas de que se arriesgaba a sacar menos datos, siendo tan directa o por la fuerza que mostrándose educada y amable. No había mucho tiempo. Tenía asuntos más importantes que atender que castigar a una madre por un comportamiento sospechoso y un objeto militar.

      —Perdone que sea tan indiscreta, pero la he visto guardar un aparato bastante sofisticado que las civiles de esta zona no suelen tener en casa.

      Adelfa empezó a ponerse nerviosa; sin embargo, Eva no se percató de ello.

      —Habla de mis binoculares. Sí, los tengo desde que mi prima, la Mercurio Alisum, dejó la milicia. Me gusta mirar la cima con ellos.

      —Su prima debería haber entregado ese material militar en su ida, pero no me voy a meter en eso. La dejo con su quehacer.

      Eva entró en la casa y puso a las demás a trabajar, preparándolo todo para la expedición del día siguiente. A una de ellas le encargó que mirara constantemente las pantallas, por si veía algo que notificar. Luego, llamó a las dos Argentum del equipo y las reunió aparte, donde no se oyera la conversación que iban a tener. Les informó de que algo no va bien y les ordenó que estuvieran con los ojos y oídos bien atentos.

      —Investiguen si Adelfa Aigner ha tenido alguna prima llamada Alisum, que haya sido militar, y si esta entregó todo su material al dejar el ejército.

      —Sí, señora. Se han activado las máquinas de la montaña durante un minuto y medio, y ha habido una comunicación codificada de cincuenta y cinco segundos —comunicó la Argentum Silene.

      —Ahora mismo solo podemos observar y recopilar datos para mañana. Antes de salir concretaremos las novedades que tengamos para ser más eficaces en nuestra labor. Avisa a las hembras, sin que escuchen nada madre y la hija, de que nos enfrentamos a una posible situación de combate.

      Un par de ellas se quedaron toda la noche de guardia, turnándose, mientras el resto del grupo, junto con la madre y la hija, dormían.

      Cuando la guardia del PEMM detectó el haz de luz del espejo y el láser de gran potencia, desconectó la máquina por unos instantes para que el grupo de rebeldes El Cambio pudiera comunicarse. Estas mujeres eran furtivas. Sus nombres, alias o apodos solían ser flores venenosas; en este caso, la jefa del grupo se llamaba Anturia.

      Ella se comunicaba por radio con una frecuencia que era codificada para el pelotón de Médula. Sabía que en muy poco tiempo tenía que dar órdenes. Además, por las señales Morse recibidas y la lógica entendió que ese grupo militar subiría a la montaña de día y con el cielo despejado, aunque la previsión para el día siguiente marcara alguna que otra nevada y ventisca de corta duración, una adversidad aprovechable para ambos.

      —¡Señoras, atiendan! Tengo muy poco tiempo. Mantengan la radio abierta por auricular por si volvemos a cortar el PEMM y les damos órdenes. Tenemos para mañana compañía militar de El Grito y observación por satélite, el cual cuenta con rayos x, visión nocturna, sensores de movimiento y capacidad para detectar nuestro calor, igual que las balizas. Nos moveremos a partir de las 6:30 p. m., cuando ya ha caído el sol, con los escudos —esta herramienta servía para enterrarse en la nieve y camuflarse tanto a la vista como de la detección de temperatura— y nos reuniremos en la máquina esta noche a las 0:00 horas. Necesito sus chequeos. Mándenlos inmediatamente. Corto.

      En la pantalla de su radio estaban escritos los nombres de los integrantes del grupo, y justo al lado una casilla, en la cual iba saliendo el visto, que confirmaba que ellas habían escuchado el mensaje.

      Anturia esperaba el último visto de confirmación de mensaje, pero este no llegaba, así que dio la orden de volver a conectar el pulso. Sabía que una de ellas no lo había recibido o no le había dado tiempo a chequear, pero no podía arriesgar más al equipo y todo por lo que iban a luchar ellas y la República El Cambio.

      Mientras, en la casa El Descanso del Cerro, el pelotón ya había averiguado la procedencia de ese pulso y había marcado en los mapas cómo orientarse sin brújula, recordando que nada que fuera magnético ni eléctrico funcionaría.

