Amad a vuestros enemigos. Arthur C. Brooks

Amad a vuestros enemigos - Arthur C. Brooks


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de arte en Internet’). Who Really Cares era algo más interesante, pero no mucho. Publiqué el libro y esperé a que no sonara el teléfono.

      Pero sonó. Y volvió a sonar. Como sucede a veces con los libros académicos, sintonizó de manera perfecta con el ambiente del momento. Por la razón que sea, que algunas personas donaran mucho dinero para obras benéficas y otras no era una bomba informativa, y mi libro parecía explicar el porqué. Unas cuantas personas famosas hablaron de él, y antes de que me diera cuenta, salí en la televisión y empezaron a venderse cientos de ejemplares de mi libro al día.

      Lo que me resultó más extraño fue que empezaran a abordarme perfectos desconocidos. Pronto me acostumbré a los correos electrónicos de personas que no conocía de nada, que me contaban detalles íntimos de sus vidas, porque, como pude comprobar, cuando la gente lee un libro que has escrito, cree que te conoce. Más aún: si no les gusta el libro, no les gustas tú.

      Una tarde, al cabo de un par de semanas de la publicación del libro, recibí un correo electrónico de un señor de Texas que decía: «Querido profesor Brooks: Es usted un farsante». Empezaba fuerte, pero mi corresponsal texano no se detenía ahí. Su correo electrónico, de unas cinco mil palabras de extensión, criticaba en detalle todos los capítulos del libro y me informaba de mis numerosos fallos como investigador y como persona. Tardé veinte minutos en leer de cabo a rabo su diatriba.

      Vale, ahora ponte en mi lugar. Llegado a este punto, ¿tú qué harías? Tienes tres opciones:

      Opción 1. Ignorarlo. Es un tipo de tantos, ¿no? ¿Por qué voy a perder mi precioso tiempo con él, aunque él haya desperdiciado el suyo despotricando contra mi libro, del derecho y del revés?

      Opción 2. Insultarlo. Decirle: «Anda y piérdete, tío. ¿No tienes nada mejor que hacer que meterte con un desconocido?».

      Opción 3. Machacarlo. Elegir tres o cuatro de sus errores más evidentes y estúpidos y echárselos en cara, añadiendo: «Oye, atontado, si no sabes de economía, mejor no hagas el ridículo delante de un economista profesional».

      Cada vez más, estas tres alternativas (o una combinación de ellas) son las únicas que creemos tener a nuestra disposición en los conflictos ideológicos actuales. Pocas opciones adicionales nos vienen a la mente cuando nos enfrentamos a un desacuerdo. Y fíjate que todas parten de un denominador común: el desprecio. Todas ellas expresan la idea de que mi interlocutor no merece consideración.

      Cada una de estas opciones provocará una respuesta distinta, pero lo que todas tienen en común es que excluyen la posibilidad de una discusión productiva. En el fondo, lo que garantizan es una enemistad permanente. Puede que digas: «Ha empezado él». Cierto, aunque también podrías decir que empecé yo cuando escribí el libro. Sea como sea, al igual que la respuesta «ha empezado él» siempre me fue indiferente cuando mis hijos eran pequeños y se peleaban en el asiento trasero del coche, tampoco tiene fuerza moral en este caso, cuando nuestro objetivo es destruir la cultura del desprecio.

      Más tarde, te diré cuál de las tres opciones –ignorarlo, insultarlo o machacarlo– elegí al responder a mi corresponsal texano. Pero antes, tenemos que hacer un viaje a través de la ciencia y la filosofía del desprecio.

      Los investigadores descubrieron que la mayoría de los republicanos y demócratas sufren hoy en día de un nivel de asimetría en la atribución de motivos comparable al de palestinos e israelíes. En ambos casos, las dos partes piensan que las impulsa la benevolencia, mientras que la parte contraria es malvada y actúa motivada por el odio. Por eso ninguna de las partes está dispuesta a negociar o transigir. Los autores del estudio concluyeron que «el conflicto político entre los demócratas y republicanos estadounidenses y el conflicto etnorreligioso entre israelíes y palestinos parecen insolubles, pese a la existencia de soluciones de compromiso razonables en ambos casos».

      Piensa en lo que esto significa: hemos llegado al punto de que lograr un acuerdo bipartito, en temas que van desde la inmigración hasta las armas, pasando por la confirmación del nombramiento de un juez del Tribunal Supremo, es tan difícil como alcanzar la paz en Oriente Medio. Puede que no ejerzamos la violencia a diario entre nosotros, pero no podemos progresar como sociedad cuando ambas partes creen que actúan motivadas por el amor, mientras que la parte contraria actúa motivada por el odio.

      Piensa en una discusión que hayas tenido con un amigo íntimo, un hermano o tu pareja. Si estabas molesto y te enojaste, ¿fue porque pretendías expulsar a esa persona de tu vida? ¿Creíste que esa persona actuaba motivada por el odio hacia ti? Por supuesto que no. Dejando a un lado que la ira sea la estrategia más adecuada, nos enojamos porque reconocemos que las cosas no son como deberían ser, queremos corregirlas y creemos que podemos lograrlo.

      La asimetría en la atribución de motivos no conduce a la ira, porque no hace que desees arreglar la relación. Creer que tu enemigo actúa motivado por el odio provoca algo mucho peor: el desprecio. Mientras que la ira pretende atraer a alguien al redil, el desprecio pretende expulsarlo. Procura burlarse del otro, avergonzarlo y excluirlo permanentemente de toda relación mediante el menosprecio, la humillación y el ninguneo. Así que mientras la ira dice: «Esto me importa», el desprecio dice: «Me das asco. No mereces que me preocupe por ti».

      Una vez le pregunté a un amigo psicólogo sobre la raíz de los conflictos violentos. Me dijo que era «el desprecio mal disimulado». Lo que te hace violento es la percepción de que te desprecian, algo que desgarra familias, comunidades y naciones enteras. Si quieres ganarte un enemigo de por vida, demuéstrale desprecio.

      El poder destructivo del desprecio está bien documentado en las obras del famoso psicólogo social y experto en relaciones John Gottman. Es profesor desde hace mucho tiempo de la Universidad de Washington en Seattle y cofundador junto con su esposa, Julie Schwartz Gottman, del Instituto Gottman, que se dedica a mejorar las relaciones. A lo largo de su carrera, Gottman ha estudiado a miles de parejas casadas. Suele pedir a cada pareja que cuente su historia –cómo se conocieron y cortejaron, sus altibajos como pareja y cómo ha cambiado su matrimonio con los años– antes de que discutan asuntos polémicos.

      «¿Qué tiene que ver todo esto con la política estadounidense?», le pregunté, a lo que Gottman –una persona alegre y feliz– respondió en tono pesimista:

      En este país se ha denigrado el respeto en el diálogo. Siempre es «nosotros contra ellos». […] Vemos que los republicanos piensan que son mejores que los


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