El orden de la existencia. David Martín Portillo

El orden de la existencia - David Martín Portillo


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      —¡Nos rendimos, no nos maten! ¡Abriremos las puertas, desarmados! Repito… —anunciaba Dedalera por megafonía, dando vida a la obra de teatro.

      Después de unos momentos en los que vio desde las cristaleras del puesto de mando cómo se movilizaba lentamente ese círculo de mujeres, de las que cayeron en combate unas pocas y que ahora había que convencer, Dedalera le indicó a la Jefa que abriera las puertas. Las mujeres de Eva apuntaban, acercándose a las entradas.

      —¡Salgan con las manos donde podamos verlas! —les ordenó Eva.

      Las guardias de las puertas permanecían con las manos en alto, sin moverse, mientras el grupo de la Zafiro continuaba acercándose.

      —Todavía no están dentro del perímetro de la RED —puntualizó la Jefa.

      Dedalera les había preparado a las guardias unos auriculares intraauditivos.

      —¡No lo diré más! ¡Muévanse y salgan! —gritó airadamente la Zafiro.

      Eva pensó que podía tratarse de una trampa, pero Dedalera habló con las guardias de las puertas y le pidió que dieran unos pasos hacia el exterior y que volvieran a pararse. Cuando escucharan «¡Dentro!», debían saltar al interior de Edén y cerrar lo más rápido posible. Al ver que cumplían su aviso a medias, Eva avanzó un poco más.

      —¡Dentro!

      Era el momento de entrar. Las hembras saltaron y recibieron muchos disparos., lo que provocó la muerte de alguna. Las mujeres de Eva entraron disparando antes de cerrar las puertas. Acto seguido, la Jefa activó la RED, una malla electrificada que era estirada por unas bolas de acero, proyectadas en dirección opuesta al centro, desde el disco superior de la Torre, abarcando veinte metros más de diámetro y cayendo por el mástil hacia el suelo. Entre la confusión y los disparos, el grupo de Eva y Jazmín no escuchó la proyección de esas bolas y la malla. Cuando miraron hacia arriba, esta les cayó encima, haciendo que todas empezaran a convulsionar por la electricidad. La mayoría de ellas quedaron paralizadas, pero no muertas; sin embargo, el corazón de algunas no pudo aguantar. Cuando las guardias le aseguraron que todas habían quedado inconscientes, la Jefa desconectó la RED.

      —Guardias, desármenlas y tráiganlas al centro de mando.

      Las guardias metieron a una docena de mujeres en el ascensor como si fueran sacos. Al llegar arriba, las sentaron y las ataron dormidas.

      —Buen trabajo a todas —exclamó Ricina, orgullosa.

      —Luz de Diamante está a punto de llegar. ¿Negociamos o destruimos Edén con ellas dentro?

      —¿Cómo puedes decir esto, cuando lo último que tú querrías sería perder la Torre?

      —La Torre está perdida, si no ahora, lo estará a la vuelta de Médula, ya sea para conquistarla o para destruirla —contestó resignada la Jefa.

      Por la noche, la Reina de los Cielos apenas se escuchaba y se camuflaba mejor.

      —Veo algo por las cristaleras. ¿Podéis encender los focos? —preguntó Elel.

      —¡Es la nave de Luz! —anunció Ídem.

      Fue entonces cuando Dedalera lo vio claro:

      —Ya ha empezado la negociación; si no, ya estaría Edén en el suelo.

      La Jefa encendió los focos y todas pudieron ver por los ventanales la grandiosidad de la nave, suspendida en el aire, con un motor en malas condiciones, a la misma altura que ellos y con el puente de mando mirando hacia las cristaleras. De repente, proyectó un láser en el espacio con el que dibujó una frecuencia. Todos los de Edén se preguntaron qué querría decir ese número flotando en el cielo.

      —Maestra Ricina, eso es una frecuencia de radio para poder hablar desde aquí con ellas —respondió la Sombrero Blanco, cayendo en la cuenta.

      —Gracias, Jefa. Conecte.

