El orden de la existencia. David Martín Portillo
de mujeres que iban cercando la Torre. El grupo de Ricina las vio a lo lejos. Acto seguido, esta le dijo a Ídem que se tapara la cara, porque en el caso de que cualquiera de los dos bandos la viera, podrían confundirla con Luz, incluso sin llevar su uniforme. Y eso sería un desastre tanto para ella como para la misión.
—Comunica el asedio. Que preparen las defensas —ordenó Ricina a Elel por el mero hecho de ser hombre.
—Aquí Dedalera, de Wãnanga, a Jefa de Edén. Cambio.
—Me alegro de oírla. Sé que un grupo salió hacia aquí y otro hacia la base Scott, pero también sabemos que muchas de ellas han muerto. Desde aquí arriba vimos un gran resplandor que subía hacia el cielo, iluminando la noche. Tenemos a su piloto y a dos de su grupo. ¿Qué datos valiosos traéis? Cambio —explicó la Jefa de la Torre, una mujer ruda de unos cincuenta años.
—Entiendo su alegría, pero ha de saber que la Torre está siendo sitiada por El Grito. Ahora mismo van por tierra. ¿Qué defensas tienen?
—Las féminas armadas abajo, los cañones automáticos arriba y la Red Electrificada Diametral (RED). Cambio.
—¿Y están activas? Cambio.
—Desde que nos informaron de la inspección. Cambio.
—Observaremos desde aquí y le comunicaremos todos los movimientos. Cambio y fuera.
Una Sombrero Blanco que iba en el grupo de Ricina modificó los comunicadores para poder tener un entendimiento verbal más fluido, sin los molestos términos «cambio», «cambio y fuera», «cambio y cierro», etc. después de todas las frases.
La Jefa de la Torre del Edén hizo entrar a toda la guardia en la gran construcción, con su forma cónica de aguja y sus grandes discos cerca de la punta, donde se divisaba en el horizonte un día despejado. Durante la recogida de las hembras, algunas murieron intentando llegar a las entradas ante el fuego enemigo. Al ver cómo iban cayendo a manos de El Grito, Ricina no pudo quedarse mirando e intervino, disparando por la espalda a algunas de las hembras enemigas que avanzaban hacia la Torre, cerrando el círculo. Cuando esta se levantó y avanzó, Dedalera cogió su arma y saltó, disparando desde el muro donde lo estaban viendo todo. Lo mismo hicieron las demás e, incluso, los hermanos, que tras mirarse cogieron las suyas y salieron a ayudar. Abrieron brecha en la circunferencia y algunas lograron ver un uniforme diferente con piedras azules en sus pequeñas charreteras. Consiguieron llegar corriendo a la entrada de la majestuosa estructura, a la vez que disparaban y esquivaban los proyectiles. Miraron hacia arriba una centésima de segundo para ver cómo se estiraba el armazón hasta los cielos. Una vez dentro, cerraron y escucharon los impactos en una de las gruesas puertas.
—¡Subid! —se escuchó decir a una voz.
—¡Señoras, algunas ya habéis visto a la Zafiro Eva, la que se enfrentó a las Frías en la misión Zugspitze, sobrevivió a un alud y a una bestia primitiva como el Mamut! Si la atrapáramos, podría servir como moneda de cambio. Quedaos aquí, tras la puerta, alejadas de ella por si ponen explosivos y reforzando la entrada con la guardia que ya hay —exclamó Ricina, refiriéndose a la Sombrero Blanco y la compañera—. Las demás me sigan.
Narcis, que estaba de guardia en las puertas, conocía a Dedalera, a Ídem y a Elel, y los saludó con aprecio. Todas y él le dieron la enhorabuena.
—¿Esta es la piloto que venció a la máquina? Mi más sentido agradecimiento —dijo Ricina.
—Gracias, señora.
—Te diré algo, pero no se lo cuentes a nadie: ni un hombre lo hubiera hecho mejor. Luego nos vemos, si salimos de esta —le confesó Elel, con una sonrisa picaresca.
—Cierto. Ánimo, Elel y suerte a todas —dijo Narcis, despidiéndose del grupo.
