El orden de la existencia. David Martín Portillo

El orden de la existencia - David Martín Portillo


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preguntándose qué le pasaba a esa mujer, pero no llegó a decir ni una palabra, quedándose ahí la conversación.

      Eran las 5:00 p. m. Había pasado otra hora y habían recorrido poco más de 100 kilómetros.

      —¿Sabemos algo? —preguntó Ídem, dejándose llevar por la inquietud.

      —Según la información de la piloto que ya ha vuelto a Wellington, tuvieron que dejar de emitir. Nos avisaron desde el lago Eibsee de que nos anticipáramos a la inspección de Médula. Han hecho un intento de contactar, pero temen que la señal haya sido descubierta —informó Dedalera.

      —¿Y para qué ir entonces?

      —Pudiste no haber venido y haberte quedado en la universidad.

      —Ídem, te dije que era mala idea. ¿Lo ves?

      —Señora Dedalera, por favor, contéstele usted si es tan amable. A mí también me gustaría saberlo, si es posible —añadió Ídem para suavizar un poco la conversación.

      —Hemos dejado setenta y cuatro mujeres en Wãnanga y veinte en la Torre del Edén, así que voy a ayudar en todo lo que pueda o se me mande —respondió Dedalera, con la respiración algo agitada.

      —¿Ves como no era tan difícil?

      —¡Elel! —le reprendió Ídem, muy seria.

      —Está bien, está bien.

      Dedalera, en clara señal de que su paciencia estaba llegando a un límite, no dejaba de separar y despegar la lengua del paladar.

      Habían pasado tres horas desde que tuvieron conocimiento del despegue del dron y la flota de Médula.

      —Paramos cinco minutos para estirar o lo que tengáis que hacer —dijo Ricina.

      Veinte grados de temperatura. Algunas aprovecharon para beber algo fresco. Estaban en una zona de Mangamahu llena de ríos y montañas. Las trampillas de los vehículos se abrieron por la parte trasera. Elel bajó el primero, un poco alterado. Echó a correr y se colocó detrás de un árbol, de espaldas y dejando parte de su cuerpo visible. Empezó a orinar, reclinando la cabeza hacia atrás y suspirando. Cuando terminó, se recolocó la ropa y se giró, comprobando que la mayoría de las mujeres estaban mirándolo.

      —¿Qué ocurre? ¿No habéis visto nunca a un varón orinar? —preguntó Elel con tono seco.

      —¡Ya hace tiempo! ¡Tú sigue así, provocador! —le gritaban algunas entre risas.

      De repente, algo muy rápido sobrevoló el cielo, proyectando en el suelo una sombra que no les dio tiempo a identificar. Cuando se miraron todas entre sí, habían pasado tres segundos. Las frases se quedaban a medias. Pero cuando pasaron cinco segundo el estruendo fue aun peor. Estuvieron tosiendo y escupiendo un buen rato a causa de la polvareda. Cuando la nube de arena se disipó, vieron que algunas partes del equipo interior que llevaban habían quedado alborotadas por tener los vehículos abiertos, pero sin mayores consecuencias, dado que estos eran blindados.

      —¡Dama Dedalera, reúnalos a todos! ¡El Mach 5 informará a la flota! —ordenó Ricina.

      —¡En marcha! No perdamos más tiempo y estén alerta. Viaje rápido.

      Avisaron desde Wellington del bombardeo de la Universidad por el Mach 5, pero no habían sufrido daños en el interior y todavía se guardaban las químicas. Al parecer Médula no utilizaba demasiado las armas nucleares de destrucción masiva, para no dejar una escombrera a su paso.

      —No podemos enfrentarnos a Médula, pero sí a uno de sus drones. Dile a la piloto que salga y espere nuestras órdenes —le dijo Ricina a Dedalera.

      —Perdonen que interrumpa, pero si tuvieran una pantalla que pudiera conectarse a Edén, yo podría intentar neutralizar el Mach 5 —intervino Elel.

      —No tenemos nada que perder. ¿Qué opinas, D?

      —¡Qué más da! Ya sabrán de la existencia de señales desde la Torre, así que adelante.