      Noeva, Sieva, Luz o El Grito eran los nombres que Luz de Diamante había adoptado en algún momento de su vida, tanto por sus actos como por su propia voluntad.

      —Dadme una razón por la que no echaros abajo. Ya no están mis mujeres.

      La nave no detectaba al grupo de Eva, porque la Jefa les había echado por encima una funda eléctrica inmediatamente después de que las ataran, haciendo que la señal de sus trajes no llegara.

      Ricina levantó a Eva semiinconsciente y la colocó frente a la nave, mostrándosela a Luz. Sin que nadie le dijera nada, Ídem se quitó el pasamontañas y cogió a la que quedaba con uniforme diferente y dragonas de plata e hizo lo mismo. Colocó a Jazmín de pie y al lado.

      —¿Quieres a tu Zafiro y a las demás? —le pregunto Ricina.

      —No me provoques. No es suficiente para que mi odio baje, perdonándoos la vida. Salid y hablaremos.

      Elel, que se había quitado el pasamontañas que llevaba puesto para no ser visible, asomó la cabeza. Sin embargo, Dedalera le reprendió, diciéndole en voz baja que, si Luz veía un hombre en Edén, no dudaría en arrasar la zona con todos dentro, incluso los suyos, y Elel vuelve a esconderse.

      —¿Crees que saldremos? ¡Prefiero morir aquí con las tuyas que ahí fuera! —afirmó convencida Ricina.

      —Está bien. Tú ganas. ¿Qué quieres?

      —Vete ahora y las tuyas vivirán.

      —¡Aaaggghhh!

      La furia y la ira de Luz eran tales que agarró los mandos de una de las armas de la nave y disparó una ráfaga de láser, dejando marcada la pared central de la Torre del Edén, desde la cual comenzaron a disparar.

      —¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego! —vociferaba Ricina, mientras los disparos apenas habían agotado una pequeña parte del escudo de la nave.

      —¿Y bien?

      —Volveré y lo sabéis. Esto no queda aquí. Te buscaré, te encontraré y te torturaré —concluyó Luz en tono amenazante.

      —Tu autocracia no puede durar mucho, y esa mentira de enfermedad que inventasteis para dejar al mundo huérfano se dará a conocer. Lo organizasteis Médula, que está a tus pies, y tú.

      —Mientras haya un solo hombre, seguirá tu guerra. Pero en el momento que los extinga, ¿cual será la motivación de tu lucha?

      —Tu muerte y la disolución de Médula.

      —Suerte.

      Luz se marchó, girando la nave en dirección a Berlín. Todas lo celebraron, extrañadas por la igualdad entre Ídem y su mayor enemiga. Aquel jaleo despertó del todo a las nuevas invitadas. Ídem abrazó a Elel y Ricina felicitó a Dedalera y a la Jefa.

      —Celebrad vuestro pequeño momento, porque sabéis que volverá y entonces le dará igual matarnos a todas, incluso desintegrar la antena —se escuchó decir a una voz durante la celebración. Era la voz de la Zafiro Eva, a la cual habían sentado de nuevo. Jazmín también aportó su grano de arena, diciendo:

      —¡Cuando me liberéis o lo haga Luz de Diamante, os mataré con mis propias manos!

      Terminando de decir esto, la Jefa colocó un arma pequeña en la frente de Jazmín y la calló, pero esta continuó despotricando hasta que se oyó un disparo que perforó el cráneo de la Argentum, salpicando de sangre a la Zafiro Eva, que guardó silencio.

      —¿Pero qué has hecho? Creía que eras la más sabia. Son una torre y un alfil en esta guerra. Servía de moneda de cambio para negociar. No me dejas más opción que apresarte. ¡Deténganla! —ordenó Ricina.

      —¿Puedo decir algo en mi favor?

      —Adelante.

      —El Grito tiene que ver que aquí mandamos nosotras. Esta debe ser una tierra libre. ¡Por El Cambio! —gritó airadamente la Jefa.

      Algunas compañeras


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