Juventudes fragmentadas. Gonzalo A. Saraví
y en Oxford, y de esbozos preliminares discutidos y puestos a prueba de manera disimulada frente a mis estudiantes. Todos ellos merecen un reconocimiento. En este ámbito debo una mención especial a Pedro Abrantes, con quien compartí varias ideas durante sus dos años como investigador huésped en el ciesas, y quien finalmente hizo una minuciosa lectura del último borrador, con valiosas aportaciones.
Finalmente, mi agradecimiento también es para todos los jóvenes que desinteresadamente participaron en esta investigación; sus nombres fueron cambiados para preservar su anonimato, pero recuerdo muy bien a cada uno de ellos al leer y releer sus testimonios, sin los cuales este trabajo no hubiese sido posible.
Más allá de todas estas contribuciones, todo lo dicho, con sus virtudes y defectos, y todo lo que faltó decir, es responsabilidad exclusiva de quien escribe estas palabras.
Introducción
Este libro y la investigación que le dio origen surgieron y se construyeron a partir de dos fuentes de inspiración. Si bien relativamente divergentes entre sí, ambas confluyeron en un mismo problema y desencadenaron mi interés por encontrar y proponer una interpretación plausible sobre el asunto en cuestión.
Por un lado, me encontré poco antes de iniciar este nuevo proyecto con uno de los tantos libros de Alain Touraine que han sido inspiradores para los latinoamericanos, y que lleva por título principal la pregunta ¿Podremos vivir juntos? Aunque la temática del libro no resultó, en lo esencial, coincidente con el desarrollo posterior que tomaría mi propio interés y análisis, el título —esa pregunta en específico— me permitió sintetizar en tres palabras una marea de inquietudes y cuestionamientos que por aquel entonces todavía me planteaba de manera desordenada. Para mí, la pregunta de Touraine se reformuló y acotó a un problema más específico y a un contexto más local: ¿Cómo es posible vivir juntos en sociedades tan profundamente desiguales? El interés consistía en entender cómo se tolera, se rechaza o se padece la miseria frente y desde la fortuna; pero también cómo se tolera, se rechaza o se padece la fortuna frente y desde la miseria. Las preguntas nodales de una investigación siempre tienen cierta dosis de exageración en sus pretensiones y en su formulación —y este caso no es una excepción—, pero esencialmente me interesaba conocer cómo lidian social y subjetivamente las personas, y en particular los jóvenes, con la coexistencia de diferencias y desigualdades socioeconómicas y de clase tan marcadas y profundas.
Por otro lado, como suele ocurrir en el ámbito de la investigación científica y la reflexión académica sobre lo social, las preguntas y las interpretaciones se encadenan unas con otras; cuestionamientos iniciales dan lugar a respuestas tentativas (que en su momento nos parecen definitivas), pero también a nuevos cuestionamientos que conducen a buscar nuevas interpretaciones y/o complejizar las previas. Algunos años antes del inicio de esta investigación, un conjunto de científicos sociales nos propusimos explorar las implicaciones teóricas y empíricas que suponía la transición De la pobreza a la exclusión (Saraví, 2007) en el contexto latinoamericano. Explorar las continuidades y rupturas de la cuestión social a lo largo de la región, nos permitió identificar la emergencia de un nuevo conjunto de problemas sociales asociados tanto al debilitamiento del lazo social entre los grupos más vulnerables de la sociedad, como a la inclusión desfavorable de amplios contingentes de pobres. La experiencia neoliberal en toda la región, y su persistencia en algunos países (entre ellos, México) dejó como uno de sus resultados, entre muchos otros, la exclusión de los más vulnerables (jóvenes, desempleados, madres solteras, minorías étnicas, migrantes retornados, etc.), pero también una inclusión desfavorable de amplios sectores de la sociedad en condiciones de desventaja y precariedad. Trabajé este tema de manera exhaustiva en una investigación posterior sobre las Transiciones vulnerables a la adultez (Saraví, 2009). El principal objetivo consistió en analizar los factores de riesgo y los procesos de acumulación de desventajas que afectan a los jóvenes de sectores populares en el proceso de transición a la vida adulta. Los principales hallazgos de esa investigación dejaron ver que, mientras las experiencias biográficas de algunos jóvenes quedan atrapadas en cadenas de desventajas que los empujan hacia condiciones duras de exclusión social, muchos otros —la mayoría de los que podríamos reconocer como sectores populares— experimentan transiciones a la adultez marcadas por la vulnerabilidad y la desventaja, que constituyen en sí mismas una forma —desfavorable— de inclusión.
