El orden de la existencia. David Martín Portillo
Narcis. Mandaré a alguien. No olvidaremos lo que ha hecho por nosotras. Equipo AMG, recojan a Narcis del SR-71. Según mi informe de constantes vitales, está inconsciente. Les mando las coordenadas exactas para su localización.
Luz de Diamante estaba en el puente de mando de la Reina de los Cielos. Desde allí observaba el viaje por las ventanas cuando la Rubí Dicentra le notificó la caída del Mach 5.
—Tenemos todas las imágenes de la actuación de nuestro dron. Bombardeó una zona que analizó en Wellington; detectó una gran señal emitida desde la zona norte de la isla norte de Nueva Zelanda; intentó neutralizar un grupo de vehículos desde el que se quiso manipular y, por último, se sacrificó contra otra nave aérea de estas rebeldes —expuso Dicentra.
—¿Cuánto queda para llegar a Nueva Zelanda? Porque Australia ahora ya no es una prioridad.
—A esta velocidad, unas dos horas y media, pero podemos llegar en una hora si usted lo ordena.
—Sí. Con una hora me sobra para organizar la ofensiva. Ven dentro de 20 minutos y te daré las órdenes. Ahora, retírate.
—¡X por la unión! —gritó la Rubí.
Luz sospechaba que en la zona de Wellington había una base secreta de la República El Cambio, porque la habían informado de ese nuevo movimiento para derrocarla. Pero Médula y ella pensaban que esto era un grupo desorganizado sin fuerza, que nada tenía que ver con ayudar a los hombres a implantar su igualdad y su vida libre. El caso era que se equivocaba. Poco a poco, estaban contactando con las mujeres de todo el mundo y reuniendo a más para dicha causa, sobre todo a aquellas que estuvieran a las afueras de las grandes ciudades tecnológicas del continente europeo, aunque los Campos de la Protección llegaran a estos lugares.
Eran las 7:00 p. m. cuando la flota arribaba a la costa oeste de Wellington.
—Órdenes —solicitó Dicentra.
—Después del desastre que ha causado el dron, no ha quedado nada en la superficie de lo que me han definido como la universidad. Escaneemos el interior. Si siguen ahí abajo, bombardearemos. Si no funcionara, dejaremos caer la Lava (un líquido artificial capaz de perforar cualquier tipo de material, salvo el que lo contiene) e introduciremos explosivos. Ya no me importa la destrucción aquí. Mientras, manda dos Aeros con la Zafiro Eva y la Esmeralda Caléndula a la zona de la gran señal y que las coordine Eva —ordenó Luz de Diamante.
—Si el bombardeo no funciona, probaremos con las químicas. Así acabaríamos con ellas y no dañaríamos las estructuras para analizar todo lo que contengan (archivos, mapas, lugares de reunión y tecnología), con la posibilidad de tener más ventaja sobre el enemigo.
—Lo dejo en tus manos.
—Gracias, señora. No la defraudaré.
Mientras la Zafiro Eva y la Esmeralda Caléndula limaban asperezas jugando al ajedrez, la Argentum Jazmín miraba sus movimientos y jugadas. Al ver que Eva se enrocaba, Jazmín pidió permiso para hablar.
—Ese movimiento en el que desplazas el Rey dos casillas en un mismo turno para que lo proteja una torre, ¿es defensivo, no?
—Caléndula, explícale cómo ves el enroque en la batalla.
—Puede parecer de protección, pero también puede ser un cebo o un sacrificio para un bien mayor, como el gambito de dama. ¿Usted cómo lo ve, señora Eva?
—Sé honorable con quienes te protejan, pero juega sucio con el enemigo.
—Con todo mi respeto hacia ustedes, demasiada filosofía para mí —interrumpió Jazmín.
—Por eso, aunque seamos amigas, no olvides que yo soy tu superior y tú mi subordinada.
«Debería haberme guardado ese comentario para mí» —pensó Jazmín—. Sí, señora —contestó.
