El orden de la existencia. David Martín Portillo
pero Ricina le ordenó por radio que esperara un momento.
—¡Es nuestra oportunidad, derribemos al menos una! —sugirió Dedalera.
—Si iniciamos el ataque, ya no habrá vuelta atrás. ¿Esperar su primer movimiento o atacar? Podemos perder la Torre.
Mientras tanto, en la Reina de los Cielos, la Rubí Dicentra le preguntaba a Sieva:
—Mi Diamante, ¿conquistarla o destruirla? Es una antena magnifica para tener el control en esta zona. Mi voto es conquistarla, no destruirla, pero usted tiene la última palabra.
—Conquistarla, y ahórrate esos comentarios.
—Sí, mi señora.
Desde la Reina de los Cielos habían detectado en Wãnanga cincuenta y cuatro formas de vida, de las cuales cincuenta eran mujeres. El hombre, junto con el resto, habían huido a la base Scott. La nave comenzó a atacar con armas químicas para que murieran todas (Médula solo hacía prisioneras si estaban bajo los Campos de la Protección), pero no surtió efecto. La estanqueidad de los sótanos era muy grande, y como no querían más destrucción, evitaron lanzar Pequeñas de Fusión, así que recurrieron a otra arma. Dejaron caer la Lava, que empezó a calar el suelo. Las primeras plantas de los sótanos fueron perforadas. Todavía quedaban un par de plantas por atravesar. Las féminas se habían refugiado en la planta más profunda a esperar a la muerte, no sin antes hacer un último intento de dañar de algún modo las tropas de Médula. Pero no fue así.
Cuando vieron entrar ese líquido corrosivo, supieron que las que no llevaran máscara morirían por las químicas, mientras que las que llevaban lo harían por desintegración o el ataque por el agujero que iba dejando. Desde el último de los suelos a lo más alto que alcanzaban sus vistas, que no era más que la sombra de la Reina de los Cielos, se colocaron con todo lo que tenían y comenzaron a disparar, falleciendo por los gases y la Lava, que las iba deshaciendo. La nave sufrió daños en uno de sus motores, a pesar de que los sistemas de seguridad antiataques habrían evitado el 90 % de la agresión. Dejó caer entonces una Pequeña de Fusión, que fue bajando planta por planta. Las mujeres se apartaron del centro del agujero, echándose hacia atrás contra las paredes. En el momento que la Pequeña de Fusión tomó contacto con el suelo, la nave ya había dejado el agujero, permitiendo que entraran los rayos de luna. La explosión fue de tal magnitud que del agujero salía fuego como si de un soplete se tratara, con una llama tan alta que se hizo de día en los alrededores. El destello fue visto desde los Pumas y la Torre del Edén. Todas las mujeres murieron.
A raíz de esto, las Aeros, la Reina de los Cielos y otras naves que quedaron en Australia contactaron para comunicarse las novedades. Luz optó por seguir adelante, viajando hacia esa antena sin ayuda.
—¡Dispara! ¡Dispara ya! ¡Por nuestras hermanas! —ordenó Ricina desde el segundo Puma a la mujer de la costa. Esta obedeció y apretó el pulsador sudoroso. Los sistemas de defensa de las Aeros detectaron un fogonazo que las hizo maniobrar; sin embargo, la nave de la Esmeralda Caléndula no fue tan rápida y en el intento de eludir perdió velocidad, colisionando con el cohete. La nave, humeante, en llamas y girando sobre sí, se alejaba para caer al mar, sin saber si había alguna superviviente entre las veintiuna miliares que la ocupaban.
La Aeros de la Zafiro Eva arrasó la zona de donde creían que procedía el disparo del cohete de seguimiento; de hecho, la tiradora murió, no quedando de ella ni el ADN.
Ricina llegó a Auckland, pero no se acerca a la Torre. Bajaron de los transportes por la noche y divisaron varios fuegos cerca de esta. Se disponían a avanzar armadas para defenderse de todo aquel que no fuera de la República El Cambio.
—Tomad esto, y cuidado con dispararnos a nosotras —les advirtió Ricina, dándoles a Elel e Ídem armas para su defensa. Estos las cogieron, las examinaron y las montaron con una expresión de incredulidad en sus rostros—. Dirige D.
