Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks
del mundo llevan predicando el sabio consejo de la unidad desde hace miles de años.
En la República de Platón, el gran filósofo escribe: «¿Tenemos, pues, mal mayor para una ciudad que aquello que la disgregue y haga de ella muchas en vez de una sola? ¿O bien mayor que aquello que la agrupe y aúne?».44 Aristóteles opinaba igual. Si rompiera los lazos unificadores de la amistad, escribió en su Ética a Nicómaco, «nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes».45
Es un tema común a todos los textos sagrados de todas las religiones del mundo. El salmo 133 proclama: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos».46 En el Evangelio de Mateo, Jesús advierte: «Todo reino dividido internamente va a la ruina y toda ciudad o casa dividida internamente no se mantiene en pie».47 Y el Bhagavad Gita, uno de los antiguos libros sagrados del hinduismo, enseña que el conocimiento «mediante el cual se puede ver que todas las cosas están mantenidas por la misma Esencia Única» es sáttvico, es decir, puro, bueno y virtuoso.48
Los padres de la patria estadounidenses sabían que la armonía social tenía que ser el eje vertebrador de los Estados Unidos. En su célebre opúsculo Common Sense (‘Sentido común’), Thomas Paine sostenía: «No es en los números, sino en la unidad donde reside nuestra gran fuerza».49 James Madison, en su decimocuarto Federalist Paper, advirtió: «La más alarmante de todas las novedades, el más loco de todos los proyectos, el más imprudente de todos los intentos, es el de despedazarnos con el fin de preservar nuestras libertades y promover nuestra felicidad».50 John Adams creía que el cáncer del faccionalismo en los Estados Unidos debía ser «temido como el mayor de los males políticos, según nuestra Constitución».51 En su discurso de despedida, George Washington advirtió sobre los «efectos nefastos» de la enemistad política.52
Tratamos de conjugar ambas cosas, por supuesto: amor por nuestros amigos y desprecio por nuestros enemigos. De hecho, a veces incluso intentamos construir unidad en torno a los lazos comunes de desprecio por «el otro». Pero no funciona, igual que un alcohólico no puede tomar «sólo un traguito» para relajarse. La embriaguez desplaza a la sobriedad. El desprecio desplaza al amor porque se convierte en el centro de todo. Si los desprecias a «ellos», más y más gente se convertirá en «ellos». Los Monty Python lo expusieron de manera hilarante en la película La vida de Brian, donde los enemigos más acérrimos son dos grupos disidentes judíos rivales: el Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea.
Tanto los filósofos de la antigua Grecia como las grandes religiones del mundo, pasando por los padres de la patria y los psicólogos de la era moderna, nos exhortan a optar por lo que nuestro corazón desea en el fondo: el amor y la bondad. Todos advierten sin medias tintas que la división, si se permite que arraigue permanentemente, provocará nuestra desgracia y caída.
Hay que hacer dos advertencias. En primer lugar, unidad no es necesariamente sinónimo de acuerdo. Dedicaré un capítulo entero más adelante en este libro a la importancia de la discrepancia respetuosa. Segundo, la unidad es siempre una aspiración; nunca estaremos unidos por completo. Ni siquiera en tiempos de guerra, nuestra nación ha remado de forma unánime en la misma dirección. Sin embargo, aunque no sea del todo alcanzable, el objetivo de estar más unidos sigue siendo ideal para conseguir más de lo que queremos como personas.
Queremos amor. Pero ¿cómo lo conseguimos? Tenemos que empezar diciendo que es, en efecto, lo que queremos de veras. Esto es más fácil de decir que de hacer. Un famoso episodio bíblico lo ilustra:
Y al salir él [Jesús] con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». […] Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista».53
A primera vista, parece una tontería. Un ciego, Bartimeo, quiere un milagro de Jesús. Éste le pregunta: «¿Qué quieres?». Como dirían mis hijos: «Tío, quiere ver». Y, de hecho, eso es más o menos lo que el ciego responde.