La continuidad de las reflexiones sobre estos temas, por un lado, y la persistencia de la reformulada pregunta de Touraine, por otro, finalmente confluyeron en una misma hipótesis de trabajo: la posibilidad de reconocer espacios socioculturales de exclusión recíproca e inclusión desigual. Esta idea, sintetizada en el concepto de fragmentación social, no niega la existencia de condiciones, experiencias, y espacios de exclusión social dura; pero enfatiza el vínculo entre exclusión y desigualdad. Es decir, combina una perspectiva dicotómica y horizontal (adentro-afuera) con otra múltiple y vertical (más-menos). Esta combinación de perspectivas me abrió la posibilidad de pensar en múltiples espacios de exclusión recíproca, cada uno de los cuales, al mismo tiempo, podía suponer formas de inclusión desigual. Una respuesta plausible a la pregunta de cómo es posible vivir juntos en sociedades tan profundamente desiguales podía empezar a construirse a partir de esta hipótesis de la fragmentación social.
Este libro presenta la construcción analítica de esa respuesta e intenta brindar una interpretación sobre la experiencia de la desigualdad en México. Sin embargo, no se trata de un estudio tradicional sobre la desigualdad. El argumento que desarrollo e intento demostrar en las páginas que siguen es que la coexistencia social es posible, aunque resulte paradójico, porque la desigualdad llegó a tal nivel que ha transmutado en fragmentación social. Si esta hipótesis es aceptada, entonces se nos abre un amplio abanico de planteamientos y cuestionamientos éticos sobre el tipo de sociedad que gestamos, y sobre los fundamentos de una cohesión social por momentos tan sólida y por momentos tan resquebrajada y débil.
Analizar la evolución de la desigualdad en fragmentación me condujo a considerar de manera privilegiada dimensiones sociales, culturales, y subjetivas tradicionalmente excluidas en los estudios más clásicos sobre desigualdad. La mayoría de estos estudios asumen una perspectiva de análisis cuantitativa, intentando identificar tendencias y asociaciones relevantes, o bien una perspectiva más estructural y ensayística cuya pretensión es rastrear la génesis y los mecanismos de reproducción de la desigualdad. Valiosos como son estos aspectos, no resultan suficientes para entender la fragmentación social, fenómeno que no sólo implica desigualdades sino también exclusiones e inclusiones.
Los espacios de exclusión recíproca e inclusión desigual en que se fragmenta la sociedad no surgen de manera espontánea ni son exógenos a los sujetos que forman parte de esa sociedad. Metodológicamente, era necesario explorar y analizar la relación individuo-sociedad a partir de la cual los procesos sociohistóricos se corporizan en biografías. Esto me condujo por un segundo camino: el análisis de la experiencia social de los sujetos y, más específicamente, de la experiencia social de los jóvenes. La centralidad otorgada a la experiencia de la juventud no se debe solo a mi especialización investigativa, sino también a que se trata, en mi opinión, de una etapa del curso de vida clave en el proceso de socialización e internalización de una sociedad fragmentada. Muchas de las experiencias y sentidos que emergen y se analizan a lo largo de esta investigación no son exclusivas de la juventud, sino compartidas y en ocasiones exacerbadas durante la adultez. La particularidad de tratarse de un libro centrado en la juventud no deriva de las expresiones y manifestaciones empíricas de la fragmentación “en” jóvenes, como si estas fuesen necesariamente distintas a las de los niños o los adultos. Existen matices en la experiencia de la desigualdad en distintos momentos de la vida, pero la especificidad que da a esta investigación focalizarnos en los jóvenes, reside en las implicaciones que tiene esta etapa del curso de vida en relación con otras. Como plantearé con más detalle al referirme a los procesos de socialización, tomar como unidad de análisis a los jóvenes me permite explorar con especial precisión la génesis de esas experiencias y sentidos. Varios autores —entre ellos, y de manera destacada, Pierre Bourdieu y Basil Bernstein— han señalado que la condición de clase y las desigualdades asociadas ejercen su mayor influencia durante las primeras etapas de la vida del individuo, condicionando