Las tres entraron en el ascensor y subieron hasta el centro de mando en el mirador. Allí encontraron a la Jefa.
—Ricina, ¿te encuentras bien? ¡Estás herida y sangrando!
—Esta sangre no es mía. Tranquila, estoy bien —le aseguró Ricina.
Tras escuchar esas palabras, la Jefa abrazó a Ricina sin importarle mancharse de sangre ni manifestar afecto dentro de la normativa de grados de la República El Cambio.
—Gracias por tu recibimiento. Aunque no es jerárquicamente correcto, yo también me alegro.
—¡Sois más que bien recibidas! —exclamó la Jefa de la Torre.
—Ya está bien. Centrémonos en cómo afrontar lo que va ocurrir ahora —interrumpió Ricina, logrando captar la atención de todas—. Médula quiere esta antena para tener más control sobre el mundo y no la van a destruir. Intentarán poseerla y posiblemente lo consigan. Sin desanimar a nadie, lucharemos para que no entren y lanzaremos todo lo que tengamos. ¡Por El Cambio!
—¡Por El Cambio!
—Hemos contado dieciocho mujeres dentro de Edén, incluyéndoos a vosotras y a tu piloto, y fuera a salvo tus dos chicas de la lancha y algunas de las mías.
—Dedalera, coordina la maniobra con la Jefa —solicitó Ricina.
—Sí, Maestra. Jefa, ¿damos orden de ataque para las hembras de fuera más las automáticas y nosotras desde aquí?
—Hemos visto la nave de Luz en los radares y se dirige hacia aquí. Si descubre que todo lo que envió aquí ha muerto, lo mismo cambia de opinión y decide destruirnos. Tengo una posible solución para esta batalla, pero no para la guerra que está en ciernes. La RED está activa, solo falta que todas las hembras de Médula se acerquen a las puertas.
—¿Cómo haremos para que más de una veintena de mujeres se acerquen lo suficiente a este cilindro de hormigón reforzado? —preguntó Dedalera.
—¡Cilindro, no! La gran, majestuosa y solemne Torre del Edén que ha llevado mensajes a todas la mujeres, que contribuye al derroque de este asfixiante sistema de Médula y su Luz de Diamante, sobre todo al poner en contacto a Oceanía con el resto del mundo, así que un poco de respeto hacia esta arma de gran valor para nosotras.
—Disculpe, no era mi intención enojarla.
—¿Ves? Dedalera no le cae bien a nadie —le susurró Elel a Ídem al oído.
—Calla, que te va a oír.
Dedalera lo miró brevemente para hacerle saber que le ha oído y él lo dijo cerca para que ella se enterase.
—Le dejo a usted que busque la forma de atraerlas antes de que llegue la Reina de los Cielos —dijo la Jefa.
—¿Reina de los Cielos?
El miedo hizo que a Elel se le escapara una carcajada, preguntándose quién había buscado un nombre tan cursi para algo tan destructivo.
—Sí. Es el nombre que recibe la aeronave donde viaja la más grande de Médula. Si abatiéramos esa nave y Luz pereciera, asestaríamos un duro golpe a este gobierno dictador.
—Probemos con esto. Diremos por la megafonía exterior de la Torre que dejamos de oponer resistencia y que deponemos las armas, que vamos a salir. Abrimos y unas pocas mujeres sueltan las armas en el suelo con las manos en alto y que vengan.
—¿Y luego qué, señora? —preguntó Dedalera con cierto escepticismo.
—Tú encárgate de traerlas dentro del diámetro establecido. Luego, sorpresa, y no me llame señora. Llámeme Jefa, como todo el mundo.
—Maestra Ricina, ¿vamos a confiar en ella?
—Lleva mucho tiempo dirigiendo la Torre y hasta ahora lo ha hecho bien.
—Sin saber nada del ataque, no sabré actuar si falla. Allá ustedes —quiso aclarar D.
—Por una vez, estoy con ella —reconoció Elel en voz baja.
—Y yo, hermano.
—¡Y usted ya puede quitarse el