Dicentra se presentó en la habitación de ocio de la nave y les comunicó a las tres que Eva iría en una Aeros y Caléndula en otra, con destino a la fuente de la señal. Cada una llevaría consigo veinte efectivas, mitad negras y mitad amarillas (refiriéndose al color de la piel). No se sabía el motivo por el cual esas mujeres no escalaban los rangos como las de raza caucásica, pero algunas se preguntaban si se había producido de manera natural o fue algo provocado, como había ocurrido en antiguas guerras.
—Nosotras nos encargaremos de la Universidad de Wellington —afirmó Dicentra.
Ricina tenía que llegar a Edén, y temía otro ataque. Iban a gran velocidad dentro de los transportes, tanta que los cuerpos cimbreaban a causa de los baches; de esa forma, los tres Pumas llegarían pronto. La lancha estaba amarrada. Habían rescatado a Narcis viva, dado que estaba boca arriba y su chaleco salvavidas había hecho bien su trabajo. Se unirían a las hembras de la Torre.
Durante el camino, la conductora del primer monstruo de seis ruedas observó al fondo lo que parecía un manto de pelo grisáceo y marrón claro, que ocupaba todo el camino y entorpece el paso. Sus sensores indicaban vida.
—Señora Ricina, si está viendo lo mismo que yo, deme la orden de disparar con el Magnerail (cañón que acelera los proyectiles por bobinas) —solicitó la conductora.
—Hazlo si estás segura de que es una amenaza —dijo Ricina.
Al disparar los vehículos, una especie de grandes cánidos empezaron a correr en todas direcciones, mientras los que caían muertos iban formando una masa que impedía el paso. Sin embargo, estos transportes estaban achaflanados por el frente, hecho que les servía para embestir y arrollar; de esta forma, la conductora se enfrentó a la masa de carne, hueso, pelo y sangre, pasando por encima de ella sin demasiada dificultad, al tiempo que los demás cánidos aullaban entrecortados alrededor de los transportes en movimiento.
—¿Qué animales eran esos? ¡Parecían Dharuks enormes! —exclamó Elel.
—No lo sé exactamente. Las mujeres de la Torre del Edén me comentaron que habían visto huesos de perros muy grandes, así que podrían ser estos —dedujo Ricina.
—Es raro que con la cantidad que había no busquen comida fuera de esta zona y no hayan atacado a las hembras de la Torre.
—Hermana, no supongas. Quizá después del cambio que ha sufrido el mundo, no coman ni carne y se hayan vuelto herbívoros.
—No tenían pinta de ser herbívoros con esos colmillos. Tal vez estuvieran protegiendo su territorio. En cualquier caso, fueran lo que fuesen no vamos a poder examinarlos, aunque tampoco es que me hiciera mucha ilusión.
—Nuestro Puma delantero nos acaba de allanar el camino. Ojalá no surjan más contratiempos o no podremos ayudar a las de la Torre si son atacadas. Nos quedaremos cerca, pero no con ellas, para no caer todas.
—Queda muy poco para la puesta de sol. Debemos llegar cuanto antes y colocarnos en posiciones estratégicas, antes de que anochezca. Avisa a la conductora de cabeza de que aumente su velocidad al máximo —ordenó Ricina.
—Maestra, podríamos colisionar por estos caminos y antiguas carreteras por no poder maniobrar a tiempo —señaló Dedalera a modo de advertencia.
—¡Obedece!
Ricina tenía un dilema. No sabía si salvar a las tres cuartas partes del convoy sin ayudar a Edén, o bien, proteger la Torre, aun a riesgo de poner en peligro al grupo y a Elel, una pieza fundamental en ese juego de ajedrez.
Las dos Aeros llegaron a las 8:00 p. m. a la parte norte de la isla, cerca de la costa. Tras flanquear la Torre, desaceleraron poco a poco e hicieron batidas con el haz de láser en todas direcciones, abarcando un sector más grande que la base de esa estructura. Detectaron doce formas de vida en su interior, aunque dos de ellas parecían animales domésticos, y otras cinco en el exterior; sin embargo, hubo algunas formas que su tecnología no logró detectar.
Mientras las naves mandaban información a la Reina de los cielos, una mujer equipada con un lanzacohetes apuntaba a una de ellas desde los alrededores, en las rocas