      A la mañana siguiente Adelfa se levantó angustiada, sabiendo que ella y su hija podían meterse en graves problemas y que incluso compañeras suyas podían morir en la búsqueda de esa criatura. Adelfa y Eva sabían que ninguna de las dos decía la verdad. Las mujeres de la puerta y las encargadas de los monitores fueron cambiando cada dos horas. Casi todas las del grupo estaban frescas para la marcha. Cogieron el material de montaña y Eva se despidió de la madre y de la hija.

      —Deberían desistir de esta búsqueda. Solo son viejas leyendas pueblerinas o posibles alucinaciones de alguna mujer bajo los efectos del uso abusivo del DAN (drogas no legales que provocaban orgasmos seguidos de inconsciencia durante cerca de un minuto).

      —Puede ser. Pero, ¿qué más le da? Si yo fuera Adelfa, estaría encantada con esta búsqueda por y para la protección de mi hija.

      —Tiene razón, señora. Buena caza.

      Ambas se miraron con desconfianza y Eva se alejó con su grupo por la vereda nevada a los pies de la puerta.

      El día se presentaba claro y sin demasiado frío. Las damas iban levemente cargadas y sus trajes miméticos con regulación térmica aguantaban bien, aunque perdieran un poco de temperatura cuando se desconectaba la parte electrónica. Desde Grainau hasta Zugspitze había unos 18 kilómetros por la ruta posterior sur, con un desnivel de 2200 metros. Una persona normal recorrería esta distancia en unas cinco horas y media, pero estas adultas bien entrenadas probablemente lo harían en apenas cuatro horas. Había refugios y edificios vacíos en la ruta para descansar o pasar la noche. Eva decidió que había que hacer del pelotón dos escuadras, una de seis unidades y otra de 7. Más adelante comunicaría su bifurcación y la misión que debería llevar a cabo cada uno de los grupos.

      AL cabo de tres horas, sin haberse encontrado ninguna complicación, llegaron a la cabaña de Knorrhütte, a 2051 metros de altura.

      Casi todas las áreas de este mundo en las que el ser humano podía vivir estaban controladas, ya que todas las mujeres tenían implantados nanolocalizadores que servían para controlar casi todos los sectores.

      —Descansaremos aquí para adaptarnos. No quiero a nadie en la subida con MAM — Mal Agudo de Montaña— aunque sea improbable. Las Argentum Silene y Jazmín se encargarán de las escuadras. Dejad el avisador de señal conectado para cuando solucionemos el problema de la comunicación. Silene, usted irá ascendiendo con su grupo por el oeste. Su escuadra se llamará Óscar y llevará un tirador letal, otro no letal, dos exploradores y un ojo del cielo. Yo iré con Jazmín por el este de la ruta trazada en el mapa y la suya se llamará Eco. La cima está a una hora, pero con la búsqueda de los artefactos inhibidores se prolongará. Ahora mismo son las 10:30 horas. Saldremos a las 12:00 horas. ¿Entendido?

      —¡X por la unión! —pronunciaron ambos a la vez.

      Silene y Jazmín repartieron las tareas para buscar los aparatos. Había cuatro alrededor de la cima y uno en el edificio de meteorología cerca del punto geodésico.

      Durante la noche anterior, Anturia había logrado reunir a nueve del grupo de diez integrantes de la República El Cambio cuando ya habían hecho su trabajo, que consistía en hacer que estos aparatos funcionaran para ellas, para que las tropas de Luz de Diamante creyeran que seguían en perfecto funcionamiento, gracias a varias de las Sombreros Blancos, que indicaban cómo hacerlo.

      Esa noche Anturia se disponía a apagar la máquina PEMM de manera intermitente para que las Sombreros Blancos pudieran hacer su trabajo, y así el pelotón de Médula no las detectara, todo ello en sincronización con Adelfa. Cuando cortaban el pulso, en el auricular de Adelfa saltaba el avisador de señal abierta e inmediatamente se levantaba e iba al baño, diciéndoles a las chicas que estaban de guardia en su casa que tenía un pequeño problema de incontinencia urinaria. Luego volvía a su dormitorio y con la radio portátil comunicaba por Morse si había vigilancia en las pantallas.

      La guardia encargada de las pantallas despertó a la Zafiro


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