El orden de la existencia. David Martín Portillo
para escuchar las comunicaciones, en caso de que alguien utilice la antena. También debía decidir qué hacer con las rehenes y hacia dónde dirigirse, ya que Wãnanga había sido destruida.
Elel e Ídem hicieron la danza de guerra maorí, o haka, que les enseñó su tío delante de las prisioneras, sacando la lengua y golpeándose los brazos, las piernas y el pecho a la vez que desorbitaban los ojos y pronuncian palabras en esa lengua. Las prisioneras quedan un poco desorientadas y aturdidas, no por los efectos de la RED, sino por ver realizar esa danza de lucha a un hombre y, lo que era más asombroso, a una copia exacta de su señora Luz de Diamante, pero sabían que no podía ser, así que ninguna dijo nada.
Sabiendo el odio que procuraba Eva a los machos, esta se arriesgó a que la golpearan o la matasen, escupiendo a Elel en la cara cuando en uno de sus movimientos se acercó a ella y le acarició el rostro, diciéndole:
—Una caricia de un hombre te puede dar más asco que tus escupitajos a mí.
Él sabía del odio de Eva, ya que mantenía contacto con algunos hombres y uno de ellos era Aspen.
Durante el viaje de vuelta a Europa, la Rubí Dicentra analizaba en la Reina de los Cielos la grabación en vídeo de la conversación que Luz había mantenido con Ricina. Cuando detuvo la imagen en la que esta última sujetaba a Eva e Ídem a Jazmín, que aún vivía, acercó el fotograma hasta verle la cara a la hembra que sujetaba a la Argentum y se quedó de piedra al identificarla, llamando inmediatamente a Luz.
«¡Si soy yo! ¿Cómo es posible? ¿Acaso es un juego de mal gusto de alguno de nuestros ancestros o es una clonación? En el viaje a Berlín decidiré qué hacer con todo», pensó Luz. —Gracias, Dicentra. Esto lo cambia todo. Por el momento, lo mantendremos en secreto.
Después de un rato, Ídem se acercó a una mesa de control, que estaba llena de gente mirando un monitor. Empezaron a susurrar entre sí. Así unas cuantas veces hasta que decidió preguntar:
—¿Qué ocurre? —le contestan.
—Averígualo tú misma —respondieron, girando la pantalla para que viera el parecido extraordinario con Luz. En ese instante, comprendió que alunas mujeres y hombres de la República El Cambio no estaban informados de que una científica que trabajaba en la Universidad Victoria de Wellington, y que se llamaba Ídem, era idéntica a Luz. Solo variaba el peinado y conocía a su igual por la información que llegaba. Tenía fotos de Luz de pequeña, que su madre Esperanza le mandaba a escondidas a su hermano desde Alemania a través de cualquier medio tecnológico, pero de eso hacía ya muchos años.
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