      Consiguieron contactar desde los Pumas con la lancha AMG y esta, a su vez, con las chicas de alrededor de la Torre, dejando un mensaje claro de que conectaran la señal y que solo la cortaran cuando Elel se lo indicara desde su pantalla. En el momento que Elel detectó la señal abierta, lo tenía todo preparado para pilotar el Mach 5 enemigo, pero saltó el sistema de seguridad de manipulación de otro piloto, y la máquina estaba configurada para ir automáticamente al lugar de la señal y destruirla.

      —¡Dile a tu piloto que derribe inmediatamente al hipersónico! —exclamó Elel.

      —Piloto, aquí Ricina. Cambio.

      —Aquí SR-71. Cambio.

      —Salga de caza mayor y destruya el dron de Luz de Diamante. Rápido, se dirige hacia nosotros. No duraremos ni dos minutos.

      Cuando el SR-71 se colocó justamente detrás del dron de Médula con la intención de abatirlo, este último soltó un misil aire-tierra dirigido, de apunta y olvida a cincuenta kilómetros del convoy. Acto seguido, la piloto trató de contrarrestar el misil lanzando otro. En apenas unos segundos, todas miraron a través de los huecos y pantallas de los Puma y vieron venir a gran velocidad un cilindro incandescente que iba dejando un haz blanco en el cielo. El misil de la República hizo explotar al del dron tan cerca que el primer Puma quedó completamente calcinado y los demás tuvieron que esquivarlo, ya que iban a bastante velocidad y podrían haber colisionado con los restos en llamas del primer transporte.

      —¡Por el deísmo! ¡Qué desastre! ¡No podemos parar a ver si ha quedado alguna con vida! —exclamó Ricina angustiada.

      —Piloto, aquí Dedalera. Muy justo. Hemos perdido el Puma de cabeza, pero aun así, buen trabajo. Ahora, deje la radio abierta y vaya explicando lo que sucede con el dron. Cambio y cierro.

      —De acuerdo. Lo sigo de cerca. Está ascendiendo de forma vertical. Si sigue así, se va a congelar y se le pararán los estatorreactores. Yo no puedo arriesgar más. Perderé la conciencia, aunque lleve puesto el traje anti-G (estos trajes se hicieron en épocas antiguas para comprimir el cuerpo del piloto y reducir lo que se conoce como la visión negra en la ascensión y la eritropsia o visión roja en los picados), y perderemos el SR-71. Lo dejo. ¡Desciendo! ¡Vaya, lo llevo detrás y me ha disparado otro misil aire-aire! Intentaré hacer un tirabuzón horizontal. Nada, no consigo despegarme del cohete. A ver con el vuelo rasante. Intentaré pegarme a la costa oeste y cerca del mar. Estoy levantando unas columnas de agua que hasta el propio Moisés envidiaría. ¡Bien! Me he deshecho del misil. Ha impactado contra los pilares del océano. Abran las pantallas. Ahora que tengo diez segundos de respiro pondré la frecuencia de cámara, para que vean todas mis maniobras, y no tenga que estar con distracciones mortales. Cambio.

      —Piloto, ¿cuál es su nombre? Cambio —preguntó Dedalera movida por la curiosidad.

      —Narcis. Cambio.

      —Muy bien, Narcis. Le deseamos suerte y le estamos agradecidas. Dependemos de usted. Cambio.

      —Gracias. Siempre me dejaré la vida por salvar las vuestras. Gran responsabilidad. Cambio y cierro.

      Al SR-71 le quedaba poco combustible, mientras que el Mach 5 todavía no necesitaba repostar. Sin embargo, este último tendría que bajar la velocidad o dar la vuelta para recargar en el aire con una de las naves que traería Médula. Ese era el momento de seguirlo. Cuando consiguió tenerlo a tiro, el aparato de la universidad disparó otro misil y las esquivas del dron hicieron que gastara más energía. La máquina sabía que ya no podría volver, así que tomó la decisión de gastar su último empuje para estrellarse como un kamikaze contra la aeronave de Wãnanga. Narcis los vio venir de frente por los aparatos de control, no por la vista, porque a tal velocidad era imposible observar el acercamiento de dos dioses del cielo hipersónicos, y cuando se dio cuenta de que era improbable evitar el encuentro, dejó la trayectoria automática hacia el Mach 5, fue eyectada por el asiento y salió disparada hacia el cielo, viendo la explosión desde lejos, igual que las hembras de los Pumas.


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