Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks
gritó:
–¡Todas las vidas son importantes!
–¡Tienes razón, hermano, tienes razón! Tienes muchísima razón –asintió Hawk–. Todas las vidas son importantes, ¿verdad? Pero cuando un negro pierde la vida, no actúa la justicia. Por eso decimos que las vidas de los negros son importantes.
Como ya había agotado sus dos minutos, concluyó así su intervención:
–Escuchadme, os diré una sola cosa más y me iré: si realmente queremos hacer que América sea grande, hagámoslo unidos.
La multitud rugió y empezó a corear: «¡USA! ¡USA!». Una señora que estaba de pie en la primera fila se puso de puntillas para darle a Hawk una bandera estadounidense. La levantó y la agitó. Más vítores. Cuando bajó del escenario, para su sorpresa y asombro, muchos de los partidarios de Trump se le acercaron y lo abrazaron. Antes, al llegar a la Explanada, se había cortado la mano con un cuchillo al abrir una caja de carteles. La llevaba envuelta en un pañuelo, pero sangraba. El cabecilla de una milicia de cuatro mil hombres vio que Hawk estaba herido y lo llevó a un lado para curarlo. «Y mientras me cura el dedo –cuenta Hawk–, el tipo de la milicia va y me dice: “¿Sabes? Yo antes creía que sabía de qué iba la cosa, pero ahora lo he sentido de veras. Tienes toda la razón, hermano”. Y chocamos los cinco.» Después del mitin han continuado en contacto. «Seguimos siendo amigos en Facebook», comenta Hawk.
Entonces un hombre llamado Kenny Johnson, uno de los líderes de un grupo llamado Bikers for Trump (‘Moteros a favor de Trump’), se acercó a Hawk. «Parecía salido de la serie Sons of Anarchy –recuerda Hawk–. Me dijo: “Tu discurso ha sido increíble. Me encantaría presentarte a mi hijo’’. Así que fuimos a ver a su hijo Jacob, un niño rubio que estaba jugando debajo de un árbol.» Johnson le pidió a Hawk que tomara en brazos al chico para que pudieran hacerles una foto juntos. «Eso me emocionó», dice Hawk.
Después de conocer a Hawk, Johnson declaró a Vice News: «Creo que lo que dijo cuando subió al escenario le salió del corazón. Probablemente esté de acuerdo con el 90 por ciento de lo que dijo. Lo escuché con mucho amor, respeto y consideración, y él me correspondió, así que, para mí, ahora es mi hermano».5
El sentimiento de fraternidad inundó de forma evidente la Explanada Nacional ese día. «Era una sensación de euforia –declaró Hawk–. Me devolvió la fe en algunas de esas personas. Porque cuando dije la verdad, estuvieron de acuerdo. Siento como si hubiéramos progresado… sin que ninguno de los dos lados cediera.» Había llegado esperando un conflicto. En cambio, dice: «Pasé de ser el enemigo a ser alguien a quien deseaban fotografiar con sus hijos».
Hawk me dijo que la experiencia lo cambió. Me contó que, después de regresar a Nueva York, luchó consigo mismo durante meses hasta que acabó tomando una decisión: «Decidí que preferiría recurrir al amor. Ya no quiero ir a abroncar a la gente. No quiero discutir ni pelear. Lo que quiero es que la gente entienda, que la gente se una. Lo que quiero es avanzar».
Recibió muchas críticas de parte de algunos colegas activistas, a quienes no les gustó que compartiera el escenario con los manifestantes pro-Trump. Algunos lo tacharon de «trumpista amigo del KKK». Un activista declaró que Hawk había «cometido traición». Pero Hawk no se ha dejado intimidar por las críticas: «Esta división que nos impide hablar unos con otros y entendernos podemos superarla, pero no lo conseguiremos gritándonos todo el tiempo, sino tendiendo puentes. Por eso mi discurso ha cambiado. Porque lo que pasó en aquel escenario fue genial… Hoy ya es otro día… Hay otra manera de hacer las cosas».
Tommy Hodges está de acuerdo. Después del mitin, concedió una entrevista en la que explicó por qué había invitado a Hawk a subir al escenario:
En estos momentos tenemos un montón de violencia política. Quiero decir que cada día, cuando pones las noticias o miras las redes sociales, todo lo que ves es gente a la que atacan por sus opiniones políticas. Es absurdo […]. La violencia política es propia de Rusia. Propia de Irán. Propia de Corea del Norte. Se supone que no es algo propio de aquí.
Es hora de unir a toda la gente para celebrar todos juntos a los Estados Unidos. […] Así que, si eres estadounidense, no importa cuál sea tu raza, religión, grupo social, creencias políticas, si eres estadounidense y amas a este país, [te invitamos] a celebrarlo con nosotros. Tenemos que establecer un nuevo marco […]. Es hora de que la gente se dé la mano y esté de acuerdo en no estar de acuerdo. Y si la gente no lo consigue, el país se desmoronará.6
Aunque los medios de comunicación nacionales ignoraron en su mayoría lo que sucedió en la Explanada Nacional ese día, se convirtió en un hito viral. Cincuenta y siete millones de personas vieron el discurso de Hawk en Internet. Al parecer, todos los que lo vieron, con independencia de su ideología política, enviaron el vídeo a amigos y familiares con el mismo mensaje: «¡increíble! Tienes que verlo».
Así fue como vi el vídeo por primera vez. Cuando los partidarios de Trump prorrumpieron en aplausos, se me hinchó el corazón. Me entusiasmó tanto que escribí sobre el acontecimiento en el New York Times, y me hice amigo de Hawk Newsome. Busca en Internet y, mientras miras el vídeo, escucha a tu corazón. Seguro que, si eres como la mayoría de los estadounidenses, con independencia de tus ideas políticas, no querrás que echen a Hawk Newsome del escenario a base de abucheos, sino que te identificarás con él… y con los vítores de los manifestantes pro-Trump.
No serás el único. Sólo tienes que mirar el apartado de comentarios que hay debajo del vídeo:
«¡Avanzamos! ¡Está en marcha y no podrán detenerlo ni con todo el odio del mundo!»
«Eso es lo que nos hace falta. Tenemos que saber discrepar, y aun así, ser respetuosos.»
«Es un vídeo precioso de verdad.»
«Me ha hecho llorar.»
«¡Caray, menuda bomba! […] La unidad es lo que va a hacer del mundo un lugar mejor para todos.»
Al comienzo de esta introducción he dicho que nuestro problema nacional era la cultura de desprecio. ¿Y qué es exactamente el desprecio?
Los sociólogos definen el desprecio como una mezcla de ira y repugnancia.7 Estas dos emociones forman una combinación tóxica, como la mezcla de amoníaco y lejía. En palabras del filósofo del siglo xix Arthur Schopenhauer, el desprecio es «la convicción absoluta de que el otro no vale nada», es decir, que ‘carece de precio’.8 El desprecio no es un mero arrebato después de un momento de profunda frustración con otra persona, sino una actitud duradera de completo desdén.9
Esta descripción del desprecio les resultará familiar a muchos porque el desprecio se ha convertido en el leitmotiv de los discursos políticos modernos. Lo vimos al comienzo de la manifestación de Washington. Lo vemos en la televisión por cable y en las redes sociales y, cada vez más, en persona. Pero si nuestras reacciones al diálogo entre Tommy y Hawk nos dicen algo, es que el desprecio no es lo que realmente queremos. Más importante aún: nuestras reacciones indican que el dilema entre la ideología política o nuestros amigos y familiares, que tan a menudo defienden los líderes de hoy, es falso. Un momento como éste revela que a los estadounidenses nos han manipulado y amedrentado para convencernos de que debemos elegir entre nuestras convicciones más arraigadas y nuestros allegados. En el fondo, todos sabemos que la polarización que experimentamos en la política actual es tóxica. Detestamos las peleas, los insultos, la violencia y la falta de respeto.
Sin darse cuenta, Tommy y Hawk demuestran las ganas que tenemos los estadounidenses de seguir otros caminos. He comprobado por mí mismo que este mensaje de bondad frente al desprecio ha cosechado un amplio eco. El mismo año en el que se celebró el mitin de Washington, pronuncié un discurso en la Kennedy School de la Universidad de Harvard, que publicó un vídeo de la charla que duraba sesenta segundos y que transcribo a continuación, con algunos retoques para mayor claridad:
En la política estadounidense no tenemos un problema de ira. Tenemos un problema de desprecio.