Modelando el emprendimiento social en México. Группа авторов

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      La relación entre la cultura y el ES es compleja (Jaén, et al., 2017). Varios autores han propuesto marcos que analizan el impacto del entorno y, específicamente, de la cultura en el desarrollo del ES. Por ejemplo, Lumpkin y Dess (1996) proponen cinco dimensiones que componen lo que han definido como la “orientación emprendedora”: autonomía, capacidad de innovación, toma de riesgos, capacidad de reacción y agresividad competitiva. Lee y Peterson (2000) llevan este argumento al siguiente nivel y proponen que estas cinco dimensiones están formadas por variables económicas, políticas/legales y sociales, y que también las influye la cultura (para definirla, retoman las conocidas dimensiones de la cultura de Hofstede, 2017, y Trompenaars, 1994: distancia de poder, evasión de incertidumbre, individualismo, masculinidad, logros y universalismo). El argumento central de Lee y Peterson (2000) consiste en que solo los países con ciertas tendencias culturales específicas generarán una orientación emprendedora sólida.

      En una nota similar a la de Lee y Peterson (2000), Jaén, et al. (2017) analizan el papel de la cultura en el ES e investigan la existencia de una combinación “eficiente” de valores culturales que maximice los niveles de ES en un país. Anticipan, por ejemplo, que la actividad emprendedora es menor en la mayoría de los países con altos ingresos, con una cultura que se caracteriza por los valores de autonomía, igualitarismo y armonía, aunque la calidad de los emprendimientos sea mayor porque están motivados por oportunidad y no por necesidad. Los mismos autores argumentan que para el caso de América Latina (aunque las diferencias regionales puedan ser profundas entre y dentro de los países), el énfasis en el igualitarismo implica que se espera que cada individuo asuma su responsabilidad y coopere con otros en la búsqueda del bien común. Al mismo tiempo, un arraigo relativamente alto (menor autonomía) implica un sentido de pertenencia de una comunidad. De acuerdo con Jaén, et al. (2017), la combinación de estos dos valores prioritarios puede llevar a que más personas traten de contribuir a la sociedad por medio de la actividad del ES en países que sufren problemas sociales y ambientales significativos.

      Como comentario final sobre el papel de la cultura y el contexto en el desarrollo del ES, una contribución que es importante mencionar es la de Peredo y Chrisman (2006). Estos autores enfatizan el papel que pueden tener características como la cultura orientada a la comunidad, el arraigo y el capital social en la riqueza del ES. Detrás de esta propuesta se encuentra la idea de considerar al emprendedor y a la empresa como parte de una red de relaciones, generalmente local. El enfoque de Peredo, et al. (2006) ofrece una perspectiva valiosa en este sentido, argumentando que la comunidad en que se desarrolla el ES es completamente endógena para la empresa y el proceso emprendedor. Entonces, la comunidad “es simultáneamente la empresa y el emprendedor” (Peredo, et al., 2006: 310). Asimilar estas características al análisis del ES puede ayudar a aportar soluciones sostenibles integrales para los entornos más desafiantes.

      Una vez que, en términos generales, hemos propuesto que hay una relación estrecha entre el ES y las dimensiones contextuales en que se desarrolla, podemos llevar el análisis un paso más adelante para observar cómo estas permean a nivel individual la construcción de los perfiles de emprendedores sociales en diferentes entornos. Según Jaén, et al. (2017: 35), en cierta medida, la iniciativa individual es resultado de la influencia de la cultura. El perfil de los emprendedores sociales resultará de una combinación de rasgos personales, predisposición de carácter y cultura. El argumento de Jaén, et al. (2017: 37) sobre el papel de la cultura consiste en que esta puede influir en la actividad emprendedora a través de dos mecanismos principales: el primero está relacionado con la manera en que esta legitima el ES, haciendo que una carrera en este campo sea más valorada y reconocida socialmente, lo cual podría traducirse en un entorno institucional más favorable. La segunda forma en que la cultura puede influir en el ES es por medio de la promoción de más “valores pro emprendedores así como patrones de pensamiento que llevarán a que más individuos demuestren características psicológicas y actitudes congruentes con la actividad emprendedora”. Lumpkin, et al. (2013: 403) apoyan esto y argumentan que: “Al final, las personalidades y comportamientos del individuo, empresas, sistemas políticos/legales, condiciones económicas y costumbres sociales se encuentran entrelazadas con la cultura nacional en la cual se originan”.