La historia es profunda porque, aunque la gente sabe lo que realmente quiere, a menudo no lo pide. Piensa en la última vez que tuviste un conflicto real con alguien a quien amas. Deseabas desesperadamente que el conflicto terminara y que volviera el afecto, pero seguiste luchando de todas formas. Tengo un amigo que no se habló con su hija durante veinte años y ni siquiera sabía cómo se llamaban sus nietos. Tenía unas ganas tremendas de reconciliarse, pero no se atrevía a hacerlo. Tal vez nunca has hecho algo tan radical, pero en un momento u otro, todos hemos experimentado el dolor de una fractura en nuestras relaciones que el orgullo nos impide arreglar.
Una vez más, se trata de la adicción. Todos los adictos quieren liberarse de la adicción, y disponen de numerosas ayudas para ello. Todo lo que tienen que hacer es desprenderse de lo que odian y pedir lo que realmente quieren. Pero no lo hacen, a veces incluso hasta la sepultura. ¿Por qué no? La mayoría dice que el sufrimiento que causa a corto plazo dejar de fumar es demasiado grande, o que el alcohol u otras drogas, por muy terribles que sean, son lo único que les proporciona verdadera satisfacción en una existencia vacía.
Padecemos una adicción cultural al desprecio –una adicción instigada por el complejo industrial de la indignación para obtener ganancias y poder– y nos está destrozando. Pero la mayoría de nosotros no queremos eso. Queremos amor, bondad y respeto. Sin embargo, tenemos que pedirlos, elegirlos. Es difícil; somos orgullosos, y el desprecio puede crear una sensación de propósito y satisfacción a corto plazo, como una bebida más. Nadie dijo nunca que acabar con una adicción fuera fácil. Pero no te confundas: al igual que Bartimeo, podemos elegir lo que realmente queremos, como individuos y como nación.
¿Cómo? No basta con dejarlo al azar, con la esperanza de que reaccionemos accidentalmente como yo con mi corresponsal tejano, o como Hawk Newsome y Tommy Hodges en la Explanada Nacional de Washington. ¿Qué podemos hacer a partir de hoy para rechazar el desprecio y abrazar el amor?
En busca de una respuesta, consulté a dos expertos.
El primero es John Gottman, a quien ya he presentado en este capítulo. Le pregunté cómo pensaba que podríamos usar sus ideas sobre la armonía en la pareja para mejorar nuestro discurso nacional. Si quieres una América más unida por los lazos del amor, ¿cómo deberías tratar a las personas con las que no estás de acuerdo políticamente?
Gottman tardó un poco en contestar, porque nunca antes había respondido a esta pregunta. Los profesores siempre se muestran reacios a ir más allá de su información y su experiencia concreta. Pese a todo, me dijo que amaba a los Estados Unidos, que le partía el corazón el desprecio que se extendía por todo el país y que quería que volviéramos a estar juntos. Así que me dio cuatro reglas:
1. Concéntrate en el malestar de los demás, y hazlo con empatía. Cuando los demás se muestren disgustados por motivos políticos, escúchalos con respeto. Trata de entender su punto de vista antes de ofrecer el tuyo. Nunca escuches sólo para rebatir.
2. En tus interacciones con los demás, sobre todo en áreas de desacuerdo, adopta la «regla de cinco a uno», que Gottman propone a las parejas: asegúrate de formular cinco comentarios positivos por cada crítica negativa. En las redes sociales, son cinco mensajes positivos por cada uno que pueda considerarse negativo.
3. Ningún desprecio está justificado, jamás, aunque, en un arrebato momentáneo, creas que alguien se lo merece. Suele ser injustificable más a menudo de lo que crees, es siempre malo para ti y nunca convencerá a nadie de que se equivoca.
4. Ve donde haya gente que discrepe de ti y aprende de ellos. Eso significa que hagas nuevas amistades y busques opiniones con las que sabes que no estarás de acuerdo. ¿Cómo actuar en un lugar así? ¡Sigue las reglas de la 1 a la 3!
Estas reglas son tan importantes que me extenderé sobre ellas (y otras) a lo largo de todo este libro. Si te parecen difíciles de seguir, ¡no te preocupes! Te enseñaré