—Cada una de las escuadras que avance en punta de flecha, con una separación de cinco metros, y los extremos cubriendo las espaldas —indicó Dedalera.
En el grupo de la Maestra, esta iba haciendo de punta. Elel iba en medio para poder protegerlo e Ídem en un extremo, ambos de espaldas por si eran de gatillo fácil ante una situación de peligro. Las formaciones marchaban del mismo modo que en los vehículos. La formación V, o punta de flecha, de Ricina iba en segundo lugar.
Por la noche, la primera V se encontró con un montón de ojos brillantes frente a ellas. Eran los grandes Dharuks, que habían seguido con el olfato el rastro de quien los había masacrado, como si tuvieran un recuerdo de odio. Por alguna razón desconocida, las gafas térmicas y de visión nocturna no los habían detectado. La primera formación pensaba que se encontraba en clara ventaja; sin embargo, cuando alumbraron a los lados y comprobaron que las bestias que había allí rodeaban a las tres formaciones, la primera empezó a disparar y a lanzar granadas. Entre los disparos se escucharon gritos de dolor y voces pidiendo auxilio que se alejaban por las calles de Auckland. La primera formación cayó, al igual que un gran número de bestias sedientas de venganza.
La segunda V miró hacia atrás mientras se defendía y vio como la tercera formación era arrollada por un número masivo de esas bestias, y sus amigas y compañeras eran despellejadas con sus afilados colmillos. Solo quedó en pie la segunda formación. Entonces, Ricina, tratando de calmar los nervios, le pidió al grupo que aguantara los ataques de los cánidos, que se acercaban lentamente desde casi todos los ángulos.
—¡Entremos a este edificio! ¡Rápido, cierra! —ordenó Ricina.
Dedalera aprovechó un hueco por donde los animales no los rodeaban para entrar la última y cerrar prácticamente con las bestias saltando sobre ellas. Una vez dentro, buscaron posibles entradas para los monstruos y las taponaron con todo lo que tenían a su alcance, desde grandes archivadores hasta muebles de antiguos servidores de red. Se escuchaban golpes por todos los lugares de entrada, así que Dedalera mandó a los hermanos, que tenían aspecto de asustados, a vigilar una de ellas y a dos de las hembras a otra. Ricina y Dedalera se quedaron en la puerta por la que entraron.
Uno de los perros intentó acceder por la zona que cubrían Elel y su hermana, dejando ver parte de su cabeza y su pata, y dando dentelladas mientras empujaba.
—¡Dispara, hermana! —gritó Elel.
Ídem dudó y los dos, con los ojos casi cerrados, mirando con las cabezas de lado, soltaron unas ráfagas que vaciaron los cargadores.
—Maestra, voy a ver. Ha sido en la entrada que cubren los hermanos.
—Ve, yo me encargo de la puerta.
Al llegar a la zona, Dedalera observó que la habitación donde vigilaban los prójimos estaba llena de sangre y que la bestia que había intentado entrar había sido acribillada por múltiples impactos de proyectiles. Cinco minutos más tarde, tras comprobar que las fieras se habían ido, el grupo encontró un aparato de ultrasonidos en una de las habitaciones y lo pusieron en marcha. No creyeron que estuviese allí por casualidad. Al salir de la antigua construcción con las fachadas llenas de musgo, siguieron avanzando sin más problemas hasta establecerse con cautela alrededor de la Torre del Edén. La Aeros de Eva sobrevolaba la Torre a una distancia prudencial para no ser derribada, esperando noticias de la misión, mientras disparaba algunas ráfagas hacia el suelo y los arrabales de Edén.
—¡Eva, deja de disparar ahora mismo hacia la Torre! Luz de Diamante la quiere intacta —ordenó la Rubí Dicentra, subiendo el tono considerablemente.
—Estamos expuestas con este vuelo de espera. ¿Qué recomienda, señora?
—Aterricen, desembarquen y acérquense con sigilo para poder entrar y apoderarnos de esta poderosa máquina de comunicación.
—Entendido. Jazmín, organice a las mujeres para un asalto a la antena.
—¿El equipo de asalto letal y destructivo? —preguntó Jazmín.
—Procura no dañar demasiado el exterior de la Torre, y mucho menos su interior. La maquinaria a examinar después del ataque ha de estar indemne. Tendremos