      La relación entre las características individuales y contextuales que influyen en las intenciones de los emprendedores sociales y en el emprendimiento en general ha sido estudiada por numerosos investigadores (Hwee Nga y Shamuganathan, 2010; Hemingway, 2005; Hockerts, 2017; Omorede, 2014; Kedmenec, et al., 2015; Conway Dato-on y Parris, 2014; Jaén, et al., 2017). Para lograr entender la manera en que la cultura mexicana se impregna en los rasgos personales de los emprendedores sociales, la siguiente sección presenta una selección de marcos relevantes que describen algunas de las características de los emprendedores sociales más comúnmente identificadas en la literatura.

      Una propuesta relevante de Hwee Nga y Shamuganathan (2010) arguye que los emprendedores sociales suelen presentar ciertas características de personalidad distintivas que definen sus comportamientos y acciones, y que se desarrollan parcialmente por la crianza innata, la socialización y la educación. Estos rasgos tácitos también se forman por valores y creencias y tienen un papel importante en impulsar la toma de decisiones del ES. Por ende, los rasgos de personalidad pueden influir en las intenciones y en la manera en la que actúa el individuo.

      Hwee Nga y Shamuganathan (2010) sostienen que las características más citadas de los emprendedores sociales incluyen la capacidad de innovación, el enfoque en el logro, la independencia, el sentido de destino, la baja aversión al riesgo, la tolerancia para la ambigüedad y la creación de valor social. Kedmenec, et al. (2015) presentan su propia lista de características del emprendedor social, que incluyen: creatividad, proactividad, amor compasivo, dificultades en la vida y capacidad en el juicio moral. Sin embargo, Hwee Nga y Shamuganathan (2010) afirman que existe el riesgo de confundir las características innatas con los rasgos de personalidad. Su investigación se centra en el “Modelo de rasgos personales Big Five” (apertura, extroversión, complacencia, conciencia y neurosis) y la manera en que estos influyen en las “cinco dimensiones del emprendimiento social”: visión social, sostenibilidad, redes sociales, innovación y retornos financieros. Los descubrimientos de este estudio sugieren que ciertos rasgos de personalidad, como la complacencia, la apertura y la conciencia ejercen influencia en las dimensiones del ES.

      Otro enfoque interesante es el de Mair y Noboa (2006), que ha sido probado por Hockerts (2017). En este, la atención se centra en cuatro antecedentes que pueden predecir las intenciones de los emprendedores sociales: 1) empatía como proxy de actitudes hacia el comportamiento; 2) juicio moral como proxy de normas sociales; 3) autoeficacia como proxy de control de comportamiento interno y, 4) presencia percibida de apoyo social como proxy de control de comportamiento externo. Hockerts (2017) complementa el modelo al añadir un cuarto antecedente: “Experiencia previa con problemas sociales”, y concluye que los individuos que cuentan con esta, ante asuntos sociales tienden a tener intenciones emprendedoras sociales más altas. Esto lo apoyan Corner y Ho (2010), quienes demuestran que existen “corredores de experiencia” o experiencias de vida que crean conciencia e información sobre áreas particulares que dan forma al desarrollo de oportunidades. Aunque esta idea ha sido cuestionada con el argumento de que el vínculo entre las experiencias pasadas del emprendedor y el desarrollo de emprendedores sociales aún no está claro (Dorado, 2006), cada vez hay más evidencia de cómo las experiencias personales influyen en los actores que participan en el ES.

      Omorede (2014) profundiza en cómo las personas forman sus actitudes y percepciones sobre la participación en el ES. La principal pregunta de investigación de Omorede es por qué los individuos dan inicio a empresas sociales y, para esto, identifica dos temas agregados: condiciones locales (deficiencia económica, ignorancia y creencias no científicas, y desigualdades) y mentalidad intencional (atención a asuntos sociales, convicción religiosa, propensión a actuar y juicio moral). Su conclusión es


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