Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks
daño. Este «nosotros contra ellos» hace que nuestra corteza prefrontal medial –la parte del cerebro situada entre los ojos– no reaccione con comprensión y compasión. Y eso no es algo propio de nuestro país.
La pandemia del desprecio en asuntos políticos impide a las personas con opiniones opuestas trabajar juntas. Ve a YouTube y mira los debates presidenciales de 2016: son obras maestras del desdén, el sarcasmo y el escarnio. O, ya puestos, fíjate en cómo hablan los políticos de todos los niveles acerca de sus rivales en las elecciones, o de los miembros del otro partido. Describen cada vez más a menudo a personas indignas de cualquier tipo de consideración, sin ideas u opiniones legítimas. ¿Y las redes sociales? En cualquier tema polémico, estas plataformas son generadores de desprecio.
Desde luego, todo esto es contraproducente en una nación en la que los rivales políticos también deben ser colaboradores. ¿Acaso es probable que quieras cooperar con alguien que te ha calificado en público de tonto o de delincuente? ¿Llegarías a acuerdos con alguien que dijera públicamente que eres un corrupto? ¿Y te harías amigo de alguien que dijese que tus opiniones son estúpidas? ¿Por qué deberías estar dispuesto a pactar con una persona así? Puedes solucionar tus problemas con alguien con quien no estés de acuerdo, aunque dicho desacuerdo se manifieste de forma airada, pero no puedes llegar a una solución con alguien que te desprecie o por quien tú sientas desprecio.
El desprecio no es práctico y es malo para un país que depende de que la gente colabore en la política, las comunidades y la economía. A menos que esperemos convertirnos en un Estado de partido único, no podemos permitirnos despreciar a nuestros compatriotas estadounidenses que sencillamente no estén de acuerdo con nosotros.
El desprecio tampoco está moralmente justificado. La gran mayoría de los estadounidenses situados al otro lado de la frontera ideológica no son terroristas o criminales. Son personas como nosotros que da la casualidad de que ven de manera distinta ciertos temas polémicos. Cuando tratamos a nuestros compatriotas como enemigos, perdemos amistades y, por lo tanto, amor y felicidad. Eso es exactamente lo que está pasando. Ya he citado una encuesta que muestra que una sexta parte de los estadounidenses ha dejado de hablarse con un pariente o amigo íntimo por culpa de las elecciones de 2016. La gente ha cortado relaciones estrechas, que son nuestra fuente más importante de felicidad, por culpa de la política.
Un caso particularmente triste se produjo durante la campaña de las elecciones de mitad de mandato de 2018, cuando seis hermanos de un congresista que se presentaba a la reelección participaron en un anuncio televisivo a favor de su contrincante.17 Una hermana lo calificó de racista, mientras que un hermano declaró: «No parece estar bien». Otro cuestionó los motivos de su actuación política, diciendo que sus opiniones en materia de normativa legal se basaban en el dinero que le pagara la industria. ¿Cuál fue la reacción pública del congresista? Decir de sus hermanos: «Son consanguíneos míos, pero al igual que los izquierdistas de todo el mundo, anteponen la ideología política a la familia. Stalin estaría orgulloso de ellos».18
En 1960, solo el 5 por ciento de los estadounidenses afirmaba que les disgustaría que su hijo o hija se casara con alguien de otro partido político. En 2010, la cifra ya era del 40 por ciento, y sin duda ha aumentado desde entonces.19 Nos hemos alejado mucho de la admonición de Thomas Jefferson de que nunca se debe permitir que las «diferencias políticas se entrometan en las relaciones sociales o perturben las amistades, las organizaciones benéficas o la justicia».20
Gottman define el desprecio como «ácido sulfúrico para el amor». Pero no se limita a desestabilizar nuestras relaciones y nuestra política, sino que, según Gottman, también causa una degradación completa de nuestro sistema inmunológico. Menoscaba la autoestima, altera el comportamiento e incluso perjudica el procesamiento cognitivo.21 Según la Asociación Estadounidense de Psicología, el sentimiento de rechazo, que experimentamos tan a menudo cuando nos han tratado con desprecio, aumenta «la ansiedad, la depresión, los celos y la tristeza» y «reduce el rendimiento en tareas intelectuales difíciles».22 Ser tratado con desprecio provoca un desgaste físico objetivo. Quienes se sienten excluidos habitualmente «tienen peor calidad de sueño y su sistema inmunológico no funciona tan bien» como las personas a las que no tratan con desdén.23
Igual de importante: el desprecio no sólo es perjudicial para la persona maltratada, sino que también lo es para quien desprecia, porque tratar a los demás con desprecio nos hace segregar dos hormonas del estrés, el cortisol y la adrenalina. Las consecuencias de segregar constantemente estas hormonas –el equivalente a vivir bajo un estrés significativo y constante– son tremendas. Gottman señala que las personas que viven en pareja que se pelean constantemente mueren veinte años antes, por término medio, que las que buscan constantemente la comprensión mutua. Nuestro desprecio es indiscutiblemente desastroso para nosotros, por no hablar de las personas a las que tratamos con desprecio.
En realidad, el desprecio no es verdaderamente lo que queremos. ¿Que cómo lo sé? Para empezar, eso es lo que oigo a todas horas y todos los días. Viajo constantemente, y por mi trabajo hablo de política. No pasa un solo día en el que alguien no se queje de que nos estamos desmoronando como país porque somos incapaces de expresar de forma respetuosa nuestras opiniones políticas como adultos civilizados. La gente está agotada.
Eso es exactamente lo que Tim Dixon, cofundador de la organización More in Common (‘Más en Común’), llama la «mayoría agotada»: estadounidenses que están hartos del conflicto constante e inquietos por el futuro del país. En un estudio pionero sobre las actitudes políticas en los Estados Unidos, Dixon descubrió que el 93 por ciento de los estadounidenses se declaraban cansados de lo divididos que estamos como país; el 71 por ciento estaba «muy de acuerdo» con esta afirmación. La gran mayoría dice en privado que cree en la importancia del compromiso, rechaza el radicalismo de los sectores extremistas de ambos partidos y no les mueve la lealtad a un partido.24
Existen muchas más pruebas que corroboran la afirmación de Dixon de que a la mayoría de los estadounidenses no les gusta la cultura del desprecio. Una encuesta de 2017 realizada por el Washington Post y la Universidad de Maryland preguntaba: «¿Cree que los problemas en la política de los Estados Unidos en este momento son similares a la mayoría de los períodos de desacuerdo partidista o cree que los problemas han llegado a un extremo peligroso?». El 71 por ciento de los encuestados eligió esta última opción.25 Casi dos tercios de los estadounidenses dicen que el futuro del país es una fuente de estrés muy o bastante importante, una cifra mayor que el porcentaje que dice sentirse estresado por motivos económicos o por el trabajo.26 Aún más desconcertante es que el 60 por ciento de los estadounidenses considerase que nuestro momento político actual es el punto más bajo de la historia de los Estados Unidos que ellos recuerden; una cifra, señala la Asociación Estadounidense de Psicólogos, que se da «en todas las generaciones, incluidas las que vivieron la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles cubanos y los ataques terroristas del 11 de septiembre».27 Más del 70 por ciento de los estadounidenses cree que el país sufrirá graves daños si los partidos rivales no colaboran.28
Esto desafía la creencia de que los Estados Unidos están divididos entre dos grandes grupos hiperpartidistas que pretenden derrotar a los del otro bando. Al contrario, la mayoría de los encuestados presentan opiniones bastante matizadas que no encajan claramente en un campo ideológico concreto. Por no citar más que un ejemplo, la «mayoría agotada» de Dixon se muestra significativamente más propensa que la minoría altamente partidista a creer que el discurso del odio en los Estados Unidos es un problema, pero que el lenguaje políticamente correcto también lo es. En otras palabras, esta mayoría quiere que nuestro país se ocupe de lo primero, pero no recurriendo a lo segundo.
Quizás creas que, llegados a este punto, sea pertinente que te dé algunas explicaciones. Por un lado, afirmo que nuestra cultura, sobre todo nuestra cultura política, rezuma desprecio. Por el otro, sostengo que eso no es lo que deseamos una gran mayoría. Pero, en una democracia y un mercado libre, ¿acaso no obtenemos lo que deseamos?
Sí y no. En muchos casos, la