El orden de la existencia. David Martín Portillo
alumbrarnos, dejándonos y volviendo a Berlín solo con Noeva. Al menos, eso fue lo que me contó nuestro tío.
—¿Crees que lo ha hecho Luz sin el conocimiento de Médula? ¿Cuál es tu hipótesis? —preguntó Ídem, ciertamente intrigada.
—Hermana, no seas inocente. Esto tiene la firma de Luz y dudo que Médula no esté al tanto. Ojalá me equivoque —respondió Elel, seguro de saber lo que decía.
—¿Qué vamos a hacer entonces?
—Tengo un par de ideas. Una es buscar un antídoto para los nacidos después. La otra no te va a gustar.
—Suéltalo.
—Ídem, tú eres igual, gemela. ¿Por qué no aprovecharlo?
—¿Me quieres poner en riesgo? No sé cómo habla ni cómo se mueve. Ni siquiera sé el carácter que tiene. Se darán cuenta —contestó Ídem con cierto recelo.
—La estudiaremos y te harás pasar por ella —aseguró Elel con rotundidad.
—De acuerdo. Confío en ti. Espero que sepas lo que estás diciendo.
La resignación de Ídem se hacía cada vez más latente. Mientras tanto, en Teufelsberg, Luz organizaba la salida con la flota de navíos aéreos. Tenían 18 000 kilómetros por delante. Llevaba consigo a la Rubí Dicentra (Corazón Sangrante), a la Zafiro Eva, por su valor en la misión de Zugspitze, a la Esmeralda Caléndula y la Argentum Jazmín, por petición expresa de Eva. El objetivo de la misión era analizar aquellas zonas a las que no llegaban los Campos de la Protección o los ojos de Médula.
Luz de Diamante reunió a tres de estas cuatro mujeres en una de las salas de juntas de su nave, la Reina de los Cielos. En su interior albergaba tecnología para volar con energía eléctrica y fusión nuclear. Cuando entró Luz, todas se levantaron y gritaron al unísono:
—¡X por la unión!
—Señoras, descansen. Desde arriba observaremos cualquier anomalía importante. Descenderán la Zafiro, la Esmeralda y el equipo que ellas mismas asignen. Atenderán desde aquí las órdenes de la Rubí Dicentra. ¿Entendido?
—Con el debido respeto, señora, ¿qué buscamos en realidad?
—Lo que más odiamos, sobre todo, tú y yo. Aparte de cualquier indicio del llamado El Cambio, extinguir a todos los varones y hembras que motiven ese intento de república. Prepárense.
Tras marcharse Luz, la Rubí Dicentra, que tenía mucha curiosidad, formuló la siguiente pregunta:
—¿Cómo es la lucha con un hombre salvaje?
—Hubo un momento en el que al ver el rostro de un indeseable macho perdí la fuerza, pero mi odio me la devolvió. Sentí su aliento cerca de mí y cuando lo vi sangrar, entré en locura y la criatura interrumpió lo que para mí hubiera sido el mejor de mis trofeos —reconoció la Zafiro Eva.
—Señora, ¿puedo hacerle una pregunta más personal? —dijo la Esmeralda Caléndula.
—Por supuesto. Hágamela y ya veré si le respondo.
—¿Por qué tanto odio guardado?
—¿Acaso tú no procesas odio a lo varones? Pues si es poco el que tienes hacia ellos, procura no dudar delante de mí cuando tengas que aniquilar a alguno e intenta que no llegue a oídos de la más grande. Que así sea.
Las palabras de la Zafiro resonaron en la cabeza de Caléndula como cuchillas afiladas y cortantes.
—Creo que, más que el odio, lo que te hizo sobrevivir allí fue la determinación —aseguró la Rubí Dicentra.
—Creo que ambas, señora.
—Está bien. Dispongámoslo todo para estar preparadas.
El equipo en Wãnanga avisó a Elel y a Ídem de la llegada de algunas aeronaves de Médula. Ellos sabían que, después de la misión de Anturia, no iba a ser por controles rutinarios, sino para eliminar cualquier formación de grupos rebeldes, así que avisaron a la Torre del Edén (una antigua antena de TV, de 328 metros de altura, que había en la parte superior de la isla y que utilizaban para comunicaciones a nivel mundial con la República El Cambio).
—No logramos contactar con la Torre. Si en menos de una hora no tenemos señal de ellos, tendremos que dirigirnos allí para avisarles —le advirtió Ídem a su hermano.
—¿No hay otra manera que arriesgarnos todos?
—Ellas no quieren que vayamos ni tú ni yo, porque somos valiosos. Tú por el hecho de ser un hombre de nivel 8, además de médico, y yo por ser igual que Sieva y científica. Aun así, iré. ¿Te apuntas?
—–Por supuesto. Todo sea por salir de aquí y ayudar a nuestras amigas de la Torre del Edén. Por ese orden, claro. Pero, ¿quién nos guiará?
—Ricina (esta fémina, cabeza de la organización en Oceanía, controlaba la Universidad Victoria, aislada de satélites y escáneres con cien mujeres; la Torre en Auckland (Nueva Zelanda) con veinte hembras y la base Scott en la Antártida con otras diez.
—Me estoy pensando lo de ir.
—Aquello fue hace mucho. No le guardes rencor.
—Es peor que el veneno de la flor que lleva su nombre.
—Quiero que vengas. Eres quien me anima a seguir adelante con la recuperación de vuestra estirpe.
—De acuerdo, de acuerdo. No llores más, iré.
—Ese es el decidido de mi hermano —concluyó Ídem.
Elel sentía las miradas de las mujeres a su alrededor, pero lo llevaba bien. Era lógico que un par de hombres entre cien damas, algunas de ella en plenas facultades sin tomar ninguna droga legal o ilegal para el control de la libido, montara algún que otro altercado, bastante bien controlado por la impecable seguridad que había.
Tenían un equipo en todos los aspectos básico y pretérito en comparación con la flota, así que evitarían un enfrentamiento por todos los medios. Su prioridad era esconderse. Había que hacer que la mayoría del planeta estuviera con la República.
Pasados treinta minutos, hubo una pequeña señal, pero no la mantuvieron, por lo que no pudieron comunicarse con Edén.
—Ojalá podamos tener contacto con ellas. Así nos evitaríamos esto —musitó Ídem con voz pausada.
—Estoy totalmente de acuerdo, por varias razones —añadió Elel. Sin embargo, pasó otra media hora y no hubo comunicación.
Mientras tanto, en la salida de Wãnanga hacia la Torre del Edén, Ricina mandaba por aire un SR-71 con estatorreactor modificado, que tardaría diez minutos en llegar; una lancha AMG de 12 motores eléctricos por la costa este, que llegaría en unas cuatro horas, y el convoy de cuatro Pumas altamente equipados, que lo haría en seis.
En la parte interior del tercer Puma viajaban la Maestra Ricina, la dama Dedalera, Elel, Ídem y dos integrantes más.
—Mandarán un dron Mach 5, que estará aquí en tres horas, de las cuales nosotras ya hemos perdido una. Luego, según la información del dron, vendrá la flota en modo inspección o en modo ataque. Si lo hace en el primer modo, tardará unas seis horas, lo mismo que nosotras en llegar a Edén aproximadamente —explicó Ricina.
—Si ya hemos avisado, ¿qué hacemos yendo hacia allí? —preguntó Elel.
—Buena pregunta. La dama Dedalera les Informará.
—Tenemos la intención de escondernos, pero si nuestros sistemas de camuflaje no son todo lo efectivo que quisiéramos en Wãnanga, que no nos masacren juntos. Debemos mantener separado este grupo. Somos veintitrés y un macho. Más objetivos, mayor distracción. Menos atención sobre el mismo punto, más probabilidades de sobrevivir.
—¡Ah, Dedalera! Gracias por lo de macho —comentó irónicamente Elel.